Fotografía de la Alcaldía de Medellín
Por Jorge Emilio Sierra Montoya (*)
-Crónica del libro “Turismo cultural por Colombia”, recién publicado en Amazon-
En esta ocasión, el epicentro del alumbrado navideño en Medellín es el Parque Norte, donde las luces multicolores, con sus atractivas figuras, se encienden simultáneamente, igual que en el resto de la ciudad, a las seis en punto de la tarde (como alguien diría, parodiando a García Lorca).
Desde ese momento, todo es alegría y risas de niños y adultos, jóvenes y ancianos, padres y abuelos, quienes pasean tranquilos, con plena libertad, por los amplios senderos alrededor de un lago y a pocos metros por donde se desliza el río que porta, orgulloso, el nombre de la hermosa capital antioqueña.
Se trata, pues, de un sitio paradisíaco, envuelto por la magia de la celebración religiosa que revive el nacimiento del Niño Jesús, pero también de un extraordinario centro cultural al que están integrados otros dos parques: el de los Deseos y Explora, así como el Planetario y el Jardín Botánico, pero sobre todo la Universidad de Antioquia, lugares a los que se recomienda visitar de día, desde tempranas horas de la mañana.
Sin duda, aquí la Navidad y la cultura se mezclan en forma armónica, inseparable, como si fueran dos caras de la misma moneda. Es lo que se aprecia en diversos sitios urbanos, según veremos a continuación, aunque sea a vuelo de pájaro.
Rumbo al centro
El siguiente recorrido nocturno, de nuevo desde las seis en punto de la tarde, empieza por el centro de la ciudad, especialmente en el Teatro Pablo Tobón Uribe, otro centro cultural de vasta tradición, al que nunca le faltan, adentro y afuera, los espectáculos artísticos, como el que ahora se presencia con grupos musicales, animados por los aplausos del público.
No se preocupe, ni mucho menos, por el frío de la noche. Tenga en cuenta que acá estamos en La ciudad de la eterna primavera, con un clima cálido, intenso por momentos, que cuando cae el sol se torna propicio para salir a vagar por calles y parques, más aún cuando la vigilancia policial es extrema por estos días, garantizando la seguridad requerida.
Desde allá, en lo alto, usted comienza a bajar por la corta avenida de La Playa, iluminada de punta a punta, y cuando menos piensa se topa con personajes importantes de la historia local, cuya memoria se honra en pequeños bustos: Jorge Robledo, Gaspar de Rodas, Juan del Corral, Carlos E. Restrepo, Manuel Uribe Ángel, Mariano Ospina Rodríguez, José Félix de Restrepo…
La historia, en fin, se toma por asalto a los transeúntes, quienes podrán ver a su derecha, en una esquina, el Palacio de Bellas Artes, donde conviene detenerse para apreciar alguna exposición de pintura o escuchar, mejor, el concierto navideño, cerrado con broche de oro por un grupo coral que interpreta, después de los villancicos de rigor, aires típicos colombianos.
Vendedores aquí y allá, mujeres “de vida alegre” que esperan hacer su agosto, mendigos en busca de una moneda…, o sea, el mundo propio de cada ciudad latinoamericana, con su algarabía a cuestas y el espectáculo folclórico, pintoresco, que brindan tales escenas populares, acaso las que en mayor grado nos identifican en el mundo entero.
La Navidad es prueba de ello. De ahí los numerosos turistas extranjeros que disfrutan a sus anchas estas festividades, las mismas que ni siquiera logran imaginar en sus países de origen. Quieren permanecer a toda hora con los ojos abiertos, sin parpadear, según confiesan cuando alguien los consulta al respecto.
Y no los cierran, claro está, al doblar por la fascinante y extensa Calle Junín, peatonal en su conjunto, también con adornos multicolores que van de lado a lado, de esquina a esquina, hasta desembocar en el Parque Bolívar, donde se levanta, imponente, la Catedral que suele realizar asimismo conciertos de música sacra al término de una que otra procesión al interior del templo, cuyo hermoso pesebre concentra todas las miradas.
“Esto es un sueño”, dirá usted, con seguridad.
En el Parque Berrío
Al día siguiente, retorne al centro de la ciudad. Ubíquese en el Parque Berrío, igualmente histórico, tradicional, más que cualquier otro en Medellín. Es puro paisa, mejor dicho. Pero, ¡no se le ocurra quedarse en la noche por esos lados! La luz del sol, con guardias a granel, es su mayor protección, pues de veras la necesita.
Camine, en primer término, por la Plaza Botero, entre las enormes esculturas de nuestro gran artista Fernando Botero -“El pintor de las gordas”, en opinión de los jóvenes-, quien las donó a su querida ciudad natal, como lo hizo con una amplia serie de pinturas (que ahí cerca le esperan) e incluso en Bogotá, con su museo particular de La Candelaria.
Adán y Eva, enfrentados; La Maternidad, siempre tierna; El Gato, que nos saca la punta de la lengua; un soldado romano, deforme, y un hombre a caballo, inconfundible, cerca de una mujer que es colombiana de la cabeza a los pies, son algunas de las obras que los paseantes, representados en alguna de ellas, intentan perpetuar en cámaras fotográficas para compartir luego en redes sociales. Todos sonreímos, como es natural.
La sonrisa desaparece, en cambio, cuando se llega a la iglesia colonial de La Veracruz, con su blanca fachada que invita a la purificación del alma, y especialmente al Museo de Antioquia, de nuevo con Botero y su hijo Pedrito, sumados a otras glorias del arte nacional, nacidas en tierras antioqueñas: Pedro Nel Gómez, Rodrigo Arenas Betancourt, Débora Arango…
Baste anotar, para no pecar por defecto, que son obligadas las referencias a personajes insignes de la cultura nacional, como el escritor Tomás Carrasquilla, el poeta León de Greiff y el caricaturista Ricardo Rendón, para solo mencionar a unos pocos.
Por último, dé un vistazo ahí mismo, en el Parque Berrío, al Palacio de la Cultura, cuyo imponente estilo arquitectónico se levanta junto al metro elevado que lo cruza veloz, mientras en su interior ofrece a los visitantes amplias salas de exposición, biblioteca, historia y más historia, un largo pasado que se torna presente y avanza hacia el futuro.
A pocos metros de la plaza está la iglesia Nuestra Señora de la Candelaria, con su Jesús Caído, rey entre los devotos, y una imagen sagrada de la Purificación de la Virgen, generoso regalo -según las guías turísticas- de la reina Mariana de Austria y su hijo Carlos II, El hechizado rey de España.
Los templos, valga anotarlo, no permanecen vacíos sino con muchos feligreses (pero, vaya uno a saber si sólo en esta época), prueba rotunda de la alta religiosidad del pueblo antioqueño, católico hasta los tuétanos desde sus orígenes.
El Pueblito Paisa
No es poco lo que dejamos en el tintero. El acostumbrado alumbrado navideño en la Avenida del Río, por ejemplo; los sectores modernos, como La Alpujarra, con su centro administrativo y la Plaza Cisneros en memoria del Ferrocarril de Antioquia, o el selecto barrio de El Poblado, con sus parques, y las bibliotecas a diestra y siniestra, muestra ejemplar de esta ciudad de las luces en que se convierte Medellín para delicia de propios y extraños.
Por ello, nada mejor que cerrar el recorrido en el Pueblito Paisa, allá, en la cumbre del Cerro Nutibara que rinde honores a nuestro ancestro indígena, donde parecemos retornar a tiempos idos, al imperio del carriel y el machete, de la fonda montañera y sus arrieros, de la cantina y la vieja peluquería, de la pobre iglesita y el diminuto parque con su fuente cristalina, al tiempo que se escuchan villancicos y brillan, multicolores, las luces de Navidad.
A lo lejos, a lo largo y ancho del Valle de Aburrá, se extiende la ciudad iluminada, cuyas luces son expresión no sólo de la temporada decembrina sino también de su cultura, una de las más representativas en nuestro país. ¿O será ésta una simple exageración paisa?
(*) Escritor y periodista. Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua