La ética, fundamento de la Responsabilidad Social Empresarial

Ética. Imagen de buscador.com

por Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

Fragmento de mi próximo libro en Amazon sobre Responsabilidad Social Empresarial, en el cual se presentarán, a lo largo de tres capítulos, Temas claves de RSE, Líderes con responsabilidad social y Proyectos sociales universitarios -RSU-.

Con el siguiente ensayo se abre la primera sección.

Definición de la RSE

Sin duda, la ética es el gran fundamento de la Responsabilidad Social Empresarial -RSE-. Pero, ¿por qué? Vamos por partes.

En primer lugar, veamos qué significa RSE. Como es sabido, Responsabilidad apunta al deber, o sea, es una obligación moral que, por cierto, subraya el Diccionario de la Real Academia Española. La responsabilidad es entonces, por definición, un valor ético, el cual se aplica con razón a una persona cuando cumple a cabalidad sus deberes, sea estudiante, profesor, obrero, empresario o ama de casa.

Ahora bien, Responsabilidad Social -para seguir aclarando el concepto- alude a los deberes con la sociedad y su cabal cumplimiento por parte de cualquier individuo u organización. Usted y yo, en consecuencia, somos socialmente responsables cuando cumplimos los deberes con la sociedad, lo que es sinónimo también de ser un buen ciudadano. La responsabilidad social no es sólo de la empresa, claro está. Es suya, mía, de la familia y la universidad (Responsabilidad Social Universitaria), del Estado o el gobierno, etc.

Así las cosas, Responsabilidad Social Empresarial se refiere, de modo específico, a la responsabilidad social de la empresa y a la obligación moral que ésta tiene de cumplir sus deberes con la sociedad. En otras palabras, la empresa es vista acá como una persona e, igual que cualquiera de nosotros, tiene sus deberes que está en la obligación moral de cumplir.

He ahí una síntesis apretada de lo que es RSE, sin mayores rodeos.

Ir más allá de la ley

¿Y cuáles son los deberes a que acabamos de referirnos?, preguntará alguien. La respuesta es simple, según lo expuesto: normas éticas o morales que debemos cumplir. La ética o moral cristiana, por ejemplo, contempla en su Decálogo esas normas o deberes, como amar al prójimo, no matar ni robar, ni mentir…, que en muchos casos se convierten en normas jurídicas, obligatorias por ley, donde se contemplan drásticas sanciones por su violación (penas por homicidio, robo, etc.).

En la RSE, es evidente que los deberes de la empresa son con la sociedad, especialmente con aquellos grupos sociales que más se relacionan con su actividad productiva y sobre los cuales tiene, por ende, mayor interés: los grupos de interés (conocidos como stakeholders en la jerga especializada), quienes poseen, asimismo, sus intereses respectivos con otros grupos, incluida la propia empresa.

No obstante, conviene subrayar que tales deberes sociales de la empresa son de carácter moral, no legal, de modo que se cumplen o dejan de cumplir en forma voluntaria, no obligatoria. La compañía es libre de ser socialmente responsable, sin que la ley pueda obligarla a serlo, ni mucho menos imponerle sanciones jurídicas cuando no lo sea. Ésta es la voluntariedad característica de la RSE, un tema bastante complejo y controvertido.

Ahí encontramos otro elemento, digno de consideración: en la RSE, que sólo puede nacer de la libertad individual y la plena conciencia de los propietarios, directivos y demás empleados de la organización, hay consenso en el sentido de ir más allá de la ley, como si las normas éticas fueran de mayor importancia que las normas jurídicas.

Me explico: para que una empresa sea socialmente responsable debe cumplir la ley (pagar impuestos y salarios, entre múltiples obligaciones legales), pero no basta con esto. Y aunque dicha condición sea necesaria en la RSE, más aún cuando en países como el nuestro la ilegalidad empresarial alcanza niveles exorbitantes, no es suficiente, ni puede serlo.

Baste un ejemplo: aunque la empresa respete a cabalidad los derechos laborales de sus trabajadores, eso no es responsabilidad en sentido estricto porque simplemente se trata de las obligaciones legales que una empresa debe cumplir siempre en un Estado de derecho. La RSE, en cambio, busca ir más allá, mejorando las condiciones de vida -en educación, vivienda, recreación…- de esos empleados, su principal grupo de interés.

La RSE, en definitiva, nace en lo más hondo de nuestra conciencia, de la auténtica responsabilidad individual, por encima de lo que ordena la ley.

Un mundo en crisis

Tiende a aceptarse que la RSE surge, sobre todo, en las últimas décadas, desde los años 80, debido a la globalización de la economía y la correspondiente adopción del modelo de apertura económica en países como el nuestro.

Y surgió, digámoslo de una vez, para contrarrestar los efectos negativos de la globalización, como la creciente brecha entre el mundo desarrollado y el mundo en desarrollo o entre ricos y pobres a nivel nacional, cuestionada por autores como Stiglitz, quienes, a su turno, se van lanza en ristre contra el culto exagerado al libre mercado, un mercado sin control, sin ética, sin valores morales, que sólo busca el crecimiento económico, sin importarle la concentración y la terrible desigualdad social.

La punta del iceberg, sin embargo, fueron los escándalos corporativos por prácticas corruptas en empresas como Enron y Parmalat, cuyo desplome se llevó consigo al sistema financiero internacional, igual que sucedió después en Estados Unidos con la crisis hipotecaria, generada por el mal uso de instrumentos especulativos. Todo esto llevó a la necesidad de la RSE, es decir, de una auténtica responsabilidad social, con criterios éticos, para frenar la corrupción en las empresas y sus terribles consecuencias económicas, políticas y sociales.

En realidad, la RSE pretende ser la solución de fondo a una crisis mundial sin precedentes, en la cual el futuro de la humanidad y de la vida en general está en grave peligro. ¿O alguien podrá negar que estamos en crisis? Basta abrir los ojos para verla en los distintos campos, aunque en apariencia no aparezcan sino señales de progreso constante, de hallarnos a punto de conquistar el universo, hacer de la Tierra un paraíso y, ante los extraordinarios avances de la medicina, vencer a la muerte y alcanzar, por qué no, la eterna juventud.

No. Hay crisis económicas, ahora de proporciones globales, que se repiten con mayor frecuencia por el libre flujo de capitales, en medio de la citada especulación financiera; hay crisis políticas, cuya manifestación por excelencia es el debilitamiento de la democracia en el mundo, con numerosos dirigentes partidistas o de gobierno en las cárceles; hay crisis social, manifiesta en los altos niveles de pobreza, desempleo o violencia, y finalmente hay crisis de liderazgo, pues no existen los líderes para superar esa etapa decadente de nuestros pueblos.

Como si fuera poco, tan críticas circunstancias revelan un panorama todavía más sombrío, acaso apocalíptico, cuando aparecen nuevos fenómenos, con un poder devastador, como son el calentamiento global, originado en gran medida por el modelo de industrialización en marcha (el uso de combustibles fósiles como el petróleo, generadores del llamado efecto invernadero), y la amenaza de una guerra nuclear, tras la cual -según la célebre frase- volveríamos al arco y las flechas… ¡si alguien logra sobrevivir para lanzarlas!

Solución de fondo

¿Cuál es -preguntemos- la causa principal de esas crisis, sean políticas o económicas, sociales o culturales, colectivas o individuales? ¿Esa causa no es precisamente la crisis moral, de valores, que subyace en la codicia empresarial, en la corrupción de los políticos, en la falta de autoridad moral de nuestros líderes, en la inequidad y los antivalores en boga, en la inminente aniquilación de la vida en el planeta, riesgo suficiente para asegurar que la actual crisis del hombre supera con creces la descrita hace varios años, con el trasfondo de la Segunda Guerra Mundial, por los filósofos existencialistas que ya nadie recuerda?

Sin valores morales, que constituyen la base de la organización social, la cultura o civilización se va a pique, según lo demostraron con creces las investigaciones históricas de Toynbee.

La conclusión es apenas lógica: si la crisis general es provocada por la pérdida de valores morales, no podrá superarse sino a través del restablecimiento de dichos valores, de la ética, de la responsabilidad social por parte de cada persona, de cada empresa u organización social, de cada gobierno o país, sin excepción.

Se requiere, pues, una ética mundial, para la globalización en marcha, ética formulada precisamente por el pensador alemán Hans Küng a fines del siglo XX y que luego acogió la Organización de Naciones Unidas -ONU- en el célebre Pacto Global, decálogo empresarial que constituye la esencia de la RSE.

(*) Exdirector del periódico “La República”