Discurso anticorrupción de Gustavo Petro: del dicho al hecho hay mucho trecho.

Tomado del Periódico UNAL/, 9 de agosto de 2022. Templo Histórico de Villa del Rosario. Foto wikipedia.org

Juan Gabriel Gómez, profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (Iepri), Universidad Nacional de Colombia

Uno de los principales escollos que debe superar el presidente y su gobierno es la gestión clientelar del apoyo de partidos políticos hasta hace unas semanas opuestos a su propuesta de gobierno. Existe la profunda preocupación de que, en vez de un cambio virtuoso, la inercia de las viejas prácticas termine por imponerse.

Este domingo 7 de agosto los símbolos y la retórica acompañaron el cambio de mando, en el que por primera vez gobernará la izquierda. Foto: Juan Barreto-AFP.

Este domingo 7 de agosto los símbolos y la retórica acompañaron el cambio de mando, en el que por primera vez gobernará la izquierda. Foto: Juan Barreto-AFP.

La posesión de Gustavo Petro como presidente y de Francia Márquez como vicepresidenta es el inicio de un capítulo inédito en la historia de Colombia. Por primera vez llega a la Casa de Nariño un gobierno declarado de izquierda, con una agenda de redistribución de la riqueza, una política ambiciosa por incluir en la vida nacional a sectores con una larga historia de marginación y de superación de la violencia, y un compromiso de respeto a la naturaleza mucho más decidido que el de gobiernos anteriores.

Aunque los símbolos y la retórica de este nuevo gobierno también contrastan con los de sus predecesores, comparte con ellos un mismo predicamento: entre los propósitos formulados en su posesión y su realización a lo largo de los próximos cuatro años hay un camino bastante largo, usualmente lleno de tropiezos y dificultades.

En política, como en otros ámbitos de la vida, no hay una correspondencia lineal entre buenas intenciones y logros virtuosos. El trecho que hay entre el dicho y el hecho suele ser siempre más largo de lo que uno cree, lleno de vericuetos y pasos escarpados, pues la realización de propósitos colectivos depende de la acción concertada y consistente de muchas personas.

Es preciso tener presente que una característica de muchas empresas humanas es la propia inconsistencia, esto es, la realización de actos que desdicen de la intención declarada. Esa inconsistencia puede ser solo aparente –el observador puede no entender el plan con el cual el gobernante procura alcanzar su propósito–. No obstante, también puede ser más profunda, causada por un balance equivocado de los valores en juego y los intereses en conflicto, un balance que a la postre termina por frustrar el logro que el gobernante se propuso.

Gustavo Petro se encuentra en esta situación. Tiene que lograr el apoyo de partidos en el Congreso de la República que hasta hace menos de un mes habían respaldado políticas opuestas a las que él propone ahora. Como en otros regímenes políticos basados en la competencia electoral, tendrá que obtener ese apoyo mediante la realización de intercambios clientelistas. Para lograr los votos que le permitan sacar adelante sus políticas, el gobierno tiene que darle a los partidos acceso a cargos y recursos con los cuales puedan aumentar la probabilidad de ganar las próximas elecciones. La forma en la cual el presidente realice este balance definirá ni su su estilo de gobierno ni la realización de los propósitos que formuló en su discurso de posesión.

Desde una perspectiva idealista, romántica, en el sentido peyorativo de la palabra, la realización de ese balance es fustigada sin cesar. Quienes llevan a cabo tal fustigamiento, conciben la política como una actividad en la que abundan el cinismo y la inmoralidad; de ahí que la pinten sucia y la consideren casi que aborrecible.

Por el contrario, desde un punto de vista “realista”, esos intercambios clientelistas son el precio que hay que pagar para alcanzar un bien mayor, en este caso la corrección de profundas injusticias históricas que han mantenido a gran parte de la población marginada del acceso a cargos de autoridad e influencia, excluida de la participación de la riqueza y atada a un modelo de desarrollo insostenible.

Capacidad y probidad en postulaciones

La gloriosa Constitución Política de 1821. Imagen de Señal Memoria.

Para quienes comparten muchos de los propósitos formulados por Gustavo Petro, y para su propio gobierno, la gran pregunta es: ¿cuándo los intercambios clientelistas se convertirán en un obstáculo a la realización de esos propósitos? De entrada hay una respuesta bastante clara: cuando los intercambios clientelistas se convierten en intercambios corruptos. Clientelismo y corrupción no son lo mismo, aunque es usual que se traslapen.

En política uno puede participar en intercambios de favores sin que ello signifique violar la ley o privilegiar un interés particular sobre el interés general. Un gobernante puede seguir una política anticorrupción sin compromisos, si somete los intercambios clientelistas a la regla de que toda postulación que hagan los partidos para un cargo público debe ser de personas de reconocida capacidad y probidad, y de que todos los contratos se realicen con la mayor transparencia y cuidado.

Los presidentes del Senado y de la Cámara de Representantes han recibido muchas críticas por la manera como han manejado la elección del próximo Contralor General de la República. Foto: Juan Pablo Pino-AFP.

Los presidentes del Senado y de la Cámara de Representantes han recibido muchas críticas por la manera como han manejado la elección del próximo Contralor General de la República. Foto: Juan Pablo Pino-AFP.

En otras palabras, si el gobernante rechaza las postulaciones de personas que no son capaces o no son honestas hasta que le presenten candidatos que sí lo sean, y si se niega a completar procesos de contratación opacos y turbios hasta que la contratación sea correcta en todos los sentidos, entonces ese gobernante logrará equilibrar el logro de sus objetivos dentro del marco legal, y al mismo tiempo satisfacer el apetito político de las fuerzas de las que depende para alcanzar ese logro.

Ese balance es el que ha empezado a desdibujarse por cuenta de decisiones del propio Petro y de miembros de su coalición. El nombramiento de Guillermo Reyes como ministro de Transporte –quien fuera cuestionado por haber realizado plagio– es una mancha que no cae con ninguna retórica de cambio. Esta Cartera tiene la responsabilidad de manejar un presupuesto, y sobre todo procesos de contratación de cuantías bastante considerables. ¿Por qué entregarle esa responsabilidad a esta persona?

Clientelismo y corrupción podrían desdibujar carácter del nuevo gobierno

Tanto, o quizá más grave que lo anterior, ha sido la forma en que el presidente del Senado, Roy Barreras, y el de la Cámara de Representantes, David Racero, han manejado el proceso de selección del nuevo Contralor General de la República, y el silencio que ha guardado Gustavo Petro con respecto a dicho manejo.

El presidente del Senado ha hecho gala de uno de los peores defectos de la izquierda: soslayar la gravedad de la corrupción al compararla con el drama de la pobreza y las desigualdades injustificables. Se trata de una posición deleznable pues la corrupción es una gran generadora de desigualdad.

Barrera y Racero han encarnado, además, otro grave defecto de la izquierda: asumir una visión instrumentalista del derecho según la cual la ley se estira y se encoge acorde con la realización de un supuesto mandato popular. El mandato popular suele ser indefinido; es más un voto de confianza para la realización de unos propósitos. De todos modos, incluso con esta visión jacobina de la democracia e instrumentalista del derecho es difícil justificar la elección de un contralor de bolsillo.

Nadie le pide al Pacto Histórico que promueva la elección de un contralor de oposición, que se convierta en un palo en la rueda y dificulte el logro de los objetivos de este gobierno. Sin embargo, al promover el nombramiento de una persona adepta a la coalición gobernante, el mensaje que envían estos dos políticos, así como sus conmilitones, es que no quieren una vigilancia seria sobre la acción del ejecutivo y también del legislativo.

La ilusión de cambio no puede desdibujarse por cuenta de los vicios de la politiquería tradicional.

La ilusión de cambio no puede desdibujarse por cuenta de los vicios de la politiquería tradicional.

El senador Gustavo Bolívar es hoy el miembro del Pacto Histórico que más claramente ha hecho advertencias acerca de los peligros de que el clientelismo y la posible corrupción desdibujen el carácter del nuevo gobierno. Su voz encarna la preocupación que muchos tenemos de que, en vez de un cambio virtuoso, la inercia de las viejas prácticas termine por imponerse.

Se trata de una preocupación que el mismo Gustavo Petro también ha expresado, evidente cuando afirma: “si yo fallo, vienen las tinieblas que arrasarán con todo”. No le falta razón. Si nos miramos en el espejo de Brasil, donde hace casi dos décadas llegó al poder un partido de izquierda, deberíamos saber que la corrupción y los escándalos que ella provoca pueden dar lugar a graves regresiones autoritarias, como la que permitió la elección de Jair Bolsonaro.

Cuando la ilusión de cambio se desdibuja por cuenta de los vicios de la politiquería tradicional queda abierto el camino para que se consoliden opciones regresivas, enmarcadas en un mismo formato populista de rechazo al establecimiento, que la izquierda latinoamericana ha encarnado por mucho tiempo.

El peso de lo simbólico

Conviene hacer una observación acerca de uno de los símbolos usado por el presidente Gustavo Petro en su posesión: la espada de Bolívar. Este dijo que esa espada se envainará cuando haya justicia en Colombia. Se trata de una condición muy difícil de cumplir, si no imposible, pues la experiencia de la injusticia suele acompañar la dinámica de conflicto de todas las sociedades.

Lograr la justicia es más un horizonte que una meta definida. Esta crítica puede ser, empero, menos importante que el cuestionamiento al hecho de que Petro haya congregado al pueblo colombiano solamente en torno a un símbolo de fuerza, prescindiendo de la referencia al derecho al cual esa fuerza debe estar sometida.

La espada de Simón Bolívar es uno de los objetos más representativos de la libertad que consiguió Colombia como nación. Foto: Juan Barreto-AFP.

La espada de Simón Bolívar es uno de los objetos más representativos de la libertad que consiguió Colombia como nación. Foto: Juan Barreto-AFP.

Para hacer más potente la invocación simbólica que hace Petro, y más consecuente con el respeto a la Constitución y a la ley que él ha jurado respetar como presidente, debería poner la Constitución de 1821, nuestra primera gran constitución nacional, por encima de la espada de Bolívar.

Se trata de un ejercicio que remediaría la inconsecuencia histórica de Bolívar . En efecto, este propuso reformar esa constitución antes de que se cumpliera el plazo que ella misma había establecido para su revisión; luego de que fracasara el intento de reformarla, Bolívar desconoció su texto y se declaró dictador. Esto es, puso su espada por encima de la Constitución.

Si el mensaje que Petro envió hubiera sido este, entonces estaríamos de veras en el prólogo de una regresión populista. Espero que no sea ese el caso y que, más temprano que tarde, ponga la Constitución por encima de la espada. Como lo escribiera José Joaquín Camacho en enero de 1811, “la constitución es el hilo de Ariadne que nos conduce en el laberinto de la sociedad.”

www.unperiodico.unal.edu.co