Así nació “La República”, el primer diario económico

Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

(Del libro “Liderazgo Empresarial en Colombia”, recién publicado en Amazon)

En 1953, la violencia política se había recrudecido en el país. Departamentos como Tolima eran escenario de cruentos enfrentamientos entre conservadores y liberales, según venía ocurriendo, al menos con mayor intensidad, desde el 9 de abril de 1948, cuando el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado en el centro de Bogotá.

Poco antes, el ya histórico 6 de septiembre de 1952, tuvieron lugar hechos que muestran a las claras cuán grave era la situación de orden público: en la capital de la república, tras el entierro de varios policías masacrados en alguna emboscada, fueron incendiadas las instalaciones de los periódicos El Tiempo y El Espectador, así como las residencias del ex presidente Alfonso López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo, dos de los máximos dirigentes del liberalismo, partido lanzado entonces a la oposición,

Todo esto ocurría durante el gobierno de Roberto Urdaneta Arbeláez, presidente encargado ante el retiro temporal, por motivos de salud, de Laureano Gómez, quien sucedió a Mariano Ospina Pérez luego de ser proclamado candidato único del partido conservador para unas elecciones en las que el liberalismo se abstuvo de participar.

¿Reelección de Ospina?

En tales circunstancias, la posibilidad de reelegir a Ospina para el período siguiente (1954-1958) fue tomando fuerza. Él era visto como el candidato indicado para recuperar la paz, tanto por su pasado gobierno de Unidad Nacional (1946-1950) y la defensa de las instituciones democráticas, sin dejar caer al país en medio de la anarquía durante los días dolorosos de El Bogotazo en 1948, como por su espíritu conciliador, de buenas maneras, discreto y suave, que hasta sus adversarios le aplaudían.

Pero, su peor enemigo era el mandato de turno. En efecto, sus relaciones personales con Laureano se habían roto de tiempo atrás, no sólo dentro de la tradicional división co<nservadora encarnada y dirigida por ambos líderes, sino también porque estos, durante el 9 de abril, tomaron posiciones opuestas, de público conocimiento, ante la petición de El monstruo (como llamaban popularmente a Gómez) para que Ospina hiciera entrega del poder a los militares.

“Más vale un presidente muerto que un presidente fugitivo”, fue la valerosa respuesta del jefe del Estado a quienes le sugerían dimitir para garantizar la seguridad personal y de su familia.

El propio Ospina, a fines del 52, admitió sus aspiraciones reeleccionistas, esta vez con el apoyo de El mariscal Gilberto Alzate Avendaño y su grupo, por lo cual las mayorías conservadoras estaban dadas para adelantar con éxito la futura campaña política, mirada con buenos ojos por muchos liberales.

No así por el gobierno, es preciso insistir. Baste anotar que, cuando la candidatura ospinista se hizo pública el 5 de abril de 1953, “Laureano Gómez manifestó su disgusto”, al decir del historiador Álvaro Tirado Mejía.

Homenaje en problemas

Hubo dos hechos, sin embargo, que acentuaron la división conservadora. El primero, un discurso de Ospina, transmitido por La Voz de Colombia, y, en segundo lugar, la llamada “Gira de la Flota Azul” por Boyacá, factores determinantes del ya cercano nacimiento del diario La República.

Respecto al discurso, conviene reconstruir las circunstancias del momento: al acercarse el quinto aniversario de El Bogotazo, los seguidores de Ospina quisieron rendirle un homenaje por la citada defensa de la democracia ante la arremetida -sostenían- del comunismo internacional para desatar aquí, en Colombia, con el asesinato de Gaitán como punta de lanza, la primera revolución proletaria en América Latina.

El acto estaba previsto, como es obvio, para el 9 de abril de 1953. Y como La Voz de Colombia era la emisora oficial del conservatismo (la única, además); como su gerente, Jorge Osorio Gil, había sido alumno del ex presidente en la cátedra de Economía Industrial en la Universidad Javeriana -donde lo reemplazó en su condición de monitor-, y como el tema de la reelección estaba sobre el tapete, la ocasión era propicia para darle el correspondiente sentido político, así éste se les debiera ocultar a las omnipotentes autoridades palaciegas.

De hecho, estaba programado allí un discurso de Ospina, como plato fuerte del homenaje que se le rendiría en un selecto y elegante banquete. Por fortuna, los ospinistas consiguieron el permiso oficial para transmitirlo por La Voz de Colombia, lejos de precisar sobre qué trataría, ni quién lo pronunciaría.

No obstante, el gobierno nacional prohibió la realización del acto en la fecha propuesta, si bien la autorizó para dos días después, es decir, para el once de abril. Y en cuanto supo que el orador central sería Ospina, de quien se esperaban fuertes ataques a la administración en medio de la proclamación de su candidatura, impartió la orden de revocar el permiso, tarea para la cual se encargó al ministro Jorge Leyva, ex condiscípulo de Osorio Gil.

Leyva buscó a su viejo amigo por mar y tierra. Nunca le encontró por la sencilla razón de haberse escondido para evitar la notificación, aunque ésta le fuera anunciada con enérgicas advertencias que su esposa Pepita recibió en absoluto silencio, confundida.

“Díganle que, si transmite ese discurso, ¡lo meto a la cárcel!”, fue el mensaje que le dejó en su emisora, más como una amenaza que como el chiste que presumía ser por la vieja complicidad que les unía.

Defensa y ataque

El discurso fue finalmente transmitido, sin que el gobierno lo impidiera. Ni silenció, ante la opinión pública, aquella pieza política ejemplar donde Ospina tildó al régimen existente de totalitario e hizo la más sentida apología de su cuatrienio, víctima de los continuos ataques del laureanismo.

“Llegué prácticamente solo al palacio de los presidentes”, fue uno de los apartes que pudo en evidencia la oposición que en la práctica recibió de algunos de sus copartidarios, cuyo líder no era otro que Laureano Gómez, quien respondió, a su turno, con frases implacables, como las que Osorio Gil recuerda de memoria, sin consultar archivos: “Oh, corazón soberbio y vanidoso! ¿Y dónde estaba el partido conservador?”, según consta en proclama transmitida por la Radio Nacional.

Osorio, por su parte, no dio el brazo a torcer. Al contrario, con permiso en mano, se dispuso a repetir la alocución de Ospina, seguramente en respuesta a El monstruo, con tan mala suerte que en plena transmisión llegó el Ejército, fueron decomisadas las cintas que hallaron y, previas disposiciones de Rafaelito Gómez (hijo de Laureano), le exigieron, a quien presidía la junta directiva de La Voz de Colombia, Jesús María Marulanda, la inmediata destitución de su cargo.

“Me aplancharon”, comenta Osorio Gil entre risas, no sin anotar que todavía conserva en su poder una de las copias del controvertido discurso, por cuya gravísima culpa había perdido el puesto.

La idea del periódico

Según Osorio Gil, ahí fue cuando Ospina Pérez acogió la idea de fundar un periódico, donde luego se contaría, en 1954, cómo su nombre estaba proscrito en la prensa liberal y conservadora (cuyas ediciones el gobierno nacional ordenaba recoger cuando aparecía su retrato) y por qué se requería con urgencia un medio de información propio para desvirtuar “las calumnias” del presidente titular e impulsar su recién proclamada candidatura reeleccionista.

Lo llamó a su despacho, recuerda hoy su fiel ex alumno en la Javeriana. “No me gusta que mis amigos se sacrifiquen por mí”, le confesó, en tácita alusión al despido que él había sufrido, por la retransmisión del citado discurso, en La Voz de Colombia.

“¡Fúndeme un periódico!”, fue la orden que le impartió, misión que asumiría de inmediato junto a don Julio C. Hernández (hermano de doña Bertha, la popular esposa de Ospina, y, por ende, su cuñado), que fungía como gerente del diario El Colombiano de Medellín, del que también era copropietario.

La gira por Boyacá

La famosa Gira de Boyacá fue otro hecho significativo, trascendental, digno de mencionar en el marco de la honda división conservadora entre los dos jefes supremos del partido.

Ospina, al parecer, había sido invitado en forma previa para visitar al vecino departamento de vasta tradición goda. Y como no le fue posible contestar a las acusaciones de Laureano, consideró que era oportuno y necesario salir ante el pueblo en defensa de su administración y de su dignidad personal, según manifestó en carta dirigida al presidente (e.) Urdaneta, quien le advirtió sobre los peligros que correría con una gira semejante en un período de tanta violencia.

Hasta circulaban rumores en torno a que las autoridades oficiales querían impedir, a toda costa, la movilización popular, interpretada en los círculos palaciegos como una conspiración contra el régimen.

El presidente Ospina Pérez y la heroína del 9 de abril, doña Bertha Hernández de Ospina Pérez, digna primera dama de la nación.

Mensajes cifrados

El doce de abril de 1953, la caravana partió de Bogotá. Iba encabezada por Ospina Pérez y su esposa, con sus hijos Rodrigo y Fernando; los ex ministros Evaristo Sourdís, Manuel Barrera Parra, Hernán Jaramillo Ocampo, Víctor Archila Briceño y Rafael Azula Barrera, así como otros dirigentes, entre quienes estaban Rafael Naranjo Villegas, Alfonso Patiño Roselli y Alfonso Gómez Zuleta, este último en representación de El Colombiano.

Pero, ¿cómo -se preguntará- burlaron la persecución oficial y, especialmente, la censura de prensa, en la que no era permitido mencionar a Ospina? Lo sucedido es insólito, por decir lo menos: en El Diario de Colombia, dirigido por Alzate Avendaño, aparecieron avisos en clave, anunciando dizque la aparición de una nueva empresa de transporte –Flota Patria– que prestaría sus servicios, a partir de la fecha, entre la capital de la república y Tunja, con estaciones de parada -¡de “los buses con divisa azul!”- en los diversos municipios por donde pasarían los exaltados ospinistas.

“Todo el mundo entendió”, escribió un año después, en memorable edición especial, el primer jefe de redacción del diario La República, Manuel Gutiérrez Luzardo.

Un parte de victoria

Por donde desfilaban, el fervor era enorme. Las crónicas de la época registran la multitud que acompañaba al ex presidente, verdaderas romerías, con grandes carteles de bienvenida en cada pueblo; cómo se agitaban las banderas azules mientras se lanzaban cohetes de pólvora y se echaban a vuelo las campanas, al tiempo que Ospina se transformaba por completo en la correría, haciendo conmovidas intervenciones públicas, ajenas a la acostumbrada mesura de sus palabras.

En Tunja, de otra parte, se sumaron figuras tan representativas como Eliseo Arango, Fernando Londoño Londoño, Jorge Cavelier y Álvaro Ortiz Lozano.

Se había ganado, en fin, la segunda Batalla de Boyacá, en opinión de uno de uno de sus fervientes seguidores.

El posterior regreso a Bogotá fue triunfal, con la satisfacción de haber alcanzado el propósito del reencuentro entre “El presidente de los campesinos” y su pueblo.

Parecían estarse abriendo, de nuevo, las puertas del palacio presidencial.

“El cuñado de Ospina”

Recapitulemos: el país soportaba una terrible ola de violencia; el gobierno de Laureano Gómez, bajo la presidencia delegada de Roberto Urdaneta, enfrentaba la oposición liberal y la honda división interna de su partido, abriéndose paso la candidatura reeleccionista de Ospina Pérez, quien era visto por las mayorías populares como el único dirigente político capaz de conseguir la pacificación nacional.

Ospina, por su lado, sufría la persecución oficial contra sus aspiraciones presidenciales, lejos de permitirle emplear los medios de comunicación existentes, incluso los de su colectividad azul, para refutar los graves cargos imputados.

Fue cuando le propuso a Osorio Gil encargarse de sacar adelante el proyecto de tener un periódico propio, donde pudiera exponer sus ideas con libertad. En realidad, era un proyecto de vieja data, que en alguna oportunidad había discutido con su cuñado Julio C. Hernández, exitoso empresario en la industria periodística.

Y es que don Julio llevaba a cuestas El Colombiano de Medellín, influyente periódico antioqueño de tendencia conservadora, fundado por Francisco de Paula Pérez en 1912. Allí entró a su regreso de Estados Unidos (donde cursó estudios de Administración de Empresas), a fines de la década del veinte, durante la peor crisis capitalista de la historia.

“¡Estás loco! ¡En plena crisis y tú pensando en comprar periódicos!”, le dijo Ospina Pérez -cuenta Guillermo Martínez, ex presidente de Andiarios-.

Pero, no le prestó atención al regaño. Con Fernando Gómez Martínez adquirió la empresa; llegó a vender periódicos -¡como voceador!- en el atrio de la iglesia; libró a su empresa de salir del mercado, a diferencias de tantas publicaciones similares en el país, y hasta se ganó, con su socio, una lotería que les permitió mayor capitalización, no sin pagar primero todas las deudas.

Pues bien, consolidado El Colombiano tras enormes esfuerzos, Ospina le sugirió el traslado del diario a Bogotá, a lo cual respondió sin rodeos, con el debido respeto, que ello no era posible porque “el periódico ya forma parte -le dijo- de la vida antioqueña”

“Es mejor que haya otro periódico en Bogotá, con el apoyo de diarios regionales como El Colombiano, La Patria de Manizales y El País de Cali”, anotó a modo de cordial sugerencia, pensando obviamente que los propietarios y directores de dichas publicaciones eran, como él, ospinistas confesos, amigos de la reelección.

Ya viene en camino

A Ospina, entonces, debe haberle gustado la idea que coincidía, a la perfección, con la iniciativa formulada a Osorio Gil, quien ipso facto contrató una oficina por San Victorino en Bogotá, ocupada hasta hacía poco por Hernán Jaramillo Ocampo, otro abanderado de la nueva idea en su carácter privilegiado de hombre de confianza del ex presidente.

Luego vinieron la formación del grupo promotor, las reuniones semanales en aquella oficina y la creación de Editorial El Globo, sociedad cuyo objeto -rezan los estatutos, escritos por Jaramillo Ocampo y Osorio Gil- es el de “fundar y explotar una empresa editorial para hacer toda clase de trabajos relativos a ese ramo de negocios”, así como “fundar y organizar un periódico que trabajará por los grandes intereses nacionales y estará siempre inspirado en el dogma católico y en el pensamiento conservador”.

Las escrituras correspondientes datan del diez de julio de 1953, o sea, a escasos tres días de que al teniente general Gustavo Rojas Pinilla diera “El golpe de opinión” a Laureano Gómez, golpe declarado legítimo por la Asamblea Nacional Constituyente presidida por Ospina Pérez, quien estaba seguro todavía de su posterior reelección al retornar la normalidad democrática y la respectiva convocatoria a las urnas.

Rojas era visto “como el hombre providencial para salvar al país del desastre”, al decir de un prestigioso ensayista.

La República estaba a un paso de su nacimiento.

(*) Exdirector del periódico “La República”