Así era el Liderazgo empresarial de Alfonso Penagos en Santander

Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

(Fragmento del libro “Liderazgo Empresarial en Colombia” -Amazon, 2023-)

Los Penagos (al menos, estos de Bucaramanga) llegaron de España. Pero, al principio sentaron sus reales en Venezuela, concretamente en Caracas, donde el jefe de la familia murió de fiebre amarilla.

Después se trasladaron a Bucaramanga, nuevo sitio de residencia de dos hermanos: Mariano y Eugenio Penagos Villalaín, quienes fundaron, hacia 1892, su primera empresa: Penagos Hermanos, que cuenta ya con más de un siglo de vida, si bien desde entonces, hasta hoy, mucho ha cambiado.

En aquella época, la capital de Santander era una modesta aldea; apenas tenía cerca de veinte mil habitantes. Y el departamento, igual que el resto del país, estaba dedicado a la producción agrícola, como que su mayor aporte a la economía nacional era en quina y tabaco, destacándose, además, la exportación de sus famosos sombreros de jipijapa.

Los Penagos, sin embargo, eran industriales, cuando la industria nacional estaba en pañales. Se dedicó al sector metalmecánico, con el montaje de ingenios de panela y café, cultivo éste aún en sus inicios, lejos de tener la importancia que alcanzaría con el paso del tiempo,

“Eran verdaderos quijotes”, comentaba Alfonso Penagos Mantilla (1920 – 2013), hijo de Mariano, al recordar la proeza del progenitor y de su tío Eugenio.

Como quijotes, a su vez, debieron batirse contra poderosos molinos de viento, como fue la Guerra de los mil días, a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, que destruyó las pocas bases industriales recién levantadas, sobre cuyas ruinas volverían a levantarse con enorme esfuerzo.

Se habían contagiado del recio espíritu bolivariano, por lo visto.

Plantas eléctricas

Mariano, padre de Alfonso, permaneció en Bucaramanga; Eugenio, en cambio, viajó a Estados Unidos y, al concluir la guerra, se vinculó a General Electric, pionera del desarrollo eléctrico en el mundo, y en tal sentido pudo perfeccionar sus conocimientos industriales, que no eran pocos.

A los dos años de estar allí, Eugenio regresó. Y volvió también a hacer empresa con su hermano (Penagos Hermanos seguía en actividad, mejor dicho), aunque en el montaje de plantas eléctricas, fundamentales para el desarrollo industrial de la región, el cual, ahora sí, empezaba a prender motores.

Montaron, pues, la planta de Santander del Norte y la de Bucaramanga, entre otras de la región, como la que se hizo en San José de Suaita para una empresa industrial fundada por el general Lucas Caballero Barrera (padre de Klim, el célebre maestro del humor que, en ocasiones, cuestionaba, en sus columnas periodísticas, ciertos negocios familiares…).

Lo cierto es que los Caballero -recordaba Alfonso Penagos- tenían un inmenso latifundio en Suaita y, dada la gran producción de cacao en toda la zona, pusieron una fábrica de chocolate, a la que luego sumaron un ingenio azucarero que desembocó finalmente en la Fábrica de hilados y tejidos San José de Suaita, pensando en procesar industrialmente la gran cantidad de algodón que producía la región y que, hasta entonces, hilaban y tejían en forma primitiva.

“Aquella fábrica desapareció hace muchos años”, precisó.

Los Penagos, por su lado, persistieron en la industria metalmecánica, siempre orientados a la agricultura: fabricaban molinos para caña, desgranadoras de maíz, motores hidráulicos…, equipos que, en muchos casos, fueron saliendo del mercado por la competencia extranjera, de modo similar a los ocurrido en los últimos años tras la adopción del modelo de apertura económica en Colombia.

Fue lo que pasó, particularmente, con la planta eléctrica de Floridablanca, de donde su empresa llegó a fabricar todos sus equipos. De aquello no quedó ni la sombra, pues en su sede se terminó haciendo un barrio de Bucaramanga, algunos de cuyos pobladores desconocían que sus viviendas ocupaban el espacio donde antes, varias décadas atrás, se generaba energía.

La situación descrita se prolongó hasta los años treinta y cuarenta, cuando se dio el inevitable relevo generacional en la compañía. ¿Era acaso el fin de Penagos Hermanos? ¡No! Con otros nombres, pero con el mismo apellido traido de España, la industria estaba lista para emprender una nueva etapa.

Fue el reto que les quedó a los hijos de Mariano: Eugenio y Alfonso, dos hermanos, igual que sus ilustres antecesores.

El relevo generacional

Alfonso Penagos Mantilla se crió en la empresa de su padre. Pasaba sus vacaciones escolares en los talleres, con la debida enseñanza paterna en materia de equipos, producción, calidad, productividad, administración y gerencia.

“Conocer los distintos procesos de producción ha sido clave en mi carrera”, decía, al tiempo que sacaba pecho por saber del negocio, este negocio, “desde sus raíces”, tanto como su hermano Eugenio, quien siguió las huellas del tío al estudiar Ingeniería Química en Estados Unidos, exactamente en R.P.I, prestigioso instituto politécnico en Albany.

Alfonso, por su lado, estudió Ingeniería Civil en la Escuela de Minas en Medellín, donde se graduó en 1943. Y como dicha formación tenía muchas aplicaciones, no tardó en llevar sus conocimientos a la empresa familiar: Penagos Hermanos, que cargó sobre sus hombros, encargándose de los asuntos administrativos, mientras su hermano se encargaba de la metalurgia yla fundición de piezas incorporadas a la maquinaria.

Hubo cambios de fondo, claro está. Al fin y al cabo, eran cosas del pasado los viejos caminos de herradura por donde transportaban equipos a lomos mula, y ante el avance industrial, sumado a las mejoras sustanciales en vías de comunicación, pudieron ampliar los mercados, inicialmente hacia la cercana Venezuela.

Después vinieron los países centroamericanos, así como Perú y Ecuador, incursiones que parecían increíbles, fuera de lo común, hasta el punto de ser vistos “como animales raros” por los demás empresarios, lejos de la respetabilidad que hoy merecen los exportadores,

“Fuimos pioneros en la exportación de estos equipos”, comentaba, orgulloso.

La empresa, en tales circunstancias, tuvo un notorio crecimiento. Tanto que varias veces tuvieron que cambiar de local, pasando de la primera sede en su ciudad a otra más grande y, finalmente, a la zona industrial de Girón, donde estaban ahora.

Atrás, muy atrás, quedaban las épocas de comienzos del siglo pasado, cuando por los talleres desfilaban, entre los obreros rasos, “niños díscolos de gente bien”, enviados por sus padres a aprender disciplina y un arte para ganarse la vida, en cumplimiento de la importante función social, didáctica, que era un motivo adicional de complacencia.

“Es muy placentero encontrarse, en diferentes partes del país, con personas que trabajaron en nuestra compañía”, observaba con la satisfacción del deber cumplido.

Misión cumplida

La historia volvía a repetirse: ahora mismo estaba dándose otro relevo generacional, como que Alfonso hijo estaba vinculado directamente a la compañía, mientras su hermano Mariano, aunque metido al sector del gas, también permanecía atento a los negocios de la familia.

Penagos Hermanos tenía así garantizada su continuidad, al menos por razones de sangre.

Alfonso Penagos Mantilla era todavía el gerente general, pero su propósito era delegar, como de hecho lo venía haciendo con sumo cuidado. “Delegar -comentaba- es bastante difícil. Si no se hace bien, las empresas desaparecen”.

En cuanto a su empresa, confiaba en el relevo, en la capacidad de sus herederos para mantener el liderazgo, sólo que expresando los consejos de rigor: que continúe la investigación en tecnologías cada vez más avanzadas, de manera que productos líderes en la competencia sean puestos en el mercado, como ha sucedido -explicaba- en Japón, enseñando a Estados Unidos cómo hacer automóviles.

“El que no evoluciona, se extingue”, sentenciaba.

Estaba satisfecho con su gestión. “Misión cumplida”, afirmaba. No obstante, aún se consideraba útil, si bien admitía, siguiendo con su plan de seguir delegando, que ya era justo retirarse, y mencionando, de paso, sin dar cifras exactas, el hecho de haber superado la respetable cima de sus setenta años de edad.

Pero, esto no era obstáculo para permanecer en la empresa, seguir activo y hasta jugar una hora diaria de tenis, prueba cabal de su buena salud.

Un gran ejemplo para quienes se dignen sucederlo y, en general, para los empresarios jóvenes de todo el país, de quienes admitía, en tono paternal, “que actúen distinto a nosotros porque son otros tiempos”, más aún cuando hay tantos cambios en el mundo actual.

Es posible que al decirlo echara un vistazo al pasado, cuando él mismo tomó la batuta dejada por su padre Mariano y su tío Eugenio, pioneros de la industria santandereana tras llegar de Venezuela, donde hicieron las veces de prósperos emigrantes españoles.

(*) Escritor y periodista. Exdirector del diario “La República”