Foto de Memorias Conversadas
Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)
Pedro Gómez Barrero, quien acaba de fallecer en Bogotá, fue uno de los personajes escogidos para mi libro “50 Protagonistas de la economía colombiana” (Universidad Jorge Tadeo Lozano, 2004), del cual reproduzco ahora, como homenaje póstumo, su semblanza titulada “Vida, obra y milagros de un constructor”.
En la sala de juntas
En el sofisticado Centro Andino de Bogotá, tiene su oficina. Más aún, el mismo Centro Andino es obra suya, como lo es Unicentro, como tantas urbanizaciones de la capital del país y como otras empresas, diferentes a la constructora, que hoy identifican a la poderosa organización Pedro Gómez & Compañía.
Es Pedro Gómez Barrero. Desde acá, desde el último piso del Centro Andino, observa la ciudad, esa metrópoli que él diseñó en gran parte y ha ido haciendo realidad a través de múltiples obras que todos conocemos.
“Esta es la sala de juntas”, señala. Es un amplio salón, con la elegancia propia de su estilo, donde se reúnen –explica- las distintas juntas directivas de las empresas del grupo.
Y en este sitio, el último piso del Centro Andino, funciona el Club de Roma, capítulo Colombia, que él preside; define sus más importantes inversiones, como la futura construcción de un gran centro de comercio internacional en Bogotá, y sienta cátedra sobre múltiples temas que van desde las relaciones con Venezuela hasta el papel de las universidades en un país subdesarrollado como el nuestro.
Asume condición de estadista, habla de los principales problemas que agobian al mundo, resalta la necesidad de avanzar en el llamado desarrollo sostenible y defiende la política de empleo, al oído del gobierno nacional.
Y claro, termina hablando acerca de sí mismo, si bien le costó mucho hacerlo. Tuve que dejarle dar algunos rodeos antes de arrancarle la confesión en torno a su vida y milagros. Que en realidad son muchos, como veremos a continuación.
Los primeros milagros
El primero es que nació en Cucunubá, un municipio de Cundinamarca que sólo Dios sabrá dónde queda. Lo cierto es que se crió allí, en el seno de una familia campesina, debiendo cursar sus estudios de primaria en la escuela pública, aunque usted no lo crea.
Ni crea, por tanto, que Pedro Gómez, célebre entre otras cosas por ser uno de los hombres mejor vestidos del país, haya pasado su infancia en medio de la pobreza o -como él dice para moderar la difícil situación de entonces- “con mucha austeridad”.
Pero, no hay que exagerar. Su padre, oriundo de aquel perdido municipio (su madre, en cambio, era de Ubaté), tenía una pequeña finca, algo de ganado y hasta una mina de carbón.
Lo mejor de todo, sin embargo, es que en su familia había un cura. Se trataba de Eliécer Gómez, su tío-abuelo, flamante párroco de La Capuchina, considerado uno de los mejores oradores sagrados de su época, y, como era de esperarse, en torno a él giraba, con autoridad incuestionable, la vida familiar. De ahí que su padre y varios tíos terminaran en el seminario, sin derecho a réplica.
No replicó, entonces, cuando se fue para Bogotá a cursar bachillerato. Y cómo iba a protestar, pues de una parte dejaba a Cucunubá, su tierra natal, y, de otra, llegaba a la capital de la república, donde lo trajeron sus hermanos mayores, cuál de todos mejor colocado. Ya uno de ellos era gerente de la General Electric, a mucho honor.
Y, a falta de seminario, fue a parar en un internado, en el colegio salesiano León XIII, de donde sólo podía salir dos veces al año. “Fue una vida bastante severa”, comenta en tono reflexivo, sugiriendo acaso que ésta fue una de las claves de su envidiable éxito empresarial.
De allí paso a la universidad, naturalmente al Colegio Mayor del Rosario, donde su sólida formación se puso una vez más de presente. Tanto es así que en la sección de bachillerato, donde hizo las veces de pasante, rezaba todas las noches el rosario, así en el fondo de su alma fuera un liberal.
Los milagros tenían porqué llegar. Y llegaron. A pesar de sus muchas privaciones iniciales, al poco tiempo recibió una beca, tuvo derecho a un pequeño apartamento en la propia universidad -¡con baño privado!-, y le pagan por sus buenos oficios la increíble suma de 25 pesos mensuales, “todo un dineral”.
Por ser uno de los mejores estudiantes fue nombrado colegial, título honorífico que le permitía formar parte del cuerpo encargado de elegir al rector, y al término de su carrera de Derecho, en 1952, mereció los honores del caso.
El abogado Pedro Gómez Barrero comenzaba así su vida profesional. De milagro, por lo visto.
A la sombra de Mazuera
Primero lo nombraron juez municipal en Bogotá; luego, del circuito, en Facatativa, y en plena Junta Militar, cuando Fernando Mazuera Villegas era el alcalde de la capital, como personero en lo administrativo, cargo del que saltó al departamento de valorización, como director.
Sin embargo, hubo un paso intermedio: por el aprecio que le tomó Mazuera (a quien, por cierto, no conocía cuando se vinculó a su administración), éste lo nombró su secretario privado, convirtiéndose en su principal hombre de confianza.
Ganó mucho con ese apoyo, como es obvio. En valorización, que le permitió seguir la experiencia de Medellín y para la cual adelantó hondas investigaciones históricas que lo llevaron hasta la Vía Apia en la antigua Roma, tuvo la fortuna de que su propuesta fuese aprobada por el Concejo Admirable, integrado por los siguientes miembros: Gilberto Alzate Avendaño, Augusto Ramírez Moreno, Ernesto Martínez Capella, Ignacio Chiappe Lemos y Alfonso Uribe Maldonado, entre los godos, y de los liberales Pedro Gómez Valderrama, Jorge Gaitán Cortés y Enrique Peñalosa Camargo.
La tarea emprendida fue todo un éxito, asegura. La oficina a su cargo se transformó en uno de los departamentos más importantes del distrito. Sólo que una huelga posterior, liderada por Isabel Lleras de Ospina, terminó dando al traste con el nuevo impuesto, según fallo que luego revocó el Consejo de Estado, cuando ya era imposible hacer efectivos los pagos correspondientes.
A pesar de todo, la amistad con Mazuera Villegas fue su mayor fortuna. Aprendió de él la visión futurista, para construir la ciudad del futuro; le colaboró, como tal, en el diseño de los modernos puentes de la 26, y desde la oficina de valorización participó en el Plan Vial, aquel de donde surgieron las vías que hoy son la columna vertebral de Bogotá: la calle 19, la avenida de los Comuners (o sexta), la carrera 3ª entre la Jiménes y la 26, la avenida de los Cerros (hasta la calle 72) y la avenida Ciudad de Quito (o carrera 30).
Tras su retiro del gobierno y luego de haber montado, en el sitio chic del centro de Bogotá, su oficina de abogado, prestada por su amigo José Manuel Fonseca -“No tenía un peso para comprar los muebles”, observa-, Mazuera lo volvió a llamar cuando por fin había empezado a ganar “buenos honorarios”.
Le ofreció la gerencia de una compañía urbanizadora, fundada por él, por Mazuera, en sociedad con doña María Correa, origen de lo que ahora conocemos como Mazuera & Cía.
Era su vinculación a la actividad urbanizadora, de la que llegaría a ser, con el paso del tiempo, uno de los magnates (y el término es apropiado) en nuestro país.
Pedro Gómez Borrero comenzaba así a “construir” su brillante futuro.
Urbanizador en acción
Doña María Correa y Juan Uribe Holguín crearon por su lado otra urbanizadora, que en su momento llegó a ser la primera. Y llamaron a Pedro Gómez para gerenciarla. Él aceptó de nuevo, cambió de firma, y cómo no iba a hacerlo si hasta le daban, fuera del sueldo, participación en las utilidades.
Allí estuvo cinco años. Lo suficiente para conformar un capital aceptable, con el cual no tuvo ningún temor para independizarse, más aún por su conocimiento y experiencia del negocio en que estaba dispuesto a meterse.
Y lo hizo. Primero fue al sur de Bogotá, con escasas trece “casitas” populares; luego, también al sur, compró unos terrenos que nadie quería por los altos barrancos, emparejados finalmente a punto de buldócer, terrenos que por ello mismo le salieron muy baratos, con crédito bastante favorable, y por último se lanzó al norte, cuando tenía más capital y sus banqueros amigos, entre otras cosas por el éxito de sus proyectos anteriores, le tendieron la mano.
De un momento a otro se le ocurrió no construir sólo urbanizaciones de apartamentos sino casas, que para entonces las solían hacer sus propietarios tras la compra de lotes. “Yo influí mucho en que la gente comprara de una vez la casa”, dice con notoria satisfacción personal.
Idéntica actitud revela al hablar de Unicentro. Añora el instante en que nació la idea durante una reunión de amigos, a quienes les parecía absurdo, inexplicable, que Bogotá careciera de un moderno centro comercial, a diferencia de otras ciudades como Caracas.
Fue así como él invitó a sus contertulios, Juan Pizano de Brigard y Hernando Casas, a resolver la inquietud y reunirse cada martes, a las 10:30 a.m., en torno a esa idea, para evaluar los estudios y definir, poco a poco, el sitio, la magnitud, el carácter y el ambiente de la obra, sin olvidar su rentabilidad.
Al término de sus prolongadas charlas semanales, comprendieron que el costo excedía con creces su capacidad económica, por lo cual invitaron a otras empresas, de las más importantes, a participar: la Federación Nacional de Cafeteros y el Grupo Grancolombiano, entre otras.
Al fin, este sueño “un poco loco” se hizo realidad. El proyecto tuvo enorme éxito y fue el principio de la serie de enormes construcciones, con una arquitectura funcional donde existe un hábitat agradable para la familia, con buen gusto y ciertos detalles que embellecen las obras, todo ello atribuido por él a sus arquitectos, entre quienes destaca a su hermano José Carmen y El chino Herrera. Y, en segundo lugar, el olfato o la visión para los negocios, que complementa con análisis cuidadosos de la zona donde va a construir. Los factores socioeconómicos son decisivos al respecto.
Buena imagen
En los últimos años, Pedro Gómez dedica menos tiempo a los negocios. Para eso tiene sus directivos, que le rinden cuentas en su amplia y elegante sala de juntas, tanto de Pedro Gómez & Cía., la firma constructora, como del resto de empresas donde el grupo es socio: una de flores, otra de financiamiento comercial, una hotelera, alguna finca ganadera…
“¿El grupo -le pregunto a quemarropa- está entre los más poderosos del país?”
“No es mucho el capital”, responde. Y agrega, entre la modestia y el orgullo: No es que estemos entre las empresas más grandes, sino que tenemos muy buena imagen”.
Como se ve, la vida, obra y milagros de Pedro Gómez Barrero dan para mucho rato.
(*) Exdirector del periódico “La República”