por Jorge Emilio Sierra Montoya (*)
Hoy, 28 de marzo, se cumplen cien años del nacimiento de José Consuegra Higgins, prestigioso economista colombiano que fue uno de los máximos exponentes de la Teoría Propia del Desarrollo en América Latina, sobre cuya vida y obra acaba de publicarse en Amazon la trilogía “El Maestro” para conmemorar dicha celebración.
En la siguiente crónica, fragmento del segundo tomo de mis Memorias, en preparación.
De Pereira a Barranquilla
A fines de 1.972, tan pronto terminé el bachillerato en Pereira, con escasos 17 años de edad, viajé a Barranquilla, donde solía pasar la temporada de vacaciones durante los meses de diciembre y enero.
Esta vez, sin embargo, tuve una sorpresa mayor, pues mi tío Fernando Montoya, quien gozaba de favorable situación económica, me recibió con un extraordinario regalo de grado: financiar, por su cuenta, mis estudios superiores allá, en la universidad que yo escogiera, dado que en nuestra casa no había recursos suficientes para ello. Era su sobrino preferido, valga la aclaración.
De hecho, mi primera opción era estudiar Periodismo (que ejercía desde mi adolescencia en periódicos como “El Diario” y “La Patria”, los más importantes del Eje Cafetero en Colombia), pero la Universidad del Norte -“Para las mejores familias”, se comentaba- no ofrecía aún el programa respectivo, mientras la del Atlántico, de carácter público, estaba vetada por mi benefactor debido a razones políticas.
Por fortuna, un buen día me encontré, al leer el diario local “El Heraldo”, un aviso de publicidad en que se anunciaba la apertura de la Corporación Mayor del Desarrollo Simón Bolívar, nuevo centro de educación superior, cuyos programas llamaron mi atención por ser en áreas sociales, económicas y culturales, es decir, las humanidades que tanto me interesaban, a diferencia de las carreras técnicas.
Casi de inmediato, mi tío pagó la matrícula (por cierto, el registro se hizo en una modesta oficina del centro urbano de La Arenosa), con el propósito de consolidar mi incipiente formación intelectual, como periodista y escritor, que era el sueño de mi vida.
En un abrir y cerrar de ojos, el primero de marzo de 1.973 ingresé como estudiante “primíparo” a la naciente institución educativa, siendo uno de los primeros de su historia.
Primer encuentro
En realidad, allí no estuve sino un semestre, que ni siquiera terminé. ¿La razón? Muy simple: mi familia se trasladó de Pereira a Manizales, donde vi la oportunidad de estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Caldas, además de reanudar mi colaboración periodística en “La Patria”, como de hecho ocurrió.
No obstante, ese corto período me permitió conocer al rector-fundador de Unisimón: José Consuegra Higgins, economista que gozaba de notable prestigio intelectual en nuestro país, cuyo reciente retiro de la rectoría en la Universidad del Atlántico había tenido enorme impacto en la opinión pública nacional, según me iba enterando a través de “El Heraldo”, donde se lanzaban duras diatribas contra él y su universidad “de garaje”.
Como librepensador que era desde entonces, veía con interés el debate y escuchaba, asombrado, los elocuentes discursos de Consuegra en defensa de la justicia, de los pobres (en mi caso lo era todavía, a pesar de vivir en el tradicional barrio “El Prado”, con un prestigioso negocio a cuestas que llegué a administrar), o en contra del imperialismo, a la luz de sus principios socialistas.
Esto influyó, con seguridad, para que mi tío se mostrara contrario a seguir allá, si bien aproveché la corta estancia en “la U” para asistir a una que otra clase del rector, obviamente de Economía, y sostener un breve diálogo con él en la pequeña biblioteca universitaria de la vieja casona, donde le conté, orgulloso, mis andanzas periodísticas y literarias en Pereira y Manizales, que aplaudió con entusiasmo.
No le volví a ver. Pensé que nunca más lo encontraría, entre otras cosas porque me iba alejando, cada vez más, de los ideales socialistas que había proclamado cuando fui líder estudiantil, con periódico propio, en el colegio Rafael Uribe Uribe de Pereira.
Mecenas a la vista
25 años después, en 1.997, ya ejercía la dirección del periódico “La República” en Bogotá y hacía hasta lo imposible porque mi libro “El pensamiento político de Gaitán”, escrito tras cursar la maestría de Ciencia Política en la Universidad Javeriana, saliera a la luz pública, ojalá en una importante empresa editorial, para conmemorar al año siguiente el cincuentenario de “El Bogotazo”, cuando el caudillo liberal fue asesinado.
Esa obra, entonces inédita, la había entregado a varias personas de renombre, pero ninguna me daba buenas noticias al respecto. De pronto, el exministro Otto Morales Benítez, conocedor del texto y siempre solidario con mi trabajo literario, me llamó para asegurarme que por fin lograría tal objetivo. “El rector de la Universidad Simón Bolívar, José Consuegra Higgins -me dijo, confiado-, se mostró dispuesto a leerlo y, si le gusta, ¡lo publica!”.
En realidad, Consuegra había llegado a Bogotá, proveniente de Barranquilla, para asumir como nuevo miembro correspondiente de la Academia Nacional de Historia, donde nos recibió en la puerta principal, con su esposa Anita, a los numerosos invitados, entre quienes me contaba para entregarle los originales del libro y presenciar su posesión.
Varios días más tarde, recibí una llamada telefónica suya para confirmarme que mi largo ensayo político era de su plena satisfacción, como gaitanista que fue desde su juventud; que él podría publicarlo, con apoyo de la universidad, en la editorial Plaza & Janés, una de las mejores del país, y que, si yo mismo aceptaba, él escribiría el prólogo, nada menos.
Ese fue el comienzo de su mecenazgo, pues a aquel libro se sumaron las primeras ediciones de dos de mis libros de poesía: “Buenos días, amor” y “Poemas para niños”, al igual que “Historias y leyendas de pueblo”, una serie de relatos sobre Marsella, mi pueblo de infancia, que era como su Isabel López, el humilde corregimiento donde él nació y al que dedicó su bella autobiografía “Del recuerdo a la semblanza”, la cual le mereció llegar a la Academia Colombiana de la Lengua.
Lazos de amistad
Y fue el comienzo, sobre todo, de una estrecha amistad que se prolonga hasta hoy y lo seguirá siendo hasta el fin de mis días, a pesar de su muerte física en 2.013, cuando estaba a un paso de cumplir noventa años de vida.
Amistad intelectual, en primer término. Basada en nuestros escritos, que compartíamos a diario. Así, él llegó a enviarme la colección de sus Obras Completas, que en su mayor parte le prologué, y cada edición de la revista “Desarrollo Indoamericano”, de la que me volví asiduo colaborador.
A diario nos comunicábamos por teléfono, previa orden terminante a mi secretaria para que nunca dejara de hacerlo, y en sus visitas a Bogotá, incluso cuando empezó a padecer el mal que le llevó a la tumba, yo estaba a su lado, igual que en mis visitas a Barranquilla, como si fuera -según decía a cuatro vientos- su hijo mayor.
Fuimos a Marsella, para presentar mis “Historias y leyendas de pueblo”, cuya presentación también estuvo a su cargo, y le acompañé en sus correrías por Isabel López, donde fui declarado hijo adoptivo, y por Usiacurí, donde visitamos la casa-museo de Julio Flórez, uno de sus poetas predilectos.
De tanto leer sus obras y conocerle, escribí “El maestro”, libro galardonado con el premio a La Mejor Biografía del Año 2.001 por una organización cultural de Estados Unidos, y a su muerte, cuando asumí la dirección de “Desarrollo Indoamericano” por decisión de su familia, salieron los siguientes dos volúmenes: “A la sombra de El Maestro”, por los cuarenta años de la Universidad Simón Bolívar, y “El Maestro y Doña Anita”, en homenaje a él y su amada esposa.
Los tres libros anteriores se reunieron en una trilogía: “El Maestro”, sobre la vida y obra de José Consuegra Higgins, que acabo de publicar en Amazon para celebrar el centenario de su natalicio en 2.024.
Era lo mínimo que podía hacer en su memoria. Y lo hice, ¡Maestro!
(*) Exdirector de la revista “Desarrollo Indoamericano”, fundada por José Consuegra Higgins en 1966.