por Claudio Ochoa.
En Colombia, que somos tan dados a seguir la actualidad en los países desarrollados deberíamos sumarnos a una iniciativa que ya tiene aprobación entre el 61 por ciento de los británicos, y puede forma entre españoles y suizos. Se trata del Impuesto Covid, a cargo de los más ricos, ricos.
Nos esperan días más difíciles que en cualquier otro momento de nuestra historia, no hay que ser adivino para decirlo. Terminaremos por estrellar la economía ante los multimillonarios créditos que ha contratado el Gobierno para atender a millones de subsidiados durante esta pandemia. En breves meses no será posible mantener a tanta población inactiva, pero consumiendo. A no ser que siga el endeudamiento, o crear nuevos impuestos. Tampoco saldrán fuentes de empleo, ni productos y servicios, de la noche a la mañana. A la vez, mucho ocio patrocinado.
Debemos actuar ya, ya mismo, y como más endeudamiento no conviene, y seguramente las fuentes tampoco lo van a favorecer, lo correcto es que los más, más ricos y favorecidos, comiencen a contribuir con la sociedad, pues se han hecho a costa de ella. Pero seriamente. Estamos ante una situación muy delicada, una pandemia que nos tiene atrapados y casi inmóviles. Mucha hambre, mucha inconformidad, mucha violencia, y uno no sabe adónde vayan a parar todas estas depresiones.
Podemos, partido en la vicepresidencia de España, ha propuesto el impuesto o tasa de reconstrucción a las grandes fortunas. Llegaría a patrimonios superiores a 1 millón de euros, en pesos colombianos unos $ 4.100 millones. Recaudo que calculan será 1 % del PIB. Una tributación progresiva, de manera que los aportes de mayor impacto recaigan sobre los 1.000 patrimonios más elevados. Partiendo de una tasa del 2 % para patrimonios entre 1 y 10 millones de euros, llegando hasta 3.5 % para patrimonios superiores a 100 millones de euros. Ni España, ni Gran Bretaña, ni Suiza están tan bajo como Colombia. Son países industrializados, de elevadas agroindustrias, cuentan con producciones diversas, mueven un buen turismo (España, segundo del mundo en la materia), no tienen tanta delincuencia ni tamaño de corruptos, ni amenazadas de tal manera por tantos grupos al margen de la ley, casi que instituciones. Incomparables.
Grandes se han beneficiado abundantemente de esta pandemia, como los bancos, las empresas de servicios públicos en manos de particulares, las empresas de telecomunicaciones y algo de telefonía celular, las grandes superficies a quienes se les apareció la Virgen con los días sin IVA (dizque para reactivar la economía… la economía de ellos será); algunas farmacéuticas, y de salud.
Desde ya en el Ministerio de Hacienda deben estar programando una de tantas “reformas tributarias”, reformas afamadas por exprimir más a la clase media, pasar de lado por los grandes capitales, cuando no acercándose para favorecerlos, tener más plata para despilfarros, y que siga la corrupción. La clase media tiene suficientes motivos para rechazar una nueva de estas “reformas”, y evitarla. Y los más ricos reconocer que deben ceder.
La “crisis financiera” que supuestamente ocurría en 1998 dio motivo al Gobierno de entonces a inventarse el 2 por mil (el hoy 4 por mil) como impuesto y correr en ayuda a los bancos amigos. Ahora que bancos y financieras acudan en favor de las atropelladas clases media y baja. Además de moral, debe ser una obligación legal.
No solo los beneficiados por la pandemia deben aportar. Otras actividades deben sumarse al impuesto de reconstrucción, creemos que no están tan golpeadas por el virus. De algún lado pueden sacar, es cosa de mirar: petroleras y mineras; grandes constructoras y cementeras; farmacéuticas y alcohol; ensambladoras de autos y vehículos en general; importadores de productos electrónicos y electrodomésticos; y conglomerados económicos/empresariales, entre otros. Además de grandes capitales personales y familiares. Nuevos tributos para fomento de empresas y de empleo.
También que mucho ocioso infiltrado en las acciones de asistencialismo se vea obligado a trabajar. Menos carga improductiva para el Estado, que conduce a la pobreza. Parte del multimillonario asistencialismo a la creación de pequeñas unidades productivas integradas por los hoy beneficiados con subsidios y en favor de desempleados. Que los asistidos y subsidiados sean menores, ancianos, discapacitados y otras condiciones similares. Quitar subsidios y asistencias a quienes ya no lo merecen o que nunca lo merecieron. Qué tal aplicar las directrices de entidades como los bancos de alimentos, para solo llegar a comunidades organizadas, las cuales en compensación mejoran su nivel de vida y participan productivamente en la sociedad.
¿Por qué no establecer cárceles en áreas agropecuarias en donde comiencen a ser productivos algunos de los 130 mil internos que actualmente tiene el país, además de los que hoy gozan de la cómoda casa por cárcel, o en unidades militares? Nuevas agroindustrias, nuevos empleos, menores asistencialismos.
Ya están listas a regresar las manifestaciones callejeras, que apenas han hecho un alto, ante el inicio de la pandemia. A su lado la delincuencia, y las fuerzas que aprovechan para prender la llama. Puede ser así, o que en las próximas elecciones terminemos gobernados con un estilo bolivariano. ¿Lo primero, o lo segundo, o ambos? Desconfiemos del “aquí no pasa nada”.