Historia de “Olímpica» en sus setenta años

Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

El primero en llegar a Colombia fue su tío Nicolás, quien le siguió los pasos a un paisano suyo de apellido Fayad, salido de Damasco, quien se vino con su mujer a fines del siglo XIX, hacia 1880, y llegó a Lorica, donde alcanzó gran éxito en el comercio, y, como no tuvo hijos, pidió en 1920 a su familia que le enviaran dos sobrinos para vincularlos a sus negocios y sacarlos adelante.

Nicolás, quien apenas tenía 22 años de edad, era amigo de esos muchachos y decidió acompañarlos en su largo viaje hasta América, también para huir de la persecución y discriminación religiosa que ellos, como fieles cristianos, padecían frente a las aplastantes mayorías musulmanas en Siria. Llegaron, pues, como desplazados.

Al poco tiempo, el joven pionero, de apellido Char, ya tenía un pequeño almacén, gracias a la generosidad del señor Fayad. De ahí que, con sus primeras ganancias, pocos meses después pudo enviarles tres monedas de oro a sus padres, los cuales no habían salido aún de su sorpresa y su inmensa alegría de poder al fin cubrir los gastos de sus otros ocho hijos, cuando les llegaron tres monedas más.

“¡Nicolás llegó a El Dorado!”, decían orgullosos.

La llegada del padre

Fue entonces cuando Ricardo, futuro padre de Fuad Char y hermano de su tío Nicolás, decidió tomar el mismo camino, en busca de fortuna. Así se apareció en Lorica un buen día de 1926 para hacer lo que sabía: trabajar como joyero, con su propio taller artesanal, para vender cadenas, aritos y anillos, entre otros adornos del oro que él mismo fundía en un horno.

Ricardo Char montó, pues, su taller y durante un lustro los habitantes de Lorica lo vieron pasearse con su maletín por las calles, vendiendo sus productos de casa en casa, hasta cuando no aguantó más el intenso color del horno, ni el trabajo tan duro, y prefirió montar un almacén de telas, igual que otros muchos emigrantes árabes, no sólo sirios como él.

En 1936 -recuerda Fuad Char, su hijo, el flamante propietario de Olímpica y del equipo Junior de Barranquilla, según lo saben todos los costeños y no pocos colombianos de muchas regiones-, se casó con su madre, oriunda de Líbano, de su natal Beirut, cuando era una adolescente. “Ahí empezó nuestra familia”, dice Fuad, mientras mira por la ventana de un alto edificio que es igualmente suyo, pensando con nostalgia en sus padres.

A Barranquilla y Cartagena

Por fortuna, a su padre Ricardo le fue tan bien en el almacén de telas que logró formar con el tiempo un pequeño capital que se reducía simplemente a la tienda y una finquita con vacas y terneros de engorde, suficiente al menos para vivir dignamente. En 1952, con varios hijos a cuestas, se fue rumbo a Barranquilla, La Puerta de Oro de Colombia.

Compró una cacharrería ya existente, situada en la calle 30 (la del tradicional Mercado Público), cuyo nombre también adquirió en 1953, sin imaginar siquiera que su familia llegaría a identificarse con él durante varias décadas: Almacén Olímpicos, donde se vendían desde botones e hilos hasta agujas para coser y correderas, productos conocidos como cacharros.

Fuad Char, que era el hijo mayor, se fue a estudiar a Cartagena, en el Colegio La Esperanza, donde fue internado según la costumbre de aquella época. Y cuando terminó bachillerato, con apenas 16 años de edad, llegó donde su padre para expresarle el deseo de cursar la carrera de medicina en Bogotá, en la Universidad Javeriana.

“¡No!”, fue la enérgica respuesta que recibió con la debida autoridad paterna, según la cual debía unirse al negocio familiar para ser también un comerciante, igual que sus antepasados. Muy a su pesar, tuvo que aceptar la decisión. Y así estuvo durante seis meses interminables, dedicado a la venta de cacharros, en medio del total aburrimiento y la rabia contenida.

Por la Escuela Naval

Por fortuna, algún día vio un aviso en el periódico local, en el que la Escuela Naval de Cadetes, con sede en Cartagena, invitaba a jóvenes bachilleres para alistarse en la Marina. La inscripción sólo valía $400 y él se los consiguió con un tío, no con su padre que volvió a darle una rotunda negativa. Y de 35 aspirantes que se presentaron en la ciudad, ¡él fue uno de los dos escogidos!

Fuad Char estuvo un año en la Escuela, donde se graduó con honores, con las mejores notas que lo hicieron merecedor de ser otra vez elegido entre muchos para realizar su carrera naval, durante cuatro años, en una prestigiosa academia norteamericana, en Virginia.

No pudo, sin embargo, cumplir su nuevo sueño, todo porque en su viaje de despedida en Barranquilla, cuando faltaban pocas horas para irse a Estados Unidos, su papá fue atropellado por un carro, se fracturó una pierna y no pudo caminar durante varios meses, situación que generó la temida decisión materna.

“Tienes que abrir mañana temprano el almacén”, le dijo su madre mientras le entregaba las llaves del local. “Necesitamos eso para vivir, para comer. Si no, ¿qué va a ser de nosotros?”, le inquirió para silenciar las atropelladas razones que él le lanzaba, sin ser oído.

¡Precios de ganga!

A las 8:30 a.m., cuando Fuad Char abrió el negocio, se le apareció un señor muy elegante, quien se identificó como gerente del Banco Popular, “de la sucursal del frente”, y le advirtió, con toda seriedad, que no girara un cheque más porque su padre tenía un sobregiro de $10 mil, suma bastante elevada en aquel tiempo, a mediados del siglo pasado. Le dijo eso y se fue, sin despedirse.

Pero, esto fue apenas el comienzo. En el curso del día, vio alarmado que nadie entraba al almacén; que los transeúntes pasaban de largo, sin mirar, y que no se vendía un peso, a diferencia de los otros negocios de la misma cuadra.

“¿Qué pasa aquí?”, preguntó a sus empleados. “Es que su papá vende muy caro”, respondieron al unísono. En principio no les creyó, aunque no tuviera motivos para ponerlo en duda. No tardó en tenerlos, sin embargo. Cuando un parroquiano llegó y, al pedir dos cartones de Alka Seltzer, no quiso llevarlos porque al lado costaban treinta centavos menos, ¡Fuad bajó el precio de inmediato!

Estaba obligado a hacerlo. Al fin y al cabo, las facturas por pagar, que colgaban de un gancho enorme, superaban con creces las pagadas; el valor del inventario ascendía a $80 mil, mientras las deudas eran más de $100 mil, y a fin del mes no pudo pagar sino en forma parcial, con las ventas del día, a sus trabajadores, si bien con el compromiso de darles después el resto.

Fuad Char, cabeza de familia y del grupo.

Se vio, pues, forzado a bajar el precio del Alka Seltzer, cuyo precio de compra por cartón era de $4, según constaba en la factura correspondiente. Prefirió, entonces, ganar apenas veinte centavos, no los cincuenta que exigía su padre, asegurando la venta del producto, la satisfacción del cliente y las ganancias respectivas, aunque fueran modestas.

Lo mismo hizo con la totalidad de los artículos, aplicando la fórmula recién descubierta. De hecho, los resultados positivos fueron inmediatos, crecientes, con más y más clientes que llegaban al negocio y salían con las manos llenas, no porque se hubiera hecho alguna campaña publicitaria o de marketing sino porque la noticia de los precios bajos pasaba de boca en boca.

Y cuando decidió transformar el negocio en droguería -¡primera de las Droguerías Olímpica!-, cansado de vender botones y encajes para pasarse a medicamentos -¡que entonces producían allí con fórmula médica!- y otros productos populares (Leche de magnesia, Emulsión de Scott…), las ventas se dispararon: ¡en seis meses, de $10 mil mensuales a $200 mil!

Como es obvio, Fuad Char no se cambiaba por nadie.

Nace la Cadena Olímpica

Su padre, por el contrario, puso el grito en el cielo cuando a comienzos del año siguiente volvió al negocio y lo encontró distinto por completo, ¡con precios por el suelo! “¡Eres un estúpido!”, le dijo mientras gritaba que nadie podía vender así, con ganancias mínimas, irrisorias. Y como empezaron las discusiones, sin llegar a ningún acuerdo, Fuad prefirió tomar las de Villadiego.

Rompió las relaciones comerciales con su padre, claro está. Pero, no con el negocio, ni con las ventas, ni con la actividad económica que ahora ejercía con pasión. No. Consiguió un local a la vuelta de la esquina, habló con el dueño para que se lo alquilara y logró, sabrá Dios cómo, que su padre le firmara el contrato de arriendo por la sencilla razón de que él era todavía menor de edad.

Gracias a sus contactos con los proveedores y el cumplido pago de sus obligaciones, el negocio se surtió con mercancías de todos lados; los clientes, que había conseguido por su estrategia de ventas, lo siguieron de inmediato, al tiempo que regaban la buena noticia en la ciudad –“En Olímpicas venden muy barato”, decían-, y en un abrir y cerrar de ojos la tienda se creció, igual que antes.

A los tres meses de haber emprendido esta nueva etapa, su padre lo llamó para decirle que se encargara de ambos almacenes, obviamente incluido el suyo que volvió a vender $10 mil mensuales, y ante la sorpresiva expansión del negocio llevó a su hermano menor, de 16 años, para ayudarle en la próspera empresa familiar, a la que no tardaron en vincularse otros dos hermanos

“Ese fue el comienzo de la Cadena Olímpica”, recuerda Fuad Char, quien explica cómo fueron surgiendo la tercera y la cuarta hasta la séptima droguerías de Barranquilla en menos de cuatro años, a las que se sumaron la de Cartagena en 1960 y la primera Supertienda en 1968, convirtiéndose así en el pionero de este tipo de grandes negocios comerciales en la Costa Caribe.

La Supertienda fue un éxito. Por el sitio en gran medida, pues tuvo el acierto de ponerla al frente del Mercado Público, donde mucha gente “hacía el mercado”, ¡con precios en un 20% por debajo a los de sus vecinos competidores! Y luego, en poco tiempo, abrió tres más en la ciudad, que se extendieron a Cartagena y Montería, Santa Marta y Sincelejo, Valledupar y Bogotá, Pereira y Cali…

Los grandes almacenes de –Super Almacenes Olímpicas SAO-, nacidos en 1987 y que ahora son 27 en todo el país, fueron la puntada final del proceso de expansión, ya para enfrentarse a los modernos hipermercados donde poderosos inversionistas locales y extranjeros se juegan la vida.

Trabajar con pasión

Al término de la entrevista, Fuad Char hace algunas reflexiones finales, no sólo para recapitular sino para compartir sus lecciones de liderazgo empresarial para que otros encuentren su camino al éxito.

Así, de su paso por la Escuela Naval insiste en la disciplina y la responsabilidad, el orden y el cumplimiento, que son indispensables en los negocios; de su larga experiencia en las ventas, que lo fundamental es vender barato, partiendo del pago puntual a los proveedores para obtener buenos precios, y de su actividad comercial, que exige innovar y asumir riesgos para salir adelante.

Siempre hay dificultades, admite. Y en una empresa familiar, con mayor razón. Especialmente cuando llegan los hijos y nietos, todos con derechos sobre la propiedad, situación que obligó a restringir su participación directa en las operaciones, previo acuerdo entre los hermanos. Los conflictos se han logrado superar, aunque tampoco nunca dejan de presentarse.

Por último, está el intenso trabajo como clave del éxito, “un trabajo hecho con pasión, como tienen que hacerse las cosas para hacerse bien”. Y diciendo esto se despide, con afán, para atender más y más obligaciones, más y más clientes, más y más negocios que no paran de crecer…

(*) Exdirector de “La República”, Primer diario empresarial y financiero de Colombia