Ológrafo: La tradición bonita de la soledad…

por Juan Pabón Hernández (*)

La soledad es prodigiosa cuando sólo brillan una, o dos, estrellas, porque se descorren los hilos del universo y nos permiten espiar el juego de luces y sombras, afanadas por desplegar, cada una, su propia hermosura.

Y cuando uno alza su mirada, en lugar de ver noche, o día, intuye un faro lejano, hecho de soles y lunas a la vez, una nostalgia infinita que sonríe ante la belleza fragmentada en la sencillez de lo natural. 

La vida es un eco de distancias, espacios, sonidos y tiempos, el centro de una resonancia espiritual, tan perfecta, que sólo el pensamiento noble puede ingresar por sus rendijas para hallar el camino, después de la niebla.  

Es que uno no sabe qué le depara el destino, porque su fragilidad lo hace débil y no protege su alma para asumir su intimidad, con aquella ingenuidad de los cuentos infantiles que comenzaban con…había una vez…

Desde la soledad, aprende a ver cómo los crepúsculos se funden en un cansancio grato y se preparan a sentir las alondras de la mañana, saludando con sus alas los secretos de un cielo que ya no esconde su gozo.  

Y a imaginar un eclipse de amor entre la luz y la oscuridad, o la vida y la muerte, en una exquisita esclavitud que nos induce a presentir que la ternura se dibuja con trazos y colores que -antes- suponíamos imposibles.

El silencio es el umbral de esa placidez, del reposo que se engendra en una de las tristezas bonitas que esparce el viento, dejando en cada huella del pasado un suspiro inscrito con astillas de recuerdos.

(*) El autor, Juan Pabón Hernández, cucuteño de tiempo completo. Ex presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander. Ingeniero civil hasta cuando la cátedra, la filosofía, la historia, las letras y la poesía lo cautivaron. Ex editor de «Imágenes», revista dominical del Diario La Opinión de Cúcuta. Actual director de la revista «Semillas», también de Cúcuta.