por Jorge Emilio Sierra Montoya (*)
(Crónica de mi libro “Turismo cultural por Colombia”, recién publicado en Amazon)
Luis Soriano Bohórquez era profesor de primaria en el corregimiento La Gloria del municipio Nueva Granada, en el departamento del Magdalena, azotado entonces, a comienzos de este siglo, por el conflicto armado colombiano con su terrible secuela de sangre, dolor y muerte. “¿Qué hacer – se preguntaba ante tan grave situación- para mejorar las condiciones de vida de nuestros niños?”.
De hecho, él presenciaba a diario la tragedia de los menores: dejaban de ir a la escuela por la violencia y la falta de recursos económicos de sus familias; vivían en lejanas veredas, empinadas e inaccesibles; en tales circunstancias, no podían estudiar, ni leer (aunque ya supieran hacerlo, porque tampoco tenían libros, ni mucho menos una biblioteca, ni nada por el estilo).
Fue cuando se le ocurrió coger sus propios libros, los de su modesta biblioteca personal, y llevarlos consigo, encima de un burro, por los intransitables caminos de herradura e ir hasta las casas de los niños y sentarse con ellos y sus padres debajo de un árbol para contarles las historias maravillosas que iban saliendo de las amarillentas y ajadas hojas de papel.
¡El Biblioburro había nacido!
Vidas paralelas
Por esa misma época, en 2005, Aura Inés Aguilar era también profesora de primaria, en Ariguaní -municipio cercano al citado corregimiento- y enfrentaba la misma preocupación social de su colega Soriano, con quien no tardó en ponerse en contacto por su iniciativa del Biblioburro y otras más, como las promovidas por una ONG, “en la cual -recuerda- compartimos mucho”.
Hubo, pues, gran cercanía entre ambos, tanto que ella llegó a acompañarle en sus correrías con el burro y su biblioteca a cuestas, cada vez más admirada por esta labor quijotesca, heroica, que la prensa nacional y mundial se encargó de sacar a la luz pública y exaltar como modelo de lucha por la cultura en medio de la barbarie de la guerra.
Compartían los ideales, claro está.
Tesis de grado
Hasta que Aura Inés viajó a Chile para cursar su maestría en Trabajo Social, donde la tesis de grado no podía ser distinta al análisis científico de la experiencia del Biblioburro en su tierra, con su amigo Soriano, quien precisamente estuvo allí, en el lejano país austral, para narrar la bella e insólita experiencia personal que seguía recibiendo amplio reconocimiento internacional.
La profesora, en fin, se metió de lleno al tema. Supo, en primer lugar, que el célebre proyecto de su paisano se inscribe en la llamada Lectura Móvil (los libros van al lector, no a la inversa), la cual cuenta a su haber con un siglo de existencia cuando en Maryland, Estados Unidos, se creó este novedoso sistema para llevar libros en carretas, guiadas por caballos, igualmente a zonas rurales.
Después vinieron -explica, con la debida autoridad académica- casos similares, como el transporte de libros en camellos -Bibliocamellos-, en países africanos, o, más recientemente, en mulas -Bibliomulas- en Venezuela, o en barcos -Bibliobarcos- y aviones -Biblioaviones-, como las avionetas usadas para ese fin, en el sur de Chile, hasta una isla en medio del mar.
E inscribió el proyecto, como era su deseo, en el marco del conflicto armado colombiano; de fenómenos como el de las familias desplazadas ante la guerra declarada por grupos paramilitares y guerrilleros; de la acción del Estado, bastante limitada; del papel de la educación en tal sentido, y, sobre todo, de la lectura como herramienta básica para la transformación social, siempre con el Biblioburro como telón de fondo.
La investigación recibió pleno apoyo de la Universidad Católica de Chile, mereciendo incluso ser presentada, luego de su aprobación, en el Congreso de Bibliotecas Móviles en Burgos, España, donde un año después volvió a tener el honor de ser la ponencia central.
Beneficios a la vista
Pero, ¿para qué sirvió el análisis académico, visto con escepticismo por el profesor Soriano, quien hizo lo que hizo no por razones teóricas sino prácticas, de simple utilidad para ayudar a niños campesinos que carecían de libros y, por tanto, no practicaban la lectura, actividad necesaria, a su modo de ver, para vencer la ignorancia que los hunde más en la pobreza?
Según la investigadora, su proyecto permitió, por medio de entrevistas a padres e hijos de La Gloria, así como a voceros del sector educativo, dejar en evidencia múltiples beneficios: niños alegres, felices por su progreso intelectual y hasta por divertirse con la lectura, mientras sus padres se benefician también con material informativo para sus trabajos agrícolas o en el hogar.
En definitiva, se confirmó que la lectura sí tiene un enorme poder de transformación social, tanto a nivel personal como familiar, superando, en ocasiones, difíciles condiciones de vida como el conflicto armado, pues la propaganda que desde un principio se hizo del Biblioburro, a través de los medios de comunicación, facilitó la vinculación del gobierno nacional, del sector privado y de organismos extranjeros al progreso mismo de la región.
En efecto, el Biblioburro salió a recorrer otras zonas de la Costa, como la Sierra Nevada de Santa Marta, en alianza con la comunidad indígena; ahora hay escuelas en varios sitios donde antes se leía debajo de un árbol; la biblioteca personal creció, con libros enviados de todos lados, y ya tiene una sede, junto a la casa del profesor, que es una biblioteca pública de puertas abiertas.
Como si fuera poco, algunos de los niños que se favorecieron con la lectura móvil (una iniciativa que la Unesco promueve desde 1994 para que personas excluidas de la sociedad tengan acceso a la cultura) no sólo recibieron becas para realizar estudios formales, en primaria y secundaria, sino que hoy exhiben, con orgullo, sus títulos de bachiller, listos acaso para entrar a las universidades.
La Palabra Viva
“¿Habrá todavía alguien que niegue los múltiples beneficios traídos por el Biblioburro?”, se pregunta la investigadora que celebra el cambio positivo de muchos habitantes de La Gloria y otras regiones, quienes al principio llegaron a burlarse del profesor Soriano cuando lo veían pasar en burro con sus libros en ancas. “Está loco”, comentaban a hurtadillas, entre risas.
La situación actual es muy distinta, por fortuna: El conflicto armado ha cedido; las familias del lejano corregimiento de Magdalena viven mucho mejor, y el proyecto del Biblioburro sigue extendiéndose a más países, adonde Soriano difícilmente puede desplazarse, para atender sus múltiples invitaciones, por haberle sido amputada una pierna, lo que ha impedido, al menos en parte, sus correrías.
Aura Inés, por su parte, adelanta el proyecto “La Palabra Viva” en un municipio costeño, con apoyo del Ministerio de Cultura, para promover la lectura con capacitación de docentes, talleres para niños y un concurso de cuento, mientras escribe un libro sobre el Biblioburro y prepara su ponencia central del próximo Congreso en España sobre lectura móvil y su impacto social.
(*) Jorge Emilio Sierra Montoya, ex director del diario La República