Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)
De cara a las próximas elecciones, respuestas a las preguntas más comunes entre los ciudadanos: por qué votar, para qué y por quién, pero también por quiénes no votar. Debate sobre futuro del país.
¿Por qué votar?
El voto es sagrado. Al fin y al cabo, es el gran pilar de la democracia. Pero, ¿por qué? Es lo que intentaré explicar en los siguientes párrafos, aunque sea a vuelo de pájaro.
Al votar, ejercemos la libertad individual, pudiendo cada ciudadano escoger entre los diversos candidatos que se presentan a la contienda electoral y, por tanto, a quienes luego sean nuestros gobernantes. Esa es la esencia de la democracia liberal que identifica al llamado mundo libre.
Así ejercemos, además, la soberanía popular, siendo el pueblo, a través de sus mayorías que se expresan en las urnas, el poder supremo en la democracia, la cual, por definición, es “Gobierno del pueblo”, como todos sabemos.
Más aún: acá, en las votaciones, se ejerce no sólo el derecho fundamental de la libertad, consagrado en la Constitución, sino que se garantiza la igualdad entre los ciudadanos, pues cada voto tiene igual valor, sin que ninguno sea superior o inferior a los demás. En este sentido, todos somos iguales.
Es la igualdad política, claro está. Aquella que nació, a sangre y fuego, en la Revolución Francesa (modelo de la independencia nacional), cuando se dio al traste con regímenes absolutistas, entonces monárquicos, bajo su célebre consigna de “Libertad, Igualdad y Confraternidad”.
En nuestras manos, tenemos la posibilidad de elegir al gobierno, lejos de que alguien nos lo imponga y se perpetúe en el poder a la manera de estados totalitarios. La democracia es, sin duda, el mejor sistema político para no caer en dictaduras o tiranías.
Debe haber, pues, elecciones libres, con plenas garantías electorales y al margen de prácticas corruptas, como la compra de votos, entre muchas otras que todos conocemos… o padecemos.
¿Para qué votar?
Si arriba respondimos a la pregunta “¿Por qué votar?”, dando las razones que nos mueven en tal sentido, veamos para qué, o sea, cuál es el fin que perseguimos cuando depositamos nuestros votos.
¿Qué buscamos? Ante todo, tener un buen gobierno, obviamente en beneficio del país, de la región, de la ciudad y de nuestras familias. Es el bien común, como tanto se ha dicho desde tiempos inmemoriales.
No es poca cosa, en verdad. Para ello, debemos escoger a los mejores gobernantes, a quienes mejor nos representen y, por tanto, a quienes nos garanticen mejores condiciones de vida en términos de empleo, vivienda, salud, educación, etc.
Por eso la democracia moderna aspira, desde sus orígenes, a darnos la felicidad (concepto que ya pocos mencionan) en el marco de principios como la libertad, la igualdad y la fraternidad, fundamento, a su vez, de los derechos humanos o derechos fundamentales consagrados en la Constitución.
Es obvio, sin embargo, que mi voto, o el de cualquier otro ciudadano, no decide quienes resulten elegidos. No. La decisión al respecto es fruto de mayorías electorales que encarnan la voluntad popular, pues el pueblo ejerce así su soberanía, siempre en busca -cabe esperar- del bien común, colectivo, de todos nosotros.
Pero, ¿qué tanto corresponde esto a la realidad? ¿Sí elegimos a los mejores gobernantes, los más honestos, los de mayor preparación intelectual y la experiencia debida -¡con buena hoja de vida!-, aquellos que sean de veras ejemplo para la sociedad, a cuyos intereses sirven, más allá incluso de sus intereses personales?
Ustedes dirán. Y es lo que deben decir, con sus votos, en las próximas elecciones, donde se decide, acaso mucho más que nunca, el futuro de nuestro país, el cual está, literalmente, en sus manos.
¿Por quién votar?
Preguntémonos ahora por quién debemos votar, cuando ya estamos cerca, muy cerca, de las elecciones regionales en Colombia, donde escogemos, entre múltiples candidatos, a los futuros ediles, concejales, alcaldes y gobernadores, quienes habrán de gobernarnos en el siguiente mandato.
Recordemos lo dicho antes al preguntarnos por qué votar y para qué. Dijimos, en efecto, que hemos de elegir un buen gobierno, orientado al bien común, no al beneficio propio sino colectivo. Elijamos, entonces, a quienes nos garanticen esto.
Tal propósito implica, en primer término, que sean personas honestas, con auténtico espíritu cívico, al servicio de los demás y, en especial, de los más necesitados. Mejor dicho, ¡No a la corrupción!
Corruptos, sí, son quienes compran votos, sea con dinero o puestos públicos (lo que ha dado en llamarse clientelismo), poniendo la administración del Estado a su servicio por medio de jugosos contratos en que sacan la mejor parte, haciéndose muy ricos, ellos y sus cómplices, de la noche a la mañana. ¡Mucho ojo!
Pero, ¿cómo sabemos quién es corrupto? En las circunstancias actuales, resulta más fácil porque tales personajes suelen ser conocidos por la comunidad, incluso a través de Google, en redes sociales o por sus hojas de vida, donde aparecen su formación académica y la trayectoria laboral.
¡No hay que votar con los ojos cerrados, ni hacernos los de la vista gorda!
Se requiere -insistamos- que tengan la preparación debida (la cual les permita enfrentar los graves y complejos problemas que nos afectan: corrupción, desempleo, pobreza…), tanto como la suficiente capacidad ejecutiva, aún en su posible equipo de gobierno que es, obviamente, el de la campaña electoral.
Que sepamos, en fin, por quién votar, pero también por quiénes no hacerlo, tema que presentamos a continuación.
¿Por quiénes no votar?
En pasados artículos vimos aquí por qué, para qué y por quién votar en las próximas elecciones. Hoy veremos por quién o quiénes no debemos votar. Ya dijimos que no debemos hacerlo por los corruptos, quienes compran votos, son clientelistas o financian sus campañas con dineros ilícitos.
Pero, hay otra forma de corrupción, tanto o más peligrosa: la que ejercen, casi siempre bajo cuerda o simulando que no están haciendo nada malo, los enemigos de la democracia, que pretenden arrasarla para imponer un régimen totalitario, donde las libertades públicas desaparecen por completo
¿Cómo así? Así como lo oyen: quienes actúan en esa forma, aprovechan precisamente la libertad democrática para elegir y ser elegidos, de modo que, al lograr su propósito de ganar el gobierno en las urnas, proponen reformas que, de no ser aprobadas, las imponen a la fuerza. Sería la Revolución, que llaman.
Y es el peligro que estamos corriendo en Colombia. Digámoslo sin rodeos: lo que se pretende, desde el gobierno nacional, es instaurar un sistema comunista, a imagen y semejanza de otros países (Rusia, China, Cuba, Nicaragua, Venezuela…), llegando, si es necesario, a desatar una guerra civil en nuestro territorio.
No nos llamemos a engaños: el presidente Petro parece ir por ese camino, aunque ojalá estemos equivocados. Para ello, ha debilitado a las fuerzas militares, evitando que nos defiendan ante una toma abusiva del poder, mientras fortalece, en cambio, sus alianzas con grupos irregulares, en nombre de la paz total.
La posición asumida por él, ante el conflicto entre Israel y Palestina, lo confirmaría, pues tomó partido por el Eje del mal que integran países terroristas (Irán, en primer término), dando la espalda a nuestros aliados tradicionales, como Estados Unidos, la Unión Europea y el propio estado judío. Lo que tanto se temía, hoy resulta evidente.
No debemos, pues, votar por candidatos que, a veces sin saberlo -¡idiotas útiles!-, nos llevarían a una guerra civil para destruir la democracia y caer en la dictadura, donde las libertades se pierden y todos seríamos iguales, ¡en la pobreza! Miremos si no hacia Venezuela…
Votar por la democracia
Este domingo los colombianos tenemos que salir a votar. A ejercer, sí, el derecho al voto y ejercerlo con plena libertad, a conciencia, cuando todavía podemos hacerlo. Hoy no sabemos si después, incluso en un futuro cercano, perderíamos ese derecho.
Y es que, para desgracia suya, muchos pueblos en el mundo no lo pueden hacer. Son los llamados regímenes totalitarios, dictatoriales, que dieron al traste con las libertades individuales y con el también sagrado derecho a la igualdad expresada en las urnas, donde todos somos iguales.
Esos pueblos, además, son víctimas de gobiernos que se apropian del Estado como si fuera suyo, por siempre, y hasta de la propiedad privada, de lo que legítimamente pertenece a los particulares, como es su capital, por grande o modesto que sea.
Son los regímenes comunistas, en definitiva. Que hasta ahora en Colombia, por fortuna, no hemos padecido, pues aún nos preciamos de mantener, desde la independencia nacional, la más sólida democracia de América Latina.
Pero, hoy corremos el riesgo de perderla. Sobre esto no podemos equivocarnos. El presidente Gustavo Petro, ya lo sabemos, es comunista; lo ha sido desde su juventud, en la guerrilla, y lo sigue siendo, a juzgar por la forma de ejercer el poder. Él nos lleva, sin duda, hacia el abismo.
Debemos, pues, salir a votar, pero a votar por la democracia, por nuestros derechos fundamentales a la libertad, la igualdad, la propiedad y la vida misma, sin permitir que nadie, ni siquiera el Estado, nos los quiten, que sería robarnos la dignidad y la conciencia, valores supremos del ser humano.
No votemos, en fin, por los candidatos que representan al Pacto Histórico, partido que sigue fielmente el plan macabro del presidente Petro con sus nuevos aliados, a quienes conocemos de sobra. Y punto.
(*) Exdirector del diario “La República”. Magister en Ciencia Política, Universidad Javeriana