Ológrafo: Me lo contó Chopin…esta mañana

por Juan Pabón Hernández (*) 

Una nostalgia bonita es algo así como el ave que soltó Noé del arca a indagar por los signos de la bonanza anhelada, o un oasis que espera saciar la sed de cualquiera de las caravanas que atraviesan el desierto. 

Posee la elocuencia silenciosa de la naturaleza, la ingenuidad de las orillas del mar y los trazos íntimos de un piano que dibuja, en el fulgor de la eternidad, la belleza perseverante del murmullo azul del tiempo.

Se vale de los cuentos de hadas, de los duendes y las princesas, del gorjeo de los pichones en el nido, de la bienvenida de la aurora o la despedida del crepúsculo, para cantar su bondad en los ecos de los días.

Y, entre más pequeñita y silenciosa es, despliega estrellas y luces, y desciende hasta alojarse en una flor y adherirse a su aroma, o a su color, para morirse en ella y volver a nacer en el aleteo de una mariposa.

No tiene edad, sino una suma de sueños y de mitos que sugieren siempre ilusiones pioneras, para imaginar la inmortalidad y abrir los umbrales de la fantasía a la redención del pensamiento.

No necesita rituales, sólo dejarse contemplar serenamente, porque de su melancolía surgen estelas de esperanza -inagotables- que se magnifican en el corazón y prefiguran la sencillez de su encanto en los recuerdos.

La nostalgia suele asomarse en el viento, sólo por instantes, para retornar a su jardín de música, o de poesía, con una versión del amor enarbolando la libertad en el pico de los pájaros y, luego, recluirse en la inmensidad.

(*) El autor, Juan Pabón Hernández, cucuteño de toda la vida. Ex presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander y poeta consagrado. Catedrático. Es editor de «Imágenes», revista dominical del Diario La Opinión de Cúcuta.