El humor de “El coronel no tiene quien le escriba»

por Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

Al conmemorarse hoy, 21 de octubre, cuarenta años de la entrega del Premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez en 1982, repaso de “El coronel no tiene quien le escriba” (su mejor obra, en opinión de algunos críticos) para gozar con sus apuntes de buen humor, reflejo del mamagallismo que identificaba al célebre novelista costeño.

Paraguas de circo:

“Mira en lo que ha quedado nuestro paraguas de payaso de circo -dijo el coronel (a su esposa) con una antigua frase suya. Abrió sobre su cabeza un misterioso sistema de varillas metálicas-. Ahora sólo sirve para contar las estrellas”.

Muerte natural en guerra:

En plena violencia política, el coronel se vistió como el día de su matrimonio para ir a un entierro.

“Estás como para un acontecimiento”, dijo la esposa.

-Este entierro es un acontecimiento -dijo el coronel-. Es el primer muerto de muerte natural que tenemos en muchos años”.

Desconcierto del difunto:

En el velorio de un amigo de su hijo Agustín, el coronel “volteó la cabeza y se encontró con el muerto. Pero no lo reconoció porque era duro y dinámico y parecía tan desconcertado como él.”

Estado de sitio por el músico:

El entierro del amigo de Agustín no podía pasar frente al cuartel de policía porque en el pueblo había estado de sitio.

“Pero esto no es una insurrección -dijo el coronel (a don Sabas)-. Es un pobre músico muerto.”

¡Ese gallo es un fenómeno!:

Mientras el coronel y los amigos de Agustín hablan maravillas sobre el gallo al que consideran invencible, la esposa dice, aguándoles la fiesta: “No sé qué le han visto a ese gallo tan feo. A mí me parece un fenómeno: tiene la cabeza muy chiquita para las patas”.

Virtudes de la esposa:

Descripción de la esposa del coronel: “Era tan menuda y elástica que cuando transitaba con sus babuchas de pana y su traje negro enteramente cerrado parecía tener la virtud de pasar a través de las paredes”.

Cantos para la bilis:

Cuando la esposa comenta que si ya hubiera pasado el primer aniversario de la muerte de su hijo Agustín se pondría a cantar, el coronel le dice: “Si tienes ganas de cantar, canta. Eso es bueno para la bilis”.

La hora de la muerte:

“Se murieron los enfermos”, es el irónico saludo del médico al coronel y su esposa cuando llega a visitarlos.

“Así es, doctor”, le dice el coronel. Y agrega: “Yo siempre he dicho que su reloj anda con el de los gallinazos”.

Asma para un siglo:

Tras el examen de rigor, el médico dice sobre la salud de la esposa del coronel: “Esta paciente está mejor que yo. Con un asma como esa yo estaría preparado para vivir cien años”.

El envenenamiento:

Continúa el diálogo entre la esposa del coronel y el médico.

“Espérese y le caliento el café”, dice la mujer al médico, quien le responde: “No, muchas gracias. Le niego rotundamente la oportunidad de envenenarme”.

“Gracias por la flor”:

Sigue el diálogo del médico, pero ya con el coronel, quien, bastante molesto por lo que dice su esposa sobre la fiebre que él tuvo en la noche, comenta: “El día que me sienta mal no me pongo en manos de nadie. Me boto yo mismo en el cajón de la basura”.

“Gracias por la flor”, le dice el médico.

El pájaro carpintero:

“Tengo el cerebro tieso como un palo”, le comenta la esposa al coronel, quien dice: “Siempre lo has tenido así” y, al observar “el cuerpo de la mujer enteramente cubierto de retazos de colores”, anota: “Pareces un pájaro carpintero”.

-Hay que ser medio carpintero para vestirse, dice ella.”

Solución a la censura:

Al criticar la censura de prensa en su época, el coronel dice: “Desde que hay censura los periódicos no hablan sino de Europa”. Y agrega: “Lo mejor será que los europeos se vengan para acá y que nosotros nos vayamos para Europa. Así sabrá todo el mundo lo que pasa en su respectivo país”.

Cine clásico:

“¿Cuándo fuiste al cine por última vez?”, preguntó el coronel a su esposa.

“En 1931 –dijo ella-. Daban La voluntad del muerto.

-¿Hubo puños?

-No se supo nunca. El aguacero se desgajó cuando el fantasma trataba de robarle el collar a la muchacha.”

Hueso pelado:

El coronel “sufrió una recaída”. Y “cuando surgió de la crisis, la mujer lo reconoció con estupor.

-Estás en el hueso pelado -dijo-

-Me estoy cuidando para venderme -dijo el coronel-. Ya estoy encargado por una fábrica de clarinetes.”

Entre camaradas:

“El gallo estaba perfectamente vivo frente al tarro vacío. Cuando vio al coronel emitió un monólogo gutural, casi humano, y echó la cabeza hacia atrás. Él le hizo una sonrisa de complicidad.

-La vida es dura, camarada.”

A comer ilusiones:

“-Es un gallo contante y sonante -dijo (el coronel a su esposa)-… Nos dará para comer tres años.

-La ilusión no se come -dijo la mujer.

-No se come, pero alimenta -replicó el coronel-.”

Hirviendo piedras:

En otra discusión por la falta de dinero y la necesidad de vender lo poco que les queda para no morirse de hambre, la esposa dice al coronel, tras regañarlo por no “darse cuenta de los problemas de la casa”: “Varias veces he puesto a hervir piedras para que los vecinos no sepan que tenemos muchos días de no poner la olla”.

Dios en la política:

Ante el terror de su esposa por un fuerte aguacero y “el trueno (que) se despedazó en la calle”, “el coronel sonrió.

-Esto te pasa por no frenar la lengua -dijo-. Siempre te he dicho que Dios es mi copartidario”.

Error de difuntos:

Al contarle al coronel que ella tiene “pesadillas todas las noches”, la esposa recuerda: “La semana pasada se me apareció una mujer en la cabecera de la cama”, a quien -dice- “tuve el valor de preguntarle quién era y ella me contestó: Soy la mujer que murió hace doce años en este cuarto.

-La casa fue construida hace apenas dos años -dijo el coronel.

-Así es -dijo la mujer-. Eso quiere decir que hasta los muertos se equivocan.”

El de la Avena Quaker:

“Quédate así como estás” -dijo el coronel a su esposa, “sonriendo-. Eres idéntica al hombrecito de la Avena Quaker.

Ella se quitó el trapo de la cabeza.”

La pensión que ya viene:

Ante la posible venta del gallo, le preguntó la esposa al coronel: “¿Y ahora qué haces?

-Estoy pensando -dijo el coronel.

-Entonces está resuelto el problema. Ya se podrá contar con esa plata dentro de cincuenta años.”

Pobreza sanadora:

Tras examinar a don Sabas, el médico comenta: “Habrá que fusilarlo. La diabetes es demasiado lenta para acabar con los ricos”. Y agrega: “La pobreza es el mejor remedio contra la diabetes”.

“Gracias por la receta”, dice don Sabas.

Sin quitarse el sombrero:

Al decirle don Sabas que esa tarde no había encontrado “ni el sombrero” cuando salió a buscar al coronel, éste le dice: “No lo uso para no tener que quitármelo delante de nadie”.

Médico urge médico:

“¿Y usted cómo está doctor?”, preguntó el coronel al médico, quien “se encogió de hombros.

-Regular -dijo-. Creo que estoy necesitando un médico”.

Don Sabas, el caníbal:

“Ese animal (el gallo) se alimenta de carne humana”, dijo el coronel al médico.

“El único animal que se alimenta de carne humana es don Sabas”, aclaró el médico.

Rosas para cerdos:

“Me gustaría sembrar las rosas”, dijo la esposa al mirar por una ventana.

“Si quieres sembrar las rosas, siémbralas -dijo el coronel.

-Se las comen los puercos –dijo ella.

-Mejor. Deben ser muy buenos los puercos engordados con rosas”.

Zapatos usados:

“Si no te pones los (zapatos) nuevos no acabarás de amansarlos nunca”, dijo la esposa al coronel.

“Son zapatos de paralítico -protestó el coronel-. El calzado debían venderlo con un mes de uso”.

Moisés, el sirio:

El sirio Moisés “era un oriental plácido forrado hasta el cráneo en una piel lisa y estirada, con densos movimientos de ahogado. Parecía efectivamente salvado de las aguas”.

(*) Escritor y periodista. Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua