por Claudio Ochoa.
Se acabaron los términos para ilustrar el fracaso nacional a que nos han llevado los políticos y la llamada clase dirigente, desde muchísimas actividades e intereses. No pudieron imponerse quienes han intentado jugar promoviendo las reglas por el bien común. Ha vencido el desorden. La política no alcanzó a concretarse en la “ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los estados”. Nada qué ver con esto nuestra “política”.
Ya es bastante difícil encontrar a algún ciudadano culto, ilustrado, decente, que se le mida, con éxito, a la actividad política. Difícil convivir y salir ileso en medio de tal festín.
Tal nuestro escenario y llega la pandemia, causando que millones de colombianos estén en plena depresión, encerrados en los espacios urbanos, inactivos, impotentes, en medio de un pánico que crece. ¿No que las crisis son oportunidades? Debe haber alguna solución a este caos que ha invadido a todos los poderes públicos y privados en Colombia, y nos tiene a todos en peligro, real.
En muchos archivos y bibliotecas, materiales y virtuales, permanece un manifiesto de 1849, hace más de 150 años, algo empolvado, que le proponía a Colombia, como fórmula de gobierno y de sociedad, entre otros ideales:
– El orden constitucional contra la dictadura y la legalidad contra las vías de hecho.
– La moral del cristianismo y sus doctrinas civilizadoras.
– La libertad racional, en todas sus diferentes aplicaciones contra la opresión y el despotismo monárquico, militar, demagógico, literario, etc.
– La igualdad legal contra el privilegio aristocrático; la tolerancia real y efectiva contra el exclusivismo y la persecución.
– La propiedad contra el robo y la usurpación (viniera de donde viniera).
Estos anhelos fueron sostenidos por muchos patriotas, pero venció la contraparte.
Esa añosa propuesta de sociedad, de 1849, es el ideal elaborado por José Eusebio Caro y Mariana Ospina Rodríguez, Programa del Partido Conservador, que el país ha desperdiciado y negado durante 150 años, incluidos los que se acogieron y aún se benefician de él. Descrédito que también ha sido facilitado desde adentro, muy bien aprovechado por rivales en la democracia y por quienes alientan el totalitarismo, convirtiendo lo que era una ruta democrática en una imagen ultraderechista, repelente. Desprestigiar para destruir.
Uno se pregunta, ¿a qué colombiano de bien le pueden causar temor: el orden, la legalidad, la moral del cristianismo y multitud de religiones, la libertad racional, la igualdad legal, la propiedad bien hecha y utilizada, y la seguridad? Por el contrario, deben ser nuestros ideales.
La pandemia está propiciando un alto, reflexión y arranque. Los ricos y miles de empresarios élite también están sufriendo, muy temerosos, los privilegios se están quebrando. A la vez, comienzan a notarse multitudes de jóvenes con emprendimientos políticos que aprovechan como desfogue las redes sociales.
Dos grupos claramente definidos. Por fin que se vea una oportunidad para la juventud. Los primeros ya no cuentan con los modelos que les permitieron imponerse. Esto ha dado un cambio y necesitan de la innovación y fuerzas de los jóvenes que irrumpen, quienes a su turno no cuentan con experiencia y liderazgo. Qué tal unirse unos y otros para comenzar a revivir algo o todo de esos principios. No como Caro y Ospina, no con los políticos tradicionales, los que siguen mangoneando, oxidados, hay que sacarlos. Pongámosle otro nombre y comencemos por alguno de los puntos de ese ideario, pues como dicen, “antes de que sea tarde”.
Generosidad. Apoyar los emprendimientos, propiciando nuevos empleos para estos jóvenes; favorecer una educación práctica, desterrando buena parte de las carreras universitarias tradicionales; fomentar las actividades de esparcimiento que lleven a la formación personal y alejen de la violencia; establecer escuelas de educación política y promover candidaturas a corporaciones públicas entre sus capacitados. Parte de la riqueza para favorecer cuanto sea posible a la generación que inicia la vida productiva y laboral.
La desigualdad y la pobreza están en el punto preciso para quienes desde hace décadas vienen obsesionados con borrar los restos que quedan de democracia. Sea rematando lo acabado, incendiando, o imponiéndose electoralmente, para perpetuarse, como ocurre en la vecindad. Perpetuarse en la miseria.
Comencemos a hacer de este caos una oportunidad, gracias a la Pandemia, “antes de que sea tarde”. Antes de que el socialismo criollo y castrista destruya de todo, incluida la riqueza empresarial y tradicional.