por Juan Pabón Hernández (*)
Despierta el año como una mariposa cuando desprende su vuelo, con los colores recogidos, desplegándolos en su contacto con el viento, en la misma proporción en que se dibujan en el corazón las ilusiones.
En su inicio hay destellos mañaneros, reflejos de la sonrisa de las estrellas, relámpagos de sueños en tropel, que hacen presentir la sugerencia deliciosa de un capullo en flor, o el inicio de la línea azul del horizonte.
Lo enseñan los colibríes, las flores, los riachuelos, las matas, el néctar escondido en los pétalos regados por el rocío, las costumbres sencillas, la modestia y la alegría humilde de saberse uno espiritual.
El tiempo bueno se asoma con su inocencia, dispuesto a dejarse moldear, semejante al torno del alfarero que se vuelve arte, cuando manos amorosas le transfieren una estrategia bonita de intimidad.
Y así se muestra cada año, pero lo vamos lesionando con la ambición y la soberbia, con esas sombras amargas que ocultan el espejo de la luna, o acallan el rumor secreto que se aproxima con el parpadeo de una fantasía.
Así ha sucedido con todo, los valores, el amor, el don de ser humanos en ascenso, la pureza de los sentimientos y el optimismo sano para imaginar que la felicidad está al alcance de una aventura del corazón.
La equivocación más lastimosa -hasta ahora-, ha sido pensar que las maravillas del mundo están en el ruido y no en el silencio y que el umbral de la felicidad es la riqueza y no la placidez de esperar un guiño del destino.
(*) El autor, Juan Pabón Hernández, cucuteño de toda la vida. Ex presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander y poeta consagrado. Catedrático. Es editor de «Imágenes», revista dominical del Diario La Opinión de Cúcuta.