Serenidad. Foto de amigosdeleilanina.com.br
por Juan Pabón Hernández (*)
Cuando el corazón duerme entre susurros de silencio, la serenidad se va tornando azul y, si una aurora bonita intercede, se junta con el sabor doméstico del café, para que el pensamiento pueda descansar en una intimidad grata.
Es como una sombra del destino, con infinitas hebras de ideas inspirando sugerencias al amor, o al dolor, que siempre merodean -por ahí- dando saltos sorpresivos y temporales que necesitan ser equilibrados.
Y se van plantando, entonces, las huellas seductoras de los presentimientos que sólo se dejan imaginar si se intercambian los sueños con la memoria, o una esperanza viajera, peregrina como el viento, se posa en el alma.
Se trata de tupir costuras alrededor de las cosas nobles, para encerrarlas en su propia belleza y cultivarlas como semillas interiores, arando nostalgias en surcos de tiempos buenos, como rastreando trazas de una profecía fugitiva.
La cosecha es similar a esa sensación de grandeza que alardea la niebla ascendiendo pendientes, rumbo a las montañas, a un caminante lejano que se acerca a su hogar, o a un barco llegando al puerto.
La serenidad es un secreto -también sereno- que brota de su refugio en cristales y
se muestra con la pureza de una gota prístina de luz, como un duende cosiendo ilusiones con copos de algodón o las estrellas bajando lentas de su cielo.
Y quiere entrar en el corazón, habitar allí, como un pájaro carpintero que, poco a poco, talla su nido, con el eco de su pico contando una epopeya, o un recuerdo sublime, de alas blancas, que anhela nacer en sí mismo…
(*) El autor, Juan Pabón Hernández, cucuteño de tiempo completo. Ex presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander. Ingeniero civil hasta cuando la cátedra, la filosofía, la historia, las letras y la poesía lo cautivaron. Ex editor de «Imágenes», revista dominical del Diario La Opinión de Cúcuta. Actual director de la revista «Semillas», también de Cúcuta.