por Guillermo Romero Salamanca
Serían las 6 y 30 de la mañana de este 17 de septiembre, cuando repicó una y otra vez el celular de Pedro Muriel, del grabador de vallenatos de Discos Fuentes. No identificó el número, pero contestó. Le informaban que uno de sus músicos, el acordeonero Ramiro Colmenares había fallecido víctima de un ataque cardíaco en horas de la noche en un hotel en Paraguay.
“Me buscaron por varias razones: una, no conocían a sus familiares, dos, porque mi número lo reconocieron por el “Pedro Muriel Muriel Muriel” que está en algunos vallenatos y tercero, porque Ramiro Colmenares y David Cuadros, el cantante tocarían en estos días en una gira por ese país con “El conjunto de Pedro Muriel”. Yo no tengo nada que ver con el grupo, pero autoricé que utilizaran mi nombre”, relata ahora el eximio grabador discográfico.
“Total, llamé a la esposa y al hijo y, como es lógico, casi se desmayan. La verdad, no estoy preparado para dar ese tipo de noticias. Qué dolor para esa familia y saber que su cuerpo está en otro país, en el sur del continente. No he tenido un día tranquilo, vienen a la memoria muchos recuerdos con él”, cuenta Pedro.
A los pocos minutos también en las emisoras vallenatas del país ponían canciones de Ramiro con Los Embajadores Vallenatos y mostraban su pesar por su deceso.
“Ramiro fue un gran exponente del folclor, tocó cientos de temas vallenatos, pero llevó las canciones de los maestros de la Sociedad de Autores y Compositores, Sayco, a muchos rincones de la geografía nacional, pero, además, a países como Brasil, Uruguay, Paraguay y Argentina. Descanse en paz”, comentó el maestro Rafael Manajarrez, vicepresidente de Sayco.
Ramiro nació en Bucaramanga el 10 de agosto de 1957. Le decían “el cachaco” Colmenares en el mundo del vallenato y desde muy pequeño le fascinaron las canciones de Luis Enrique Martínez, Abel Antonio Villa y Emiliano Zuleta.
De su tierra natal se trasladó a Valledupar con varios objetivos: aprender más sobre el acordeón, charlar con los juglares y compositores de la región y, de pronto, tener la oportunidad de participar en el Festival Vallenato.
Allí montó el Grupo de Upar y ofrecía parrandas y encuentros musicales en varios municipios de la costa. Había un problema: no tenía cantante. Pero un día conoció a Robinson Damián, un guajiro con una potente voz y entonces el conjunto fue reconocido en otras latitudes.
Un día de 1982, tanto el promotor Víctor Pascuales como el vendedor de discos Germán Carreño, llamaron a Pedro Muriel para contarle sobre el grupo y buscar una oportunidad.
Viajaron a Medellín. Tuvieron su sesión y gustó.
“Ramiro lo hacía muy bien en el acordeón, escuchaba sugerencias y pronto nos hicimos amigos, Robinson tenía una potente voz guajira y eso nos gustó. En la disquera apoyaron la idea de cambiar el nombre al Grupo de Upar y entonces nació “Los embajadores vallenatos”.
Grabaron su primer larga duración en 1982 y se impusieron con “La juntera”, un éxito sin precedentes. Igualmente llevaron a los primeros lugares “Una noche contigo”, “Penas” y “Mi borrachera”.
En 1983 lanzaron su segundo trabajo titulado “Es un plomo, es un tiro” y nuevamente impusieron éxitos como “El plomo”, “Esperando tu amor”, “Abejas viajeras”, “El destino” y “El caballo pechichón”. Luego impusieron “La lira”.
Pero ellos encontraron un sendero y fue la interpretación de temas que invitaran a consumir licor, pero sobre todo la picaresca el doble sentido.
El despegue total lo hicieron con “El santo cachón”, composición del maestro Romualdo Brito.
Pedro Muriel recuerda ahora que para Discos Fuentes representó una sorpresa cuando vieron que temas como “El Santo Cachón”, “El Aventurero”, “¿Dónde estarás?” y “Tomando y tomando” fueron éxitos en Uruguay. Acá se conocían y estaban en los listados populares, ¿pero por allá?, nos preguntamos una y otra vez. Lo cierto es que después llegaron a los primeros puestos en Colombia, Venezuela, Panamá, Ecuador, España, México y emisoras hispanas de Estados Unidos y Canadá”.
Algo curioso, el único vallenato que Pedro Muriel utilizó el guache para grabarlo, fue con “El Santo cachón”.
“Son muchos los recuerdos que tengo con Ramiro, lo voy a extrañar, hablamos seguido, incluso me comentó que en Paraguay grabaría una canción que tenía para que yo le hiciera las mezclas en Medellín. Siempre que venía a estas tierras tomábamos unos whiskies, reíamos, contábamos anécdotas de grabaciones y de nuevas canciones. No pasaba ninguna conversación sin hablar de vallenato”, rememora Pedro Muriel.
“Me parece verlo entrar a la casa, con su maricartera, sonriente y haciendo felices a quienes a todos los que nos reunimos con él. Era un centro de atención. Gozó, vivió, conoció infinidad de escenarios y ahora toca, con su estilo, en el más allá”, dice Pedro.