Foto de Tata Mana
por Juan Pabón Hernández (*)
El pasado tenía la ventaja de concebir los espacios y los tiempos con menos celeridad y asistir, dignamente, a la velada sublime de su propia historia, con una solemnidad honrosa.
Nuestro tiempo íntimo era distinto, elaborado con espejos, anfitrión de esperanzas, con una entrañable cosecha de sueños que brotaba de las creencias sanas que íbamos cultivando con ingenuidad.
Los cambios eran progresivos y prudentes, en soluciones de familia, amistad y tolerancia, con una mejor comprensión del principio de que los opuestos se atraen y se integran en la confianza mutua.
Arraigados a esa genialidad, construíamos recuerdos en las esquinas, amalgamábamos juegos en las casas y algunos, mensos desde niños, percibíamos las estrellas como una ternura titilante.
Y cultivábamos la sensibilidad, en una concepción del mundo abierta a la imaginación, colgada de los fulgores de la luna, oculta en las sombras de las nostalgias románticas y buenas.
Las tradiciones definían los rumbos e iban alojando los pasos que dábamos, sin temor, porque detrás de ellos estaba la bondad que arrulla las cosas provincianas, renaciendo cada día en los afectos.
Entonces acariciábamos una verdad latente en los dibujos de las cartillas, en un suspiro escondido en los bucles de una niña bonita vestida de popelina, con una flor en el cabello, o en el arrullo de un bolero…
(*) El autor, Juan Pabón Hernández, cucuteño de toda la vida. Ex presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander y poeta consagrado. Catedrático. Es editor de «Imágenes», revista dominical del Diario La Opinión de Cúcuta.