El cambio extremo de Petro

Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

Lo que nadie esperaba de Gustavo Petro es que los cambios prometidos, durante la pasada campaña electoral, empezaran con él. Pero, así fue. Ya en la segunda vuelta se le notaba el cambio, tanto que muchos de quienes le conocemos de vieja data no podíamos creerlo. “¡Es otro!” nos dijimos, incrédulos.

Y, tras su elección presidencial, sí que ha sido notorio ese cambio extremo. Incluso en su primer discurso como presidente electo, al celebrar el triunfo de aquel día en las urnas (cuando era tan fácil salirse de casillas por la emoción), fue prudente, respetuoso, sin insultos, en tono bastante conciliador, mientras hablaba de paz y amor con un tácito mensaje de gratitud a Dios, mencionado de paso.

 ¿Qué ocurrió?, nos preguntamos. ¿Dónde quedó el joven combatiente del M-19, dispuesto a tomarse el poder con las armas? ¿Dónde, su carácter enérgico, a veces radical, que lo acercaba tanto a la figura de Gaitán, enfrentado a las oligarquías, al país político y la corrupción, repitiendo aquí y allá, con elocuencia, tesis de clara estirpe marxista?

¿Dónde, en fin, dejó al opositor sin cuartel que le ha identificado a lo largo de su carrera política, como parlamentario y candidato presidencial en ocasiones anteriores, enfrentado con pasión al gobierno de turno, cualquiera fuese, y al sector privado, a los empresarios, al establecimiento o el sistema, con aires anarquistas?

En tales circunstancias, no es de extrañar que millones de colombianos -¡casi la mitad de los electores en los recientes comicios!- le temieran, más aún cuando se veía cerca, muy cerca, de Chávez -su amigo personal- y de su Revolución Bolivariana -enarbolando la espada de Bolívar que tanto exalta- o del Socialismo Siglo XXI, listo a alinearse con los dictatoriales gobiernos comunistas de Cuba, Venezuela y Nicaragua, para empezar.

Temíamos, pues, lo peor: que la dictadura del proletariado estuviera a las puertas de Colombia, nada menos. Como para salir corriendo, pensaban algunos, quienes empezaban a preparar maletas, rumbo al exterior.

Vino el cambio, sin embargo. Ahora se ve a un Petro moderado, no tan radical, como de auténtico socialdemócrata, aunque no lo confiese (acaso por cuidarse de la reacción contraria en su grupo más lanzado a la izquierda); acogió en la campaña, y en su gobierno a la vista, a personalidades que venían combatiéndole de tiempo atrás, sin importar que fueran representantes del neoliberalismo y pertenecieran al selecto grupo que ha manejado al país en las últimas décadas (César Gaviria y Hommes, en primer término).

Para mayor sorpresa, se embarcó en un Gran Acuerdo Nacional, donde todos los colombianos quepamos, sin excluir siquiera a narcotraficantes y disidentes de las Farc, a miembros del ELN, al ex presidente Álvaro Uribe, al liberalismo en pleno y a otras colectividades políticas, con las cuales conformaría las mayorías parlamentarias que le permitan sacar adelante sus proyectos de reforma en diversos campos: impuestos, pensiones, reforma agraria…

El temible opositor de otrora, en consecuencia, no tendrá oposición o al menos ésta no sería tan nutrida y fuerte como se aseguraba aún al darse su victoria en segunda vuelta. ¡Vaya paradoja! Ni siquiera los más optimistas, ilusos si se quiere, lo habrían esperado.

Gajes de la política, sobre todo en un país como el nuestro, donde la ficción -como en el realismo mágico de García Márquez- se hace realidad a cada momento, por absurda que parezca. Vean ustedes, pues.

(*) Escritor y periodista. Ex director del periódico “La República”