¿Ahora sí vamos rumbo al fin de la desigualdad?

por Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

Ensayo sobre “El Capital en el Siglo XXI” de Thomas Piketty, tomado de mi libro “Del Quijote y la María a Descartes y Piketty”, recién publicado en Amazon.

Problema de vieja data

La desigualdad es un problema social de la mayor importancia. Y de él se derivan muchos más, como son los conflictos por las tensiones generadas en diversos grupos de población ante sus notables diferencias entre el nivel de ingresos económicos o simplemente de riqueza. Es la típica diferencia entre ricos y pobres, para dejarnos de rodeos.

Es un problema de vieja data, como todos sabemos. Viene desde el principio de los tiempos.

Es como si fuera algo propio de la naturaleza humana o de la misma sociedad, por primitiva o avanzada que sea.

Hay quienes aseguran incluso que esto nunca cambiará, hágase lo que se haga.

“Unos son más iguales que otros”

En las circunstancias actuales, el asunto en cuestión está a la orden del día.

De hecho, hay altos niveles de concentración de la riqueza, con dimensiones insospechadas, que contrastan con la pobreza en mayores proporciones, dándose desigualdad en países tanto desarrollados (ricos) como en desarrollo (pobres).

América Latina, sin ir muy lejos, es la región más desigual del planeta.

Esto es grave, insistimos. No es democrático, en verdad. Ni se da, por tanto, la igualdad proclamada desde la Revolución Francesa como objetivo principal (junto a la libertad y la confraternidad) en la democracia moderna, sistema político donde -según la célebre expresión que tanto repetimos- “todos somos iguales, pero unos son más iguales que otros”.

La igualdad, pues, sigue siendo sólo formal, jurídica o política, no económica ni social.

Pero, ¿qué hacer?

¿Qué hacer, entonces? ¿Acaso no hay solución a dicho problema, ni siquiera con el extraordinario progreso científico, técnico y tecnológico, al que no es ajena la Economía?

¿Sí están funcionando las cacareadas políticas contra la pobreza? ¿Y qué pasa con la distribución de la riqueza, sin que ésta se destruya en el proceso?

¿Será que el capitalismo acentúa, en forma inevitable, la terrible desigualdad económica y social? ¿O marchamos, por el contrario, hacia el feliz término de la desigualdad, por utópico que parezca?

¿Vamos rumbo al fin de la desigualdad? ¿O no?

La obra cumbre de Piketty

Thomas Piketty, primer director de la Escuela de Economía de París y uno de los pensadores económicos y sociales más influyentes del mundo, plantea de nuevo tales interrogantes en su libro El Capital en el Siglo XXI, aplaudido con entusiasmo por los expertos, encabezados por el Nobel Paul Krugman.

Estamos, sí, ante un peso pesado de la llamada Ciencia lúgubre.

Su investigación es novedosa, única, enorme, como que comprende a varios países, sobre todo desarrollados, desde el siglo XVIII hasta el presente, con “la base más amplia -según él mismo dice- de datos históricos disponible hasta ahora sobre la evolución de las desigualdades en los ingresos”.

Una labor titánica, heroica, que le tomó quince años de estudio (de 1998 a 2013), con la ayuda de expertos internacionales y el uso de la informática, indispensable a todas luces.

Conclusiones a la vista

Pero, ¿qué concluye al respecto?

En primer lugar, que la menor desigualdad registrada hace un siglo en los estudios de Kuznets fue apenas pasajera, relacionada más bien con la Primera Guerra Mundial y no con el presunto desarrollo afortunado del capitalismo, el cual, sin embargo, muestra en los últimos años un aumento generalizado de la desigualdad, preocupante en grado sumo.

En tal sentido, Piketty parece retomar el crítico diagnóstico de Marx sobre “acumulación infinita” en el capitalismo, o sea, la imparable concentración de la riqueza, mientras pone en tela de juicio al neoliberalismo con su plena libertad de mercado, asegurando que entre más perfecto es el mercado, hay más desigualdad.

¡Blasfemia!, gritarán los fundamentalistas de turno.

El eslabón perdido

Él, no obstante, mantiene la calma, en referencia permanente a los múltiples datos que salen de la fría realidad social, y analiza las llamadas fuerzas de convergencia y de divergencia que causan menor o mayor desigualdad, para llegar así a una ley sencilla, elemental, que nos recuerda las de Keynes en su Teoría General.

En efecto, su ley se traduce en una fórmula simple, expresada en la siguiente ecuación: r > g, según la cual el rendimiento del capital (r) es mayor que el crecimiento de la producción y los ingresos (g).

Dicho de otra manera, como el rendimiento del capital supera el aumento del PIB y de los ingresos, la desigualdad es inevitable.

¡Es como si Piketty hubiera encontrado ahí el eslabón perdido de la desigualdad que nos agobia!

Intervención del Estado

Aunque parece reivindicar a Marx por el citado principio de la acumulación infinita del capital cuando sostiene que “a pesar de todas sus limitaciones, el análisis marxista conserva cierta pertinencia”, Piketty no duda en decir que “la profecía marxista no se cumplió” por factores como el alza de los salarios, otras propuestas políticas (socialdemocracia), el progreso técnico y el incremento de la productividad.

Más aún, asegura que el capitalismo sí evitó “el apocalipsis marxista”, pero advierte que en ningún momento frenó la concentración de la riqueza ni la desigualdad, su gran tema de reflexión. Antes bien, la investigación le permite concluir que la desigualdad ha subido bastante desde 1970 en los países ricos, especialmente en Estados Unidos.

Y esto es así -agrega- por la fórmula enunciada (r > g), o sea, por los altos rendimientos del capital en los sectores inmobiliario, financiero y empresarial frente a las modestas y cada día menores tasas de crecimiento del PIB, lo que lleva a una conclusión lógica: el Estado debe intervenir, reduciendo la renta del capital -r- y/o elevando la producción, especialmente los ingresos.

¿Cómo? La tarea no es fácil, admite. Y no lo es porque si disminuye el rendimiento del capital (verbigracia, menores tasas de interés para un rentista), la inversión privada se puede afectar y, por ende, el crecimiento, perdiendo por un lado lo que se ganó por el otro. “Lo comido por lo servido”, mejor dicho.

¿Una nueva utopía?

De hecho, descarta el regreso a políticas proteccionistas o nacionalistas y prefiere, al parecer, la tradicional vía tributaria, con impuestos a la propiedad y, en particular, a las herencias, por medio del impuesto de renta. Sólo que en cada caso hace sus propias objeciones.

Se requiere, además, una sana política educativa, con mayores inversiones en educación, investigación e innovación, con la debida importancia de la formación en la lucha contra la desigualdad, observando con beneplácito la exitosa experiencia china para reducir la pobreza.

Pero, ni siquiera esas medidas garantizarían, en su concepto, que se den resultados positivos, si bien es previsible una disminución de la concentración y la desigualdad en el futuro, del cual -concluye- no sabemos siquiera cómo será.

Por lo visto, el fin de la desigualdad seguirá siendo una utopía. Como es la democracia, dirá alguien.

Modelo a seguir

Es necesario estudiar la obra de Piketty por múltiples motivos. De una parte, debe replicarse su investigación, con la metodología empleada, en otros países, sobre todo subdesarrollados, donde él mismo admite que no se aplicó a pesar de ser la región con mayores niveles de desigualdad y pobreza en el mundo. ¿A qué conclusiones -cabe preguntar- podríamos llegar acá?

Por ejemplo, si una de las causas principales de la concentración de riqueza en los últimos años es el hecho de los altos salarios de los ejecutivos, ¿cuál es la situación en nuestros países? ¿Y qué decir entre nosotros sobre el rendimiento o la rentabilidad de sectores como el inmobiliario, el financiero y el empresarial, frente a tasas modestas del crecimiento económico?

Sin duda, hay que discutir qué medidas son las más adecuadas por estos lados para reducir la desigualdad. ¿No es obligado hacer cambios de fondo en materia fiscal, más aún cuando en Colombia se está abriendo paso, por enésima vez, la posibilidad de llegar al fin a una reforma tributaria estructural que nunca se hace realidad?

Educación, RSE y Teoría del Desarrollo

De igual manera, el tema educativo debe ser prioritario. No sólo en teoría, con planes y promesas, sino en la práctica. Que de hecho haya más inversión en el sector, en innovación y tecnología, como señalamos arriba.

Y que los grupos económicos brinden ahí su apoyo, teniendo en cuenta que la educación suele ser el foco central de muchos programas de Responsabilidad Social Empresarial.

En cuanto a las universidades, qué bien les hace volver a una visión humanista, donde la economía se aborda en el plano social, a la luz de la historia y de la política -Política grande, con mayúscula-, para el análisis de problemas cruciales como la desigualdad y la concentración de riqueza, con las correspondientes propuestas de solución.

En particular, La Teoría del Desarrollo urge su atención.

No estamos condenados

La meta de reducir la desigualdad al mínimo posible o deseable no es tarea fácil.

Y aunque el propio Piketty insiste en que es difícil, sin que pueda asegurar siquiera la efectividad de sus medidas, también afirma que el asunto en cuestión no es perpetuo (los factores de divergencia no lo son), ni las leyes naturales nos condenan a tan triste destino. 

Menos mal.

(*) Exdirector del diario económico “La República”