Ahora que se habla del acaso inminente fin del Grupo Empresarial Antioqueño -GEA-, al quedar sus empresas en manos del Grupo Gilinski, vale la pena recordar los orígenes de aquel en el llamado Sindicato Antioqueño, uno de cuyos principales voceros, Adolfo Arango Montoya, nos contó su historia mientras ejercía la presidencia del Grupo Argos, posición que ocupó hasta 1999, más de cuatro décadas después de haber llegado a la compañía fundada por su familia. Fragmento de mi libro “50 Protagonistas de la Economía Colombiana”.
Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)
“Usted es el más duro del Sindicato Antioqueño?”. Le lanzo la pregunta así, a quemarropa, para ver su reacción, no sin aclararle, ipso facto, que ese juicio fue hecho por el exministro Joaquín Vallejo Arbeláez, su viejo amigo y paisa como él.
De inmediato, Adolfo Arango saca a relucir la modestia o prudencia de que me hablara, minutos antes, El papá del Plan Vallejo, quien me advirtió que una entrevista con él sería bastante difícil por la parquedad del personaje.
“No lo soy -contesta-, aunque sí el de mayor edad”. Y añade, de inmediato, que su intervención se reduce a las empresas del Grupo Argos, como si fuera poco; que es presidente de la junta directiva de Suramericana de Seguros, acaso el símbolo por excelencia del Sindicato, y que éste tiene muchas cabezas, como la medusa.
“¿Falsa modestia?”, arremeto de nuevo, a lo cual responde, sin rodeos, que allí, en el poderoso Sindicato Antioqueño, nadie busca protagonismos ni nada parecido. Y si sus directivos –agrega- mantienen un bajo perfil, lo es en parte por principios y en parte por seguridad, sin entrar en detalles al respecto.
“Es que el Sindicato no existe”, asegura. Y entra a explicar por qué, dentro de la seriedad y la sobriedad que lo caracterizan.
Nacimiento del Sindicato
Transcurría la década de 1970. El Grupo Grancolombiano -conocido como El Águila– extendía sus alas por doquier; puso sus ojos sobre poderosas empresas antioqueñas, símbolo del desarrollo industrial colombiano. y quiso tomarse a empresas de tanta tradición como la Nacional de Chocolates, donde, por lo visto, obtuvo la mayoría accionaria y, por tanto, pretendía imponer su presidente y la misma junta directiva, ejerciendo un poder imperial, digno apenas de regímenes absolutistas, nada democráticos.
Dicho grupo -recordemos- se dedicó, sobre todo, a la inversión especulativa, que era su estilo. De allí derivaba cuantiosas ganancias, en ocasiones llevando a la quiebra a cientos de pequeños ahorradores, situación que años después, a comienzos de los años 80, fue objeto de investigaciones judiciales tras desencadenar la peor crisis financiera de aquella época en Colombia.
Fue cuando nació el Sindicato Antioqueño. Los más importantes empresarios paisas, regionalistas en exceso, celosos por la intromisión del forastero y fieles a sus principios cristianos, advirtieron sobre el peligro que se cernía y cómo era preciso enfrentarlo para impedir lo que el país entero luego lamentó con creces.
Se unieron; juntaron sus capitales; fortalecieron las compañías más débiles; recuperando la que se había perdido (pagaron dos mil millones de pesos -según Vallejo Arbeláez-, lo cual fue motivo de orgullo para Jaime Michelsen Uribe, presidente del grupo en cuestión), y ello explica que desde entonces haya cruces de inversiones entre unas y otras empresas, si bien dentro de una filosofía común que Adolfo Arango, flamante presidente de Cementos Argos, no duda en destacar.
¿En qué consiste esa filosofía? Muy simple: Trabajar en equipo por la región, como allí es apenas lógico; mantener el espíritu original de la sociedad anónima, permitiendo la participación de numerosos accionistas, y abstenerse de prácticas especulativas, como las de tan ingrata recordación.
Y, en lo que se refiere al Grupo Argos, cuyo patrimonio se cuenta en billones de pesos, el adecuado suministro de información a los socios, los inversionistas y la prensa.
“Quizá no hay otro grupo industrial que presente datos más completos de sus empresas”
Argos = De los Arango
La empresa se creó hace ya setenta años, a mediados de los años 30. Su abuelo, su padre, un tío y, en general, su familia (los Arango, de donde salió el nombre de la empresa: Argos), y uno que otro amigo cercano, pusieron el capital inicial, ¡de 300 mil pesos!
Luego aparecieron nuevos accionistas, encabezados por el municipio de Medellín, que puso los terrenos, y Ferrocarriles de Antioquia, que ofreció las vías férreas para el transporte de materia prima desde Sabaneta; fue entonces cuando se reunieron los 700 mil pesos indispensables para el montaje de la fábrica.
Prendió motores en 1936, con una planta para producir 50 toneladas diarias de cemento, volumen considerado entonces suficiente para atender la demanda de la región.
Se equivocaron, por fortuna. La demanda fue mayor, el producto mereció amplia acogida, y aquí y allá comenzaron a llegar propuestas que, con el paso del tiempo, no sólo dieron origen a la primera empresa cementera del occidente colombiano sino también a un poderoso grupo económico, el Grupo Argos, al que otras sociedades similares, de cemento, están vinculadas.
¿Filosofía del grupo? La del Sindicato, como es obvio. Y, en particular, la alianza con inversionistas de cada región, lejos de realizar las prácticas monopolistas o la concentración del capital con dominio absoluto sobre las compañías.
Ahí está pintado Adolfo Arango. Aún recuerda, con nostalgia, la planta en sus comienzos, cuando era un niño, de pantalón corto, y su padre era el gerente; cuando en 1956 regresó a la ciudad, tras cursar estudios de Ingeniería en Estados Unidos para vincularse allí como ingeniero técnico, y cuando, en 1964, tras el retiro de Carlos Duque Salazar, asumió la gerencia, de donde pasó a la presidencia en 1980 (cargo del que se retiró en 1999, más de cuatro décadas después de su ingreso a la compañía).
Toda una vida dedicada a su empresa, a Cementos Argos y el Grupo Argos (de los Arango, valga la insistencia), que hoy en día es parte fundamental del Sindicato Antioqueño, uno de los más importantes grupos económicos del país.
Consejos para ejecutivos
No todo es color de rosa. Ha habido épocas difíciles, como en cualquier negocio que se respete. Él hace memoria, revive aquellos momentos, y cuenta…
En el gobierno de López Michelsen, por ejemplo. Había agitación laboral; los sindicatos estaban en manos de la izquierda radical; las huelgas fueron declaradas ilegales, y, en tales circunstancias, tuvo que abrir la fábrica, corriendo los riesgos del caso.
O la construcción de Cementos Rioclaro, en plena selva del Magdalena Medio, donde la carretera estaba apenas en construcción y los peligros, por la inseguridad de la región, eran tan altos que los perjuicios no tardaron en presentarse: ¡a dos años de entrar en operación, la guerrilla destruyó parte de la planta!
No obstante, estos paisas no dan su brazo a torcer. “Entre más bravo el toro -parece ser su consigna-, mejor es la corrida”. Y hoy en día, Adolfo Arango se enorgullece, si bien con la sobriedad de que hace gala, del éxito de su empresa, que también lo es del Grupo Argos y del Sindicato Antioqueño en su conjunto.
¿Clave del éxito? Según él, la filosofía del grupo, que permite constituir empresas donde se aporta capital y experiencia, en alianza con socios regionales a quienes se respeta su autonomía, así como la vinculación de personas capaces, como Juan Manuel Ruiseco (estuvo cerca de 40 años al frente de Cementos Caribe), Carlos Duque, Alfredo Molina…
Precisa sus consejos, cual si un grupo de ejecutivos jóvenes lo escuchase: hay que actualizar, a toda hora, los conocimientos; no sentarse sobre los laureles, y asumir los diferentes cargos con humildad, dando de sí lo mejor que se pueda, sin ambicionar ascensos mientras uno no demuestre que los merece.
“Cuando las cosas se hacen bien -añade en tono reflexivo, casi confidencial-, alguien las reconoce y esto permite ascender en la carrera, sin necesidad de política”.
“Hay que aprender -concluye- a ascender por méritos propios, no por influencias”.
(*) Exdirector del periódico “La República”