La noche estrellada, obra del postimpresionista Vincent van Gogh
por Juan Pabón Hernández (*)
El silencio se siente, se intuye, algo así como cuando el universo susurra su espiritualidad y abona la existencia con un regadío de estrellas, se hace súbdito del paso del tiempo y vela la belleza.
Y comienza a recordar el lugar de la lejanía, a liberar los límites que enlazan las sombras y a revelar el tesoro sentimental del mundo, hecho de espejos que reflejan las cosas sagradas del alma.
No recuerdo cómo, ni cuándo, lo conocí y supe que íbamos a estar juntos, siempre, porque sus murmullos ahondaron mi nostalgia y la nutrieron con esa magia de duendes, aves y viento, con la que se trenzan los amaneceres.
Su sabiduría es innata y conforta mi fragilidad, cuando no son suficientes las palabras, me cubre con ese manto majestuoso que arropa sólo los pensamientos buenos y contempla el rocío de mi romance natural.
Va apareciendo una ausencia ancestral, un faro de luz que dispersa la niebla, una deliciosa soledad –su cómplice-, que me afianza en mí mismo, me cuenta de manantiales azules y me posee con su esplendor.
La luna araña comienza a tejer su lecho de inmensidad, a adormecerme en el brillo que cae de las estrellas y a mostrarme el camino con una música lenta -igual a la baba del caracol- que se posa en el eco del corazón.
Así, en el escenario todo está preparado para el concierto del silencio, porque el tiempo duerme, encantando por la quietud secreta que pide paso para brotar, con una sonrisa inolvidable, al provenir.
(*) El autor, Juan Pabón Hernández, cucuteño de toda la vida. Ex presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander y poeta consagrado. Catedrático. Es editor de «Imágenes», revista dominical del Diario La Opinión de Cúcuta.