por Juan Pabón Hernández (*)
La naturaleza luce su donaire ante la luna y el sol, con sus rutas de vientos trazadas por los monzones, o las corrientes de aguas serpenteantes, mansas o agresivas, que parecen razones de vida que van y vienen.
La genialidad de sus leyendas se cuenta en la fauna y la flora, los océanos, la timidez de las florecillas del camino -me encanta-, la cordura misteriosa de los frailejones y la frescura de manantiales y lagunas.
Y nos inspira a ser reverentes con las selvas, los mares, los páramos, las cavernas, donde los duendes acostumbran congregarse a meditar y a coser los pedacitos de horizonte que rompemos los humanos.
Su bondad taciturna comienza a descender por el aire, con una sensatez, tan natural, que avala el pacto sagrado de silencio y soledad que ha hecho con las estrellas y los astros, en una alianza de sueños.
De tanto admirarla, he aprendido a captar algo de su espíritu, a intuir algunas de sus leyes internas lanzadas al viento, su confidente, unas veces con la levedad de la brisa y, otras, con la furia de un huracán.
Amo por instinto su regazo, su cansancio antiguo, el prodigio de su fantasía, su innata belleza que, sin elocuencia, ni presunción, orienta la biodiversidad de la vida y de la muerte, acompañada por su fiel sabiduría.
MORALEJA: Aún podemos corregir nuestra soberbia e interpretar sus signos sensibles, como el croar de una rana, la evolución de una crisálida, el recital de una bandada de pájaros o la magia del estiércol transformándose en abono…
(*) El autor, Juan Pabón Hernández, cucuteño de toda la vida. Ex presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander y poeta consagrado. Catedrático. Es editor de «Imágenes», revista dominical del Diario La Opinión de Cúcuta.