Luego de 28 años, Ricaurte Losada detalla la barbaridad cometida en su contra

Foto de desinformemonos.org

Por Omar Vargas

En septiembre se cumplieron veintiocho años de haber sido decretada la pérdida de investidura del senador Ricaurte Losada Valderrama, de quien puede decirse fue un osado y un intruso, pues habiendo nacido en una apartada vereda de San Vicente del Caguán Caquetá y, por ende, en cuna humilde, no solo triunfó en su departamento, sino en Bogotá y nacionalmente.

Al incursionar en la política bogotana, fue concejal de la capital y presidente de esa corporación en varias oportunidades. Llegó al Senado por la circunscripción electoral de Bogotá y Cundinamarca, sin pasar por la Cámara de Representantes y luego a esta misma corporación por circunscripción nacional, con una de las más altas votaciones de la época, periplo a través del cual llenó cinco veces la Plaza de Bolívar.

Estos fueron triunfos gigantescos, si se tiene en cuenta que lo hizo sin recursos y sin el apoyo de sector político alguno, al actuar con independencia, a través de Transformación Liberal, Movimiento político que fundó y dirigió.

Es la síntesis de la historia política del columnista, profesor de varias universidades, autor de diez libros, entre ellos, Los Errores del 91, 55 reformas en 30 años, una Historia de Poco Alcance y los Poderes Establecidos de Espaldas a una Constituyente y La Justicia al Servicio de la Política,  Régimen Insostenible, a quien no se le perdonó su vertiginoso ascenso y se le excluyó, no solo del Senado, sino de la política a perpetuidad, al colocar buena parte de las entidades del Estado al servicio de la conjura que se le hizo, tal como lo cuenta en este último libro, al cual se refiere en esta entrevista.

Han pasado veintiocho años desde cuando el Consejo de Estado decretó la pérdida de su investidura de senador de la República. ¿Por qué decidió contar esa historia?

Decidí escribirlo, porque la buena conciencia y la buena actuación, no huyen a los testigos, los necesitan; porque la honra y la dignidad no se pierden, pero se mancillan, como en mi caso y es necesario recuperarlas hasta donde alcancen nuestras fuerzas y también porque dando a conocer la persecución que a mi se me hizo, busco hacer conciencia entre los colombianos, acerca de la urgente necesidad de que haya más justicia, pues esta es sinónimo de paz, y la injusticia, sinónimo de guerra, que es lo que hemos vivido a lo largo de nuestra historia.

Con este libro busco rendirle cuentas al país y, muy particularmente, a mis amigos, compañeros y electores, sobre la verticalidad de mi proceder en la actividad pública, retrotrayendo las actuaciones que desataron la conjura con ocultamiento de la verdad.

Escribí esas memorias para no dejarme morir en vida y porque lo consideré necesario, no solo por el rescate de mi dignidad y la de mis hijos, sino para visibilizar la barbaridad cometida contra mí que, ojalá, sirva de testimonio para que nunca nadie más la tenga que padecer en Colombia ni en ninguna parte del mundo.

De no haberlo hecho, hubiera cargado con el lastre de la desgracia por el resto de mis días. Antes de la persecución compartía con esperanzadas y animadas multitudes; después de ella, y por mucho tiempo, me tocó resguardarme en mi propia soledad.

Al escribir los primeros borradores, pude manejar con mayor propiedad los detalles de los procesos pues, aunque me representaron excelentes juristas, creo, al final de cuentas, que el mejor defensor que se puede tener es uno mismo, aun no siendo abogado.

Además, porque lo que me hizo parte del establecimiento, no podía quedar sometido al silencio de los documentos y de las pruebas, contenidos en no menos de cuarenta y cinco mil folios.

Tenía que reconstruir el testimonio de ese episodio de canibalismo para que los hijos de nuestros hijos se enteren sobre la manera como las fieras del poder son capaces de convertir en realidad la síntesis del pensamiento de Thomas Hobbes, al decir que el hombre es un lobo para el mismo hombre.

Haberlo hecho me produce tranquilidad de espíritu, porque soy plenamente consciente de mi rectitud e inocencia.

¿Pero por qué después de tantos años?

Quise escribirlo mucho antes, desde el momento en el que los procesos se encontraban en sus últimas etapas, cuando la persecución se hacía aún más evidente, pero sabía que hacerlo podría causar rechazo por la imagen negativa que entonces se me creó como parte de la conjura y ser contraproducente para la ponderación y decisión de los fallos finales. La idea se mantuvo y, cerrado el caso, me propuse no solo contar, sino cantar la historia para denunciar y aliviar los dolores del alma.

¿Por qué fue despejado de su investidura?

Porque el Consejo  de Estado decidió en contra de la Constitución y en un proceso político, disfrazado de proceso jurídico,  que yo ejercí un empleo privado, distinto al de senador, cuando solo figuraba inscrito como presidente de una Fundación sin ánimo de lucro, sin haber realizado ningún tipo de actividad en ella durante el tiempo en que fui senador.

En «La justicia al servicio de la política» Ricaurte Losada denuncia la conjura en su contra.

¿A qué se debió la persecución?

A varios hechos, plenamente comprobados y reseñados en el libro, La Justicia al Servicio de la Política, entre ellos, haber dicho en el Senado que durante el proceso constituyente de 1991 se dieron cinco golpes de Estado y golpe de Estado permanente; el primero cuando se convocó la Asamblea a través de acuerdos políticos, desconociendo la Constitución de 1886 que nos regia; el segundo cuando la Corte Suprema refrendó la convocatoria, desconociendo también el Estado de derecho; el tercero, cuando  la Asamblea se declaró omnímoda  y decidió expedir una nueva Carta Política, cuando había sido convocada únicamente para reformar la justicia y el régimen departamental y municipal; el cuarto, cuando no se le permitió al Congreso ejercer sus funciones, lo que en la práctica significó que hubiera sido cerrado y, el quinto, cuando se sancionó en blanco la nueva Constitución, además de que hubo golpe de Estado permanente, a través del cual se designó el que se llamó “pequeño congresito”, suplantando al Congreso y desempeñando una función legislativa para la cual no había sido elegida la Asamblea.

Pero además, los motivos de la conjura fueron muchos, entre ellos, haber dicho en el Senado que como no se hacía reforma agraria, había que confiscar los grandes latifundios, así como  aspirar a ser presidente proviniendo de un origen tan humilde; expresar que había que dar participación en las utilidades de las empresas a los trabajadores; haber llenado la Plaza de Bolívar en cinco oportunidades; haber actuado siempre con completa independencia, fundando y dirigiendo el Movimiento Transformación Liberal que llegó al sentimiento y al corazón de tantos colombianos y, no haberme arrodillado ante el establecimiento político tradicional  en ningún momento, pues lo que más indignó a los ex presidentes Gaviria y Samper, es que después del despojo de la investidura, no me hubiera arrodillado.

¿Quiere decir usted que los ex presidentes Gaviria y Samper fueron los autores de la conspiración?

Por supuesto que sí. Así esta narrado y comprobado en los procesos que se me hicieron y sintetizado en el libro La Justicia al Servicio de la Política.

Gaviria me persiguió desde el mismo momento en que le combatí con ahínco el irregular proceso constituyente que desembocó en la Constitución 1991, cuando le expresé que un poder limitado, como el que él representaba, no podía liderar ese proceso, en razón a que jurídicamente la Constitución solo podía ser enmendada por un acto legislativo expedido por el Congreso.

Así mismo, cuando expresé que el primero y  quinto golpe de Estado referidos, fueron dados por él, frente a lo cual el ex presidente se vengó colocando a uno de sus alfiles -Arrieta Padilla-, quien como procurador, me persiguió durante los cuatro años del Gobierno.

Pero hay muchos otros motivos, como haber expresado que Gaviria minó el campo colombiano a través de una apertura económica, acelerada e improvisada, siendo promotor de la implantación del modelo neoliberal en Colombia que tanto daño le ha causado al país y que acentuó las desigualdades.

Y en cuanto a Samper, basta decir que en medio de las diferencias que tuvimos, le recordé en una oportunidad que el Poder Popular, Movimiento fundado por él, era la máscara con la que se tapaban las oligarquías para presentarse ante las masas, posiciones ciertas, pero duras que me cobró a alto precio.

Recurrió usted dos veces a la tutela. ¿Qué pasó con ellas?

Que en ambas la Corte Constitucional, desconociendo la Constitución, es decir, actuando mediante vías de hecho, refrendó el atropello.

Según la Corte Constitucional, la vía de hecho desacredita el derecho, desvirtúa la justicia y viola el ordenamiento jurídico; pero esta corporación, incurre en ella.

La acción de tutela es en el campo jurídico colombiano la conquista más importante del siglo XX y el desarrollo constitucional de mayores alcances del Estado Social.

Aunque de manera formal Colombia es un Estado de Derecho, la trasgresión al orden jurídico es constante y evidente en materia de derechos, al extremo de generalizar y legitimar la violencia.

Cuando usted presenta el recurso de revisión, el Consejo de Estado se empata y finalmente decide en su contra un conjuez. ¿A qué se debió esa estrecha decisión?

A que las esferas del Estado y del Gobierno de entonces que he mencionado,  fueron determinadoras de la decisión final del Consejo de Estado y de la Corte Constitucional y cada vez que existía la posibilidad de que se decidiera en derecho, aupaban y controlaban las decisiones judiciales. Ello fue posible, como lo es en muchos casos, porque algunos magistrados actúan como fichas del presidente de la República y de los poderes políticos establecidos.

¿Cómo explica que haya habido en su proceso de pérdida de investidura, veinticuatro salvamentos de voto?

Indica que muchos magistrados honestos no estuvieron de acuerdo con el atropello, manifestándolo así en sus salvamentos de voto. Por ejemplo, en la última tutela, cuatro de nueve magistrados salvaron su voto.

Dos expresidentes de la República dirigieron la sevicia en su contra. Foto de National Geographic en Español.

¿Por qué el Partido Liberal refrendó la arbitrariedad?

Porque estaba dirigido por alfiles del presidente Gaviria.

¿Qué piensa de la guerrilla en relación con su caso?

He promovido el acuerdo con la guerrilla, aún cuando ella haya causado irreparables males. Pero lo paradójico e inexplicable, es que sus miembros, después de cometer tantos delitos, muchos atroces, estén habilitados políticamente, mientras que yo, siempre ceñido a la legalidad, fui excluido de por vida, sin haber quebrantado la juridicidad por convertirme en la piedra en el zapato de un Gobierno marrullero.

Para tratar de entender esto, hay que tener en cuenta que el Estado ineficiente a cedido frente a los insurgentes por representar ellos un poder político efectivo, expresado a través de las armas, del dinero del narcotráfico, el secuestro y la extorsión. Con la guerrilla de las Farc se debía negociar. El Estado no pudo derrotarla militarmente. Pero en la recortada democracia colombiana no se negocia con los excluidos políticos, ni se hace justicia con ellos, porque no tienen ni una pizca de poder, como es mi caso.

¿Por qué cantó? Me refiero al verbo cantar con acordes musicales.

Emprendí una verdadera locura, puesto que cantaba menos que quien nada canta, pero poco me interesaba porque el objetivo no era el éxito musical, sino divulgar mi mensaje y elevar mi protesta.

En aquellos largos años de persecución, de defensa y de reflexiones necesitaba desahogar mi corazón y expresar lo que sentía. La música era el mejor remedio para manifestar sentimientos y descargar emociones, pero también para denunciar el atropello. Era el único medio efectivo para decirle al pueblo que siempre me acompañó que seguía estando con él y que, pasara lo que pasara, juntos seguiríamos recorriendo el mismo destino.

Después de haber alcanzado un importante reconocimiento como político y profesor universitario, que se me escuchara cantando, causaba sorpresa; era la concreción del propósito buscado: denunciar el atropello entre acordes musicales.

¿Qué mensaje en relación con su caso y la justicia le envía a los lectores?

Que tengo la aspiración, o al menos la pretensión, de que la conjura que he dado a conocer sirva para que las presentes y futuras generaciones adquieran mayor conciencia de su compromiso histórico. Así mismo, que este caso, con sus vicisitudes, pero también con sus enseñanzas, las aliente para que no se marginen, ni se atemoricen, ni se dobleguen ante el poder. Que se convierta en estímulo de lucha por una Colombia justa que permita sacar del sojuzgamiento a la gran mayoría de compatriotas, para que un día existan oportunidades reales y efectivas para todos y se supere la igualdad formal y aparente, a través de la cual se encubren odiosos privilegios.

Me anima la confianza de que cada día las mayorías desplazadas se preparen para desafiar los privilegios, y que persecuciones como la descrita, enseñen que hay luchadores dispuestos a dar batallas de verdadero alcance social, combatiendo la injusticia que proviene de incontables vertientes y se bifurca a lo ancho y largo del planeta, particularmente en Colombia, convirtiéndose en uno de los flagelos más aberrantes de la humanidad, sin consideración con los derechos inalienables.

Guardo también la esperanza de que la ignominia contada sea ejemplarizante para que los desprotegidos se levanten enhiestos ante la injusticia; para que luchen por una Colombia justa, con oportunidades reales y efectivas para todos, libre de malsanos privilegios, y para que entendamos que mientras sigamos marginados, continuaremos bajo la servidumbre.

¿Cometió errores?

Muchos, el primero, creer en la justicia. Cometí la equivocación de creer en la justicia, sin imaginar que se prestaría para la conjura, olvidando que la duda es el estado perfecto del espíritu. Enseñar a dudar es la única manera de enseñar a pensar. Por no dudar a tiempo de la justicia, me hicieron lo que me hicieron, hasta excluirme a perpetuidad.

Por ejemplo, no dude a tiempo de la buena fe del magistrado ponente de la última tutela en la Corte Constitucional, Manuel Cepeda, quien me expresó que en mi caso había habido una evidente exageración.

Sin embargo, de manera arbitraria y en contra de lo probado, utilizó el cargo para vengarse del crítico debate que adelanté sobre la nueva Constitución, sin importarle pisotear su palabra, el derecho y hasta el decoro. Yo conocía de antemano que era un fiel escudero del presidente Gaviria, pero presumí que iba a actuar con la balanza de la justicia, sin prevenciones políticas. He debido recusarlo.

Un error más fue figurar en el Fondo Educativo, donde no hice cosa distinta que velar por el cumplimiento de su objeto social para que no se robaran las ayudas, como era usual en esos tiempos en que el Estado no financiaba las campañas políticas y los concejales no teníamos sueldo. Esta figuración, simplemente nominal, sin ejercicio formal, cuando fui senador la última vez, sirvió de pretexto al Consejo de Estado para birlarse la investidura.

El Fondo se creó como respuesta a un episodio -muy común en la época- ocurrido una vez fui elegido concejal de Bogotá, cuando el rector de un colegio me pidió que le asignara una partida a su institución y que me compartiría la mitad. Era la forma utilizada entre algunos concejales y directivos de planteles educativos para quedarse con dineros públicos.

Para desmarcarme de esa práctica corrupta -que yo había criticado en la corporación- decidí no destinarles recursos a las instituciones y opté por crear el Fondo Educativo, con el propósito de que las ayudas fueran recibidas directamente por cada uno de los beneficiarios.

Presentarme como candidato al Senado para el periodo 1994-1998 y haber salido reelegido en medio de la más exacerbada campaña en mi contra, fue también una equivocación, pues, mi decisión de no declararme vencido y de seguir adelante, se interpretó como un desafío a mis detractores, que encontraron la evidencia que necesitaban para continuar en su empeño de enterrarme políticamente.

Pero como Borges, quiero seguir viviendo para cometer errores, pues el secreto de los avances y del saber está en no tener miedo a equivocarse.

En la vida, como pensaba Franklin D. Roosevelt, hay algo peor que el fracaso: no haber intentado nada. Quien cierra la puerta a los desaciertos, no actúa o deja por fuera la verdad, pues estos son inherentes a la condición humana.

¿Cómo espera ser recordado?

Como un luchador que no se doblegó antes de la persecución y menos después. Que reconstruyó una historia nefasta que puede ser útil para derrotar tanta injusticia y que demostró la verdad y la rectitud, que es el más importante legado que dejo a mis hijos, a mis amigos y compañeros y a las  futuras generaciones.