por Oscar Javier Ferreira Vanegas
Jorge Augusto Villamil Cordovéz, vive en el corazón musical de Colombia. Fue un prolífico compositor, que creó desde cumbias, porros y joropos, hasta valses, pasillos, bambucos, rajaleñas, danzas y cañas. Y qué decir de sus valses rancheros y joropos, inmortalizados por artistas de la talla de Jorge Negrete, Javier Solís, Luis Miguel, Manolo Muñoz y muchos más. Nació en la Hacienda el Cedral el 6 de junio de 1929. Creció en un ambiente musical rodeado de paz y naturaleza. Estudió Medicina en la Universidad Javeriana. Se graduó como médico cirujano, con especialidad en Ortopedia. Tuvo dos hijos: Jorge Villamil y Ana María Villamil Ospina, la niña de sus ojos.
En Colombia, sus primeros intérpretes fueron Emeterio y Felipe “Los tolimenses». Vinieron Garzón y Collazos, que impusieron «Espumas»; y otros éxitos. Posteriormente, en Girardot, conoció a Silva y Villalba, que se convertirían en sus más famosos intérpretes.
El maestro José A. Morales quiso conocer a Villamil, estableciéndose una estrecha amistad entre los dos grandes genios de la música.
Sonolux, fue la empresa discográfica que más grabó al maestro, incluyendo el «Llamarada», éxito internacional en la voz de Isadora.
En México inició una especialización en Ortopedia, especialidad clínica que ejercía, siendo cirujano de la Clínica de la Policía. Fue allí donde, atendiendo a un paciente, le estaba cantando una canción suya y el paciente le reclamó que no lo atendiera por andar cantando. «Usted tiene toda la razón», y presentó su renuncia al cargo, alejándose definitivamente de la Medicina.
Durante la presidencia de Villamil apoyamos todos los festivales de música. Una vez al bajar del avión en Caquetá, vimos una pancarta que decía: «Bienvenido, maestro Villamil. El séptimo frente os saluda». Después, el comandante de la brigada le pidió disculpas. Fue mi maestro y guía, durante los 25 años que estuve cerca, conociendo su bondad y amistad sincera. Lo recogía todos los días en el apartamento de la calle 92 y lo llevaba a Sayco. A mediodía se llenaba el salón del fondo, que él bautizó como «El salón del chisme». Prendía un cigarrillo, y otro, y otro, pedía a Sagrario, la señora de los tintos, que sirviera a los asistentes del salón, ya lleno de socios que se sentaban a escuchar las diatribas de Villamil. Como a la una y media, se paraba a almorzar, y arrancaba con todo el séquito de “patos”.
Por deterioro en su salud y dificultad para respirar, dejó de fumar los dos paquetes diarios de Marlboro. Y me pidió que le quitara el cigarrillo en un óleo que había hecho la maestra Sofía, madre de Alfonso de la Rosa, el popular «Cuchi».
Villamil se preocupó mucho por grabar su obra, y cada día enviaba canciones a tríos y solistas. El maestro Jorge Zapata, hijo del maestro «Pacho» Zapata, con su esposa Bibiana, se encargaron de grabar y difundir muchas canciones, en su voz y la Gran Rondalla Colombiana. Tuve el honor de grabar en mi voz un álbum con trece canciones inéditas de Jorge Villamil.
Villamil fue el padrino de bautizo de mi hijo Manuel Nicolás, haciéndome su compadre. También lo fue de Jorge Zapata y Bibiana y su hijo Alejandro.
Villamil tenía una finca en Alto Pato, colindando con El Caguán, donde por muchos años transitó «Tiro fijo», a quien Villamil inmortalizó en «El Barcino». Al inicio, Villamil simpatizaba con la causa guerrillera, como un movimiento campesino, hasta que notó un claro desvío de los objetivos; entonces dijo en una emisora: «Las Farc, murieron con Jacobo Arenas». Tiro Fijo se disgustó con Villamil y lo llamó para decírselo, pero Villamil ya había tomado una decisión.
Villamil compró una finca en Choachí, donde esperaba pasar sus últimos años; pero un fin de semana, cuando pasaba en la camioneta Chevrolet que Ardila Lülle le había dado como parte del pago de regalías de la editora Sonointer, alguien lo paró y le dijo: «Maestro, es mejor que no vuelva por aquí, porque Romaña piensa secuestrar y quitarle la camioneta. Villamil tomó en serio la advertencia, porque en esos días habían secuestrado a la «Chiva» Cortés. Y nunca más volvió a su finca, lo que le produjo mucha tristeza. Villamil le escribió a Tiro Fijo, pero éste le contestó que «no tenía control sobre los frentes».
Siguió manteniendo los costos de la finca y pagando a los cuidanderos, que se beneficiaban de todo lo producido, la marranera y hasta un cebú reproductor campeón Holstein, que terminaron «vendiendo por kilos de carne».
Villamil padecía diabetes avanzada y debía inyectarse insulina todos los días, pero al final debía hacerse dos diálisis a la semana. Su salud se deterioró tremendamente con la muerte de su querida hija Ana María, quien falleció de cáncer. Entonces el maestro se deprimió y no quiso vivir más, negándose a recibir el tratamiento de la diálisis, y por ello falleció en Bogotá el 26 de febrero de 2010.
Jorge Villamil Cordovez, le pidió a su hijo Jorge, que no le hicieran un sepelio ostentoso, lejos del bullicio y los honores. Sin embargo, lo llevaron a la Catedral Primada de Bogotá. Acompañé el coche fúnebre, al lado del conductor por la Séptima, y se unieron a él los serenateros humildes del barrio Las Cruces y del centro, cantando «Espumas», y «El barcino». La gente le hizo calle de honor hasta la avenida 19, donde el carro aceleró y salió raudo hacia el norte. Había estado en cámara ardiente en Sayco y lo llevaban a Neiva. Tuvo tres misas. Una en Sayco, otra en la Catedral, y una más en Neiva.
Honor y gloria a Jorge Augusto Villamil Cordovez, el poeta del folclor.