por Juan Pabón Hernández (*)
Uno debe insistir en reconstruir los sueños, como una versión bonita de los mejores recuerdos, con la reverencia que tienen las huellas que se alargan en el camino y no pueden devolverse, aunque quisieran.
Quizá es bueno hacerlo en un caballito de madera, como esos de la niñez, con un ritmo natural e ingenuo, o con un viejo reloj de péndulo sonoro que contaba el tiempo a campanadas en los atardeceres.
Esa vigilia de la memoria acoge las emociones buenas y, con la sabiduría paciente de un tejedor, las ordena en ciclos, con un imaginario de palabras, o de canciones que brotan, cada vez más, serenas.
Y el alma las guarda, en un rincón amable, como gozos presentidos que vienen a aliviar el corazón con relatos nobles de cosas pasadas, de personas inolvidables, para dibujar la paz que desciende, sensata, al pensamiento.
Allí todo confluye, con ese íntimo resplandor de luna en las edades, con el sabor del tiempo en los labios y los verbos -majestuosos- que se conjugan sólo cuando cualquier ausencia reclama estar vigente, otra vez.
La memoria proviene de la fuente de lo sagrado y es el don espiritual que apacienta las jornadas pretéritas que tratan de migrar, pero las disuade el deber -ineludible- de aportar su testimonio protector.
Es hermoso pensar en el tiempo con una sensación de viento, pasear de la mano con el eco de la lejanía, sentirnos sembrados en la eternidad, deshojando margaritas o tratando de encender alguna luz que se quedó apagada…
(*) El autor, Juan Pabón Hernández, cucuteño de toda la vida. Ex presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander y poeta consagrado. Catedrático. Es editor de «Imágenes», revista dominical del Diario La Opinión de Cúcuta.