Gunter Pauli, emprendedor belga, autor del libro La Economía Azul
por Jorge Emilio Sierra Montoya (*)
Gunter Pauli es fundador de Zeri, prestigiosa fundación internacional con sede en Japón, donde se reúnen científicos de diferentes países, quienes desarrollan proyectos productivos de cero emisión (es decir, sin emisión de gases efecto invernadero), para proteger el medioambiente, con el apoyo de empresas comprometidas en negocios ambientales.
Esta entrevista formará parte de mi próximo libro en Amazon: “Lecciones básicas de Sostenibilidad y Responsabilidad Social Empresarial (RSE)”.
La nueva RSE
“Estamos ante la nueva Responsabilidad Social Empresarial”, afirma Gunter Pauli, una de las máximas autoridades en temas ambientales, como que hace varios años recibió el Premio Mundial de Medio Ambiente, otorgado por la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Y explica: antes, lo ambiental no era de interés para los empresarios, a quienes sólo les importaba producir a buen precio y con buena calidad, sin considerar que ésta tuviera algo que ver con el medioambiente.
Si mucho -agrega, con la autoridad que se le reconoce a lo largo y ancho del planeta-, consideraban que, si algo tenían de responsabilidad ambiental, la satisfacían con alguna donación salida de sus utilidades.
Lo ambiental, en fin, era algo externo al negocio. “Esa era la RSE tradicional”, dice mientras recuerda su exitoso pasado empresarial, del que saltó a la creación de la Fundación Zeri, con sede en Japón.
En su concepto, la nueva RSE surge de ver lo ambiental como algo esencial a cualquier empresa y, sobre todo, encontrar en la naturaleza las oportunidades para hacer negocios, obviamente sin causar fenómenos como la contaminación ambiental (o sea, cero emisiones de gases de efecto invernadero) que pone en grave riesgo la supervivencia del hombre y de los demás seres vivos en la Tierra.
“Sí, el medio ambiente es un buen negocio”, asegura al tiempo que se va lanza en ristre contra aquella actividad empresarial que durante muchas décadas ha destruido el medioambiente en lugar de protegerlo para las futuras generaciones.
“Eso no se puede”, sentencia.
Casos a granel
Según Pauli, la ignorancia de los empresarios explica tan errado modo de actuar, el cual se logra modificar cuando entienden, por ejemplo, que hacer negocios ambientales les resulta bastante rentable, hasta con menores costos e inversiones a los que ahora tienen.
Así -explica, en tono didáctico-, cuando los propietarios de Jabones Varela, en Cali (Colombia), supieron que el jabón sintético contaminaba el agua, decidieron cambiar sus productos por jabones biodegradables, con buenos resultados económicos. O la empresa de cuero que empezó a utilizar aceites naturales preservados, siendo muy competitiva.
O el cabal aprovechamiento de los desechos de café, antes considerados como problema insoluble pero que en los últimos años se transformaron en gran oportunidad para miles de campesinos dedicados a la producción de hongos comestibles (setas o champiñones) que se venden en los principales supermercados.
O la venta de guadua, también en la zona cafetera, a distintos mercados externos, donde la demanda es elevada, con altos precios. O la posibilidad de emplear colores naturales para los textiles, no con metales pesados que se importan, a partir de un proceso similar al de las mariposas, como ya lo viene haciendo una fábrica japonesa.
O lo que se hizo con el traje de natación Speedo, una de las máximas atracciones de los Juegos Olímpicos en China, que en la práctica es una imitación de la piel de tiburón, clave de su rápido desplazamiento en el agua.
O lo que podría hacerse a partir de las célebres investigaciones del inventor del marcapasos, Jorge Reynolds, en torno a la circulación y la respiración de las ballenas, las cuales interesaron a una firma de Estados Unidos para ver cómo favorece con ello a las actividades deportivas en general, acaso sin excepción.
“He ahí la nueva RSE”, insiste.
Miles de proyectos
En Zimbabwe, Zeri ayudó a diseñar un edificio cuyos flujos de aire imitan a los de las termitas que permiten conservar el frío en su interior, en medio del desierto, o el calor en zonas de intensa humedad, lo cual permite reemplazar el aire acondicionado.
Y claro, ello significa menores costos de inversión, estimados en 15%; menos espacio entre los pisos, cuyo número se amplía en consecuencia; menores costos operacionales, por concepto de electricidad y mantenimiento, y más productividad por la oxigenación en el edificio y los correspondientes beneficios para la salud de quienes habitan allí.
Es preciso, entonces, conocer y aplicar ese modelo que hace posible dicha tecnología en la construcción, lo cual representa a su vez enormes oportunidades laborales para los matemáticos egresados de nuestras universidades.
Proyectos como estos -según Pauli- hay más de dos mil en el mundo, pero para Colombia se han planteado alrededor de cien, como la utilización del estiércol de caballo para el cultivo de champiñones. O de las algas, aprovechando los dos mares que envuelven al territorio nacional, para atacar graves problemas de salud humana que hoy se combaten a punto de antibióticos.
¿Cómo no copiar -se pregunta- el sistema de microcondensación que emplean algunas cucarachas para generar agua potable, lo cual resolvería la falta de ésta en las zonas más deprimidas del planeta? Un proyecto semejante se viene desarrollando en Irak, por parte de la armada inglesa.
Cree, de otro lado, que tales iniciativas son las verdaderas soluciones para los países del Tercer Mundo, no sólo por las necesidades sociales de la mayor parte de sus gentes sino por los citados menores costos ante la escasez de recursos económicos que padecemos.
“He ahí la nueva Responsabilidad Social Empresarial”, no se cansa de decir.
Llamado a invertir
La RSE, además, no se reduce a simples donaciones, con un espíritu filantrópico por muy plausible que sea, sino que implica invertir en tales proyectos, de los cuales sí dependen soluciones reales a flagelos como la pobreza en nuestros pueblos.
Y vuelve sobre su tesis central, que tantas críticas provoca en determinados círculos ecologistas: “La mejor forma de proteger el medioambiente es con el uso de las tecnologías que nos ofrece”, asegura Pauli, quien aclara, a propósito, que la naturaleza ha tardado millones de años, como si se tratara de los mejores estudios de factibilidad, para darnos sus fórmulas de ser competitivas las distintas especies.
De hecho -agrega-, ahí surgen negocios rentables, entre cuyos múltiples beneficios se destacan los certificados o bonos ambientales, por la captura del dióxido de carbono -CO2- para enfrentar el calentamiento global, que representa pagos cuantiosos de organismos como el Banco Mundial.
“Hay un nuevo modelo de negocios”, asegura mientras ataca el modelo anterior, “de Harvard”, que en su concepto es errado por basarse en la escasez, no en la abundancia, en especial la abundancia de recursos naturales de los países tropicales como Colombia, uno de los más ricos del planeta en materia de biodiversidad.
Ve, pues, grandes posibilidades de inversión en aquellos proyectos, aún de inversión extranjera, según le consta en sus continuos viajes por los cinco continentes, donde su voz es reconocida entre las más autorizadas del mundo en cuestiones ambientales.
“Colombia tiene ahí enormes oportunidades, más aún por sus avances en materia de seguridad para los inversionistas”, concluye.
(*) Exdirector del periódico “La República”. Autor de varios libros sobre Sostenibilidad y Responsabilidad Social Empresarial (RSE) y Universitaria (RSU).