Batalla de Junín: Táctica Colombiana

por General Leonardo Alfonso Barrero Gordillo

La unidad de Indoamérica se consolida en la presencia de la quinta raza, la raza cósmica, producida por el mestizaje entre las razas celtibérico-arábigas-latinas y africanas con las razas indígenas de América. En Honda, norte del Tolima, vaso comunicante del rio Magdalena con el mar Caribe, océano Atlántico, el General José María Córdova Muñoz tuvo relaciones con los nativos tolaimas, mariquitanes, gualies, bocanemes, guarinoes, de la familia pantágoras y los hondas, hondamas, gualíes, bledos, coloyes, todos panches de raza bravía, incorporados a las confrontaciones independentistas.

“El vocablo Indoamérica corresponde a la trayectoria integral de nuestros pueblos. Comprende la prehistoria, lo indio, lo ibérico, lo latino y lo negro, lo mestizo y un proceso notable por su energía y actividad en permanente desarrollo, intensificando su dinamismo de frente al futuro. Es un término endémico de vieja data, concebido en la defensa ancestral del nuevo-viejo mundo. Indoamérica es un fusionador e integrador en esencia con lo indígena”, acertada contextualización del escritor e internacionalista, Gerney Ríos González, director de la Academia Hispanoamericana de Letras, Ciencias e Historia “Miguel de Cervantes Saavedra”.

General Leonardo Alfonso Barrero Gordillo

Los pobladores de Indoamérica, aunque no sean indígenas, tienen por ósmosis y por sustracción de materia viva, fundamento aborigen por existir, respirar, vivir sobre tierra poblada por siglos de originarios, autóctonos y nativos, además, lo que une a Indoamérica siempre en ebullición es la democracia y la libertad luego del desmonte de imperios ancestrales, verbigracia, el azteca, maya e inca, que generaron conectividad entre la geografía, la tierra y los habitantes de las tres Américas.

Centauros indomables

Las luchas por la libertad son permanentes y coherentes en el objetivo, reflejo fiel de lo consignado en el Himno de la República de Colombia en su sexta estrofa: “Bolívar cruza el Ande, que riega dos océanos, espadas cual centellas fulguran en Junín, centauros indomables descienden a los llanos, y empieza a presentirse de la epopeya al fin”.

En la Batalla de Junín o “batalla silenciosa”, desarrollada en la elevación a orillas del lago Chinchaycocha, inmediaciones de la pampa peruana de Junín, el 6 de agosto de 1824 con duración de 45 minutos, se enfrentaron las tropas realistas comandadas por el general César José de Canterac Orlic y Donesan integradas por 7.000 infantes y 1.200 hombres de caballería, contra 8.000 patriotas liderados por Simón Bolívar, José María Córdova, Antonio José de Sucre, Juan Jacinto Lara Meléndez, el general británico Guillermo Miller, el general argentino Mariano Pascual Necochea, el general boliviano Jossef Andrés de Santa Cruz y el general ecuatoriano José de La Mar y Cortázar. Sobresalieron del lado realista los valerosos indígenas Juan Agustín Agualongo Cisneros, general realista, convertido en pesadilla de los patriotas, oriundo de San Juan de Pasto y Antonio Huachaca o Guachaca, un campesino y militar de la etnia quechua, que luchó por la causa monárquica, llegando a ostentar el rango de general de brigada del Ejército Real del Perú de 1814 a 1828, otorgado por el virrey José de la Serna y Martínez de Hinojosa, I conde de los Andes.   

Junín, esencial en la independencia definitiva de América del Sur, potencializó la ruta victoriosa de los patriotas y dispersó las fuerzas españolas, previo a la Batalla de Ayacucho, cuatro meses después.

El triunfo logrado en la pampa de Junín el 6 de agosto de 1824 por el Ejército Unido Libertador del Perú, fue un paso determinante para poner fin a años de guerra por la independencia, prelusión del éxito final en Ayacucho. ¿Cómo explicarlo? La respuesta está consignada en el parte de batalla registrado por el general Jossef Andrés de Santa Cruz y Calahumana, Jefe del Estado Mayor de la División peruana:

                                   PARTE DE LA BATALLA DE JUNÍN

                                           “Ejército Unido del Perú

                                   Estado Mayor General Libertador

El Ejército Libertador, reunido en las cercanías del mineral de Pasco, emprendió sus operaciones el 2 del corriente, a tiempo que el enemigo, erguido por sus anteriores sucesos, dejó en los primeros días de este mes sus acantonamientos de Jauja y Tarma para buscarnos. Mientras que el ejército español marchaba por el camino de Reyes, el Ejército Unido se movía por la derecha del río Jauja, con el objeto de tomarlo por la espalda.

El libertador Simón Bolívar

En la segunda jornada se recibieron los primeros partes de la marcha del enemigo y, no obstante, se continuó la nuestra por la misma ruta que llevábamos, con la mira de interponernos en caso de que contramarchase. Informado de nuestra dirección, S. E. el Libertador supo ayer en Conocancha que todas las fuerzas españolas, compuestas de ocho batallones, nueve escuadrones y nueve piezas de campaña, al mando del General Canterac, se hallaban en Carhuamayo. S. E. dispuso hacer una marcha forzada y directa a Reyes, donde los enemigos debían tocar en su retirada, pensando celebrar hoy el aniversario de Boyacá con la libertad del Perú; porque S. E. contaba con dar una batalla, puesto que el enemigo la procuraba.

Por precipitado que fue nuestro movimiento, no pudimos lograr esta ventaja, ni satisfacer los deseos del ejército; los españoles habían vuelto sobre sus pasos con una velocidad indecible. Al llegar a la altura que domina estas llanuras, observó el Libertador que el ejército enemigo seguía rápidamente para Tarma, estando aún nuestra infantería distante dos leguas del campo de Junín. En consecuencia, trató retardarles la marcha, presentándoles algunos cuerpos de caballería. Siete escuadrones, mandados inmediatamente por el intrépido general Mariano Pascual Necochea, comandante general de la caballería, se adelantaron a las cinco de la tarde al trote hasta la llanura donde estaba el enemigo.

General José de Canterac

El general José de Canterac, confiado en la superioridad de su caballería, o bien obligado a batirse por no ser desordenado en su retirada, formó tres cuerpos y, por una brillante maniobra, cargó al galope la nuestra por el frente y por el flanco izquierdo. Aunque inferiores en número, e impedidos por la naturaleza del terreno para desplegar, nuestra caballería resistió la carga con el mayor denuedo. El choque de estos dos cuerpos fue terrible, porque ambos estaban satisfechos de su bizarría. Ambos empezaron a acuchillarse, y por el momento ellos arrollaron algunos de nuestros escuadrones, a tiempo que los Granaderos de Colombia que formaban la cabeza de la columna, y estaban en batalla, estimulados por el heroico ejemplo de su comandante accidental, mayor Felipe Braun, rompieron la izquierda del enemigo.

Los Húsares de Colombia, al mando de su coronel Laurencio Silva, y el primer regimiento del Perú al del señor general Guillermo Miller, sostuvieron el centro y la derecha. El enemigo empezó a desordenarse y los nuestros lo cargaron, y lo acuchillaban por todas partes. Sus escuadrones, que poco antes contaban ufanos con destruirnos, dispersos por una inmensa llanura, ofrecían la más completa idea del desorden. La caballería española fue destrozada y perseguida hasta las mismas filas de su infantería, que durante el combate estuvo en inacción, y después se puso en completa fuga. La pérdida del enemigo ha sido la de dos jefes, diecisiete oficiales, y trescientos cuarenta y cinco hombres de tropa, ochenta prisioneros, más de cuatrocientos caballos ensillados, la mayor parte de sus armas, muchos dispersos y gran número de heridos.

La nuestra ha consistido en cuarenta y cinco muertos y noventa y nueve heridos; entre los primeros, el capitán Urbina, de Granaderos de Colombia; el teniente Cortés, del primer escuadrón, del Perú, y el sargento mayor Lizárraga, edecán del señor general Miller; de los segundos, el señor general Necochea, el comandante Sawbry, el capitán Vargas y alférez Rodríguez, del regimiento del Perú; el alférez Ferrer, de Granaderos de Colombia; el teniente Allende de Granaderos de los Andes y el capitán Peraza, teniente Tapia y alférez Lanza, de Húsares de Colombia.

Batalla de Junín

Toda la caballería enemiga ha quedado reducida a un tercio de su fuerza, y su infantería fugitiva ha sufrido mucha dispersión, dejando en el tránsito algún armamento y varios útiles. Ayer debió ser completamente destruido el ejército español, si una tan larga como penosa jornada no hubiera privado a nuestra infantería de llegar a tiempo para completar la más brillante victoria, y si la noche, caminos difíciles, un terreno desconocido, no impidieran haberlo perseguido. Tal ha sido el primer suceso de la campaña; algunos de nuestros escuadrones, solamente, han destruido la orgullosa caballería española y toda la moral de su ejército.

S. E. el Libertador, testigo del valor heroico de los bravos que se distinguieron en el día de ayer, recomienda a la admiración de la América al señor general Necochea, que se arrojó a las filas enemigas con una impetuosidad heroica, hasta recibir siete heridas; al Sr. general Miller, que con el primer regimiento del Perú, flanqueó al enemigo con mucha habilidad y denuedo; al Sr. coronel Carbajal, que con su lanza dio muerte a muchos enemigos; al Sr. coronel Silva, que en medio de la confusión del combate rehizo parte de su cuerpo que estaba en desorden y rechazó los escuadrones que lo envolvían; al señor coronel Bruix, que con el capitán Pringles, algunos oficiales y Granaderos de los Andes, se mantuvo firme en medio de los peligros; al comandante del primer escuadrón del regimiento de caballería de línea del Perú, Suárez, que condujo su cuerpo con la destreza y resolución que honrarán siempre a los bravos del Perú; al comandante Sawbry, del 2.° escuadrón, que gravemente enfermo se arrojó a las lanzas enemigas hasta recibir una herida; al comandante Blanco, del 3.° escuadrón; al mayor Olavarría; al bravo comandante Medina, edecán de S. E. el Libertador; y al capitán Allende, del primer escuadrón del primer regimiento del Perú; al capitán Camacaro, de Húsares de Colombia, que con su compañía tomó la espalda de los escuadrones enemigos y les cortó el vuelo de su instantáneo triunfo; a los capitanes Escobar y Sandoval, de Granaderos, y a los capitanes Jiménez y Peraza, de Húsares de Colombia; a los tenientes Segovia y Tapia, y alférez Lanza, que con el mayor Braun persiguieron a los escuadrones enemigos hasta su infantería. Sería, en fin, necesario nombrar a todos nuestros bravos de caballería, si hubiésemos de mencionar a los que se distinguieron en este combate memorable, que ha decidido ya de la suerte del Perú.

Cuartel general en Reyes, a 7 de agosto de 1824.

– El general jefe- Andrés Santa Cruz”.

Parte de batalla publicado en El Integrador Andino y Ecos del Mac a instancias del coronel Felix Vilela Carrillo, agregado militar del Perú en Colombia.

General Jossef Andrés de Santa Cruz y Calahumana

El General de Brigada, Gran Mariscal del Ejército peruano, Jossef Andrés de Santa Cruz y Calahumana, presidente del Consejo de Gobierno del Perú (1826-1827), presidente de la Junta de Gobierno del Perú (1827), presidente de Bolivia (1829-1839), protector de la Confederación Perú-Boliviana, proclamó: “La ilustración y el saber son las bases más positivas del progreso y de la dicha de la especie humana y las garantías más seguras de la libertad”.

“Los sueños de Simón Bolívar, José María Córdova y Antonio José de Sucre de independizar a América tuvieron uno de sus grandes logros el 24 de mayo de 1822 con la Batalla de Pichincha, cuando el Ejército Patriota entregó la libertad a Ecuador. La emancipación de Quito abrió las puertas hacia el Perú lo que posibilitó ser soberana y una proeza que potencializó la autoestima y moral, materializada en la Batalla de Junín el 6 de agosto de 1824 y luego el 9 de diciembre de 1824 con la victoria en Ayacucho. La historia está plagada de vicisitudes”, según el escritor e internacionalista Gerney Ríos González, presidente de la Academia de Historia José María Córdova Muñoz.

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Batalla de Junín. El Libertador Simón Bolívar al frente de su Estado Mayor. Sobresalen los generales José María Córdova Muñoz y Antonio José de Sucre.

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El autor Leonardo Alfonso Barrero Gordillo, General de Ejército, fue Comandante de las Fuerzas Militares, Director de la Escuela de Armas y Servicios, EAS y Director del Centro de Educación Militar, CEMIL, instituciones de educación superior. Cogestor de las especializaciones en Liderazgo Estratégico, Gestión Ambiental y Desarrollo Comunitario y el postgrado en Derechos Humanos, Sociología para la Paz y Resolución de Conflictos, con la Corporación Internacional para el Desarrollo Educativo, la Cruz Roja Internacional, la Jefatura de la Delegación de la Unión Europea y la Fundación Centro Andino de Estudios.

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