por Juan Pabón Hernández (*)
La rutina habitual del horizonte es entrar y salir discretamente de la escena, asomarse -fugazmente- desde el límite azul del viento, con esa sugerencia de belleza que siempre merodea los sueños.
Debajo de su línea hay un faro, desde donde el silencio toca su sinfonía de nostalgias y los suspiros de las sombras del tiempo salen, con sus murmullos invisibles, a seducirnos como una bandada de mariposas.
Y las ilusiones, de tanto mirarse en él, se acostumbraron a su antigüedad y lo volvieron un crisol donde fragua el destino sus viajes y nos saluda, como un viejo marinero, con su mano alada de capitán de rutas.
La soledad se recoge en su añoranza y sentada a la vera del camino, trata de convencernos de que no somos una casualidad, sino un juego de la lejanía para enseñarnos -bien- a contemplar distancias.
El sol y la luna, después de un escrutinio de refugios, siembran allí la vida espontánea y natural, con señuelos de libertad, con su sonrisa alargada de peregrinos en busca del ritmo de la eternidad.
En su elegancia, el horizonte espera el instante para conversar con las nubes, aún sabiendo que no hablan, para transferir a los sentimientos un ingenuo aroma de porvenir e inspirarnos con su arte blanco de formas extrañas.
Hay que ir allá sólo con un morral de intimidad y el corazón dispuesto a reposar en su bóveda celeste, como aquellos ufanos caballeros andantes que retornaban a recorger el pañuelo de su princesa, después de tantos torneos…
(*) El autor, Juan Pabón Hernández, cucuteño de tiempo completo. Ex presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander. Ingeniero civil hasta cuando la cátedra, la filosofía, la historia, las letras y la poesía lo cautivaron. Ex editor de «Imágenes», revista dominical del Diario La Opinión de Cúcuta. Actual director de la revista «Semillas», también de Cúcuta.