por Julián Escobar
Con motivo del 31 de octubre abundan las historias de terror en un sin número de lugares. Mientras en los cines hay innumerables películas, los canales ponen series y demás del género de terror, hay personas que a diario trabajan con el paso de la vida a la muerte, con historias palpables. Este es el caso de Jennifer Gómez quien embalsama cadáveres antes de darles sepultura. Todo esto que se ha hablado con ella lleva a la duda razonable si tras la muerte se pierde la consciencia del todo.
Jennifer es una mujer joven que quiso estudiar para ser embalsamadora y así estudió tanatología hace ya bastante tiempo. Esta profesión poco común se ejerce no solamente en funerarias sino también en universidades para disecar animales y pieles. Algunos animales disecados lo han sido usando métodos para seres humanos. Una vez graduada comenzó a trabajar en funerarias para obtener experiencia. Lo que se hace acá es trabajar el cuerpo ya inerte para arreglarlo y pasarlo a la sala de velación. Dentro de esto se busca que los familiares sientan que es lo más natural y para esto se piden fotos para captar la forma de vestir, así como otros rasgos.
Pero en este curioso oficio pasan varias cosas que hacen dudar de si el último latido marca el final de la vida. Por ejemplo, hay momentos en que personas que se ven aparentemente bajas de peso o musculatura, se vuelven pesadas como una piedra y es imposible vestirlas. Si bien el cuerpo se comienza a apagar y es común ver movimientos erráticos producto de los nervios o gemidos por los gases del cuerpo que se van liberando, hay temas que son difíciles de ver racionalmente. Uno de estos, retomando el tema del peso es que es común identificar el tipo de muerte si el cuerpo se siente pesado, rudo, inamovible, mientras si es luego de una enfermedad larga, se siente ligero y hasta las caras de los seres en vida se ven con expresiones sonrientes, como si el paciente ya hubiera descansado en paz. Otra relacionada es escuchar lamentos que no son producto del proceso de descomposición sino sonidos como pedir ayuda o susurros.
Incluso las áreas donde se trabaja sienten cambios de aura. En algún momento embalsamar a un niño travieso fue una de las tareas de Jennifer. Sin embargo, ocurrió algo extraño y fue que, durante el proceso, varios elementos de trabajo desaparecían, aparecían en otros lugares, cambiaban de sitio. El padre del niño manifestó luego que el niño era muy inquieto e hiperactivo y solía mover objetos. Otros como el de personas que han sido tristes en su vida o han tenido temas de depresión hacen que el espacio se vuelva pesado. Todo esto debe llevar a pensar si es así como el paso de un estado a otro es tan espontáneo o si, al contrario, son paulatinos.
Alrededor de estos eventos también hay otros asuntos. Lo sobrenatural también empieza a involucrarse ya que hay infinidad de historias de fantasmas de fallecidos, de brujas que merodean las morgues en busca de huesos y carne para sus rituales, incluso objetos que traen presencias. Es un recordatorio de que, así como hay que tenerles miedo a los muertos, también hay vivos muy peligrosos. Así se va armando una serie de historias que van enlazándose y se vuelven asuntos de la cotidianidad en el caso de esta profesión. Además, muchos desean meter dentro de ataúdes elementos de brujería y reclamar los cuerpos para hacer temas del más allá. Se vuelven temas de seguridad ya que los tanatólogos como Jennifer buscan evitar problemas para las organizaciones de donde trabajan producto de ser inescrupulosos. Esto se conecta con leyendas urbanas que suelen escucharse como cadáveres que en la velación sus familiares se dan cuenta que tienen órganos que han sido sustraídos, espíritus en salas de velación y una que otra historia de muñecas poseídas.
Además, es un momento de mucha tristeza para todos el que una persona se vaya. Es así como es normal que algunos no se quieran ir. Cuenta con tristeza la historia de una dama que al morir dejó una niña aún bebé y que luego de que llegó a la sala y no se quería dejar preparar, Jennifer tuvo una charla retórica con el cuerpo de la difunta para contarle que todo estaría bien, que su hija quedaba en buenas manos. Como algo muy extraño, el cuerpo empezó a llorar, cosa muy poco común. Otro caso fue el de un fantasma que rondaba a sus hijos y que en una ocasión los protegió de un maleante y hablaba de la deuda de gratitud hacia Jennifer por su actitud durante su deceso, ya que su cadáver estaba en un estado avanzado de descomposición, haciendo que pocos quisieran prepararlo. La viveza de sus relatos llenos de imágenes es supremamente fuerte y hacen pensar en los últimos momentos de la existencia.
Todas las experiencias de Jennifer son parte del amor hacia su profesión, son prácticamente diarias los encuentros con el más allá. Ha considerado escribir un libro sobre todas estas vivencias en medio de la muerte y ampliar los casos acá mencionados. Por ahora, este 31 de octubre mientras la audiencia del artículo pide dulces, cabe recordar que la vida es un regalo y que en algún lugar del mundo alguien dio su último latido y que un tanatólogo o embalsamador se preparará para arreglar a ese ser querido.