Foto de Paulo Pinto AE
por Juan Pabón Hernández (*)
La música se inspira en su propia belleza, con esa timidez semejante a una lámpara antigua en un rincón, al exquisito fluir del tiempo en espirales de café o a las emociones alojándose, mansamente, en el alma.
En su fantasía espiritual atrapa sueños y conversa con nosotros, con esa vieja costumbre de subir silenciosa por los sentidos, con el rumor lejano de un remanso azul y un ramo de margaritas estampado en sus notas.
Borda el tejido del corazón con hilos de afectos, tristezas y alegrías, en un paisaje tan sonoro como el suspiro de un caracol o la voz de soprano de una enredadera tupiendo sus jazmines o presintiendo colibríes.
Y ella misma se convierte en montaña, en río, en un lago en calma, en un pedacito de amanecer con el color frágil de la luna, o en una mariposa ascendiendo hasta las estrellas con la ilusión en sus alas.
La intimidad quiere caminar a su lado para dejar volar el pensamiento, o descolgar los colores de alguna flor que aún espera, orgullosa, esparcir con su aroma el pálpito esplendoroso de la naturaleza.
La música suelta pájaros al viento, siembra semillas de serenidad, hace girar, lentamente, las sombras y las vuelve mañanas, con relojes de sol que nos enseñan a esperar, sin miedo, el destino que proveerá la esperanza.
Una sonata solitaria, un concierto magistral, una sinfonía o una ópera sellan la curvatura de los recuerdos, mientras un ballet de lluvia interpreta la ronda de un crepúsculo y un ingenuo campesino silba un bambuco lleno de nostalgia.
(*) El autor, Juan Pabón Hernández, cucuteño de toda la vida. Ex presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander y poeta consagrado. Catedrático. Es editor de «Imágenes», revista dominical del Diario La Opinión de Cúcuta.