Escribe Pelayo de las Heras
El ser humano nunca ha conseguido desterrar el sueño de matar a la muerte, pues si bien su promesa conlleva una sola certeza, esta es suficientemente embriagadora como para cegar a su víctima por completo: escapar de la condena de desvanecerse. Fueron estos cantos los mismos que atraparon a los filósofos cosmistas a principios del siglo XX. Uno de sus más destacados representantes, Alexander Svyatogor, afirmaba ya en 1922 que «solo en la lucha por la inmortalidad la humanidad en su conjunto obtendrá una verdadera liberación». A los ojos de este peculiar grupo de teóricos, no morir era «la verdadera base para la unión espiritual y material de la gente». Algo más allá llegaba a situarse Nikolái Fiódorov al afirmar que la fraternidad universal, al igual que la construcción de una sociedad justa, solo podría darse a través de una sola condición: la resurrección artificial de seres humanos. Este rostro utópico, sin embargo, ha tardado hasta ahora en ser alcanzado por la potencia de sus propios ecos; hoy, cuando nuestras redes sociales se ven cercadas por cientos de personas muertas, comprobamos esta extraña convivencia.
«Las redes sociales posibilitan una expansión espacial, temporal y social de la muerte. Una plataforma como Facebook, con el uso de memoriales online, puede constituir una herramienta con la que introducir la muerte en la vida cotidiana, no limitándola por tanto a situaciones determinadas como un funeral», lo que conllevaría un posible «espacio abierto y comunitario», explica Belén Jiménez Alonso, profesora de psicología en la Universitat Oberta de Catalunya. La posibilidad de sufrir la pérdida en un ambiente digital no es remota: según el estudio Are the dead taking over Facebook?, Europa contará en el año 2100 con 254 millones de usuarios muertos flotando en el interior de la red social; en Norteamérica, la cifra alcanza los 207 millones de muertos.
La conquista digital de la muerte podría abrir el círculo del duelo a completos extraños, volviéndose una práctica relativamente cotidiana.
La incipiente conquista digital de la muerte podría ayudar a difuminar aún más la frontera entre las esferas públicas y privadas, abriendo el círculo del duelo a completos extraños; podría volverse, así, una práctica relativamente cotidiana. Los cambios a la hora de concebir la muerte podrían ser especialmente profundos. «Los dolientes ahora expresan y afrontan la pérdida a través de las redes sociales, que también posibilitan la sensación de una presencia permanente de los muertos en el ciberespacio, lo que a su vez también legitima de alguna manera la práctica de interactuar con los muertos. Todo esto contribuye, a su vez, a una sensación de telepresencia que para los miembros de las nuevas generaciones puede que se sienta tan próxima como cualquier interacción presencial», explica la docente.
Ante todo, cualquier contacto depende de la propia tecnología, que no es unidimensional. Son varias las herramientas que permiten expresar y sufrir el duelo, lo que incluye elementos como un sencillo memorial online, la construcción de un avatar del fallecido en la realidad virtual o incluso un griefbot: un bot para que los seres queridos de una persona fallecida puedan continuar hablando con ella de forma virtual. Según señala la docente, esto «no es necesariamente algo negativo, ya que la experiencia del duelo siempre ha estado mediada por tecnologías propias de cada contexto». En la actualidad, a pesar de que la legislación ofrece un «derecho al olvido» y, por tanto, un derecho a eliminar la cuenta personal de un allegado fallecido, los problemas ya son visibles.
Morir en varias dimensiones
En internet, cada uno de nuestros clics deja el mismo rastro que unas huellas en la nieve. Pero al morir, no se desvanecen. Sin tomar medidas contrarias, este rastro termina enquistándose poco a poco en cada una de las carreteras digitales. Por ejemplo, la creación del avatar de una persona fallecida dentro de la realidad virtual genera riesgos que ejemplifican nítidamente los rincones más oscuros tanto de la concepción digital de los datos personales como de la muerte misma. ¿Sería positivo crear un avatar virtual de una persona fallecida para, así, seguir interactuando con ella de forma sempiterna?
«Para aquellos que presentan síntomas de duelo complicado, estos avatares podrían ser perjudiciales», explica Jiménez. Aunque se suele excluir la importancia de terceros agentes, la evidencia en este caso es clara: se depende de la tecnología, el diseño y el saber de masivas corporaciones privadas que en la actualidad carecen de cualquier conocimiento profundo sobre los rituales que aún hoy envuelven la muerte y su comprensión; la tecnología del duelo, que prácticamente constituye la totalidad del luto digital, queda fuera del alcance de quien llora.
En este sentido, también entran en juego las compañías y grandes multinacionales como receptoras de nuestros «cuerpos digitales». «Pueden obtener datos sobre las personas fallecidas que a su vez ayudan a inferir datos sobre personas allegadas, pero también sobre las personas que visitan estas páginas. Se trataría de datos sobre sus características psicológicas, sobre lo que les preocupa, lo que les conmueve, lo que les lleva a hacer clic o lo que les engancha a quedarse en la red, entre otras cosas», señala Carissa Véliz, profesora en el Instituto para la Ética en Inteligencia Artificial de la Universidad de Oxford.
Para la filósofa hispano-mexicana, bajo la explotación de los datos que estructuran las actuales economías, las formas de duelo virtual representan peligros potenciales aunque aquellas establecidas en la realidad virtual, sin embargo, constituyen un riesgo especial. «La realidad virtual facilitará un grado de recolección de datos nunca visto. Con la posibilidad de hacer avatares de personas fallecidas surgen muchas preguntas sobre el efecto que pueda tener sobre la psicología de las personas».
Y añade: «Lo que preocupa es que las empresas que van a ofrecer estos servicios no tienen como objetivo el bienestar de las personas, sino ganar dinero. Es perfectamente imaginable que la gente que ha perdido a un ser querido se enganche a un avatar que no le permite dejar ir el pasado, que dificulta el proceso de aceptar la muerte, que le cuesta un dinero que no tiene, y mientras tanto la empresa en cuestión estará encantada». Hoy, los muertos están cada vez más cerca de estar vivos; así lo indica, al menos, la continua interacción que ejercen en la vida de los dolientes.
(Tomado de ETHIC)