Ológrafo: Peregrino inmortal

por Juan Pabón Hernández (*)

La soledad del tiempo es perfecta, muy vieja, la alientan el susurro del horizonte y el aroma renovador de los instantes de luz colgando de la luna, en una espera sumisa por el sol de cada amanecer. 

Cuando el mundo empezó ya el tiempo venía con su misión de apuntalar el universo y traer la génesis de la eternidad, porque había partido de sí mismo con la seguridad de, alguna vez, volver a sí mismo.

Su virtud espiritual lo asemeja a un punto infinito que borda un laberinto majestuoso, con tejidos de matemática, o geometría (que tanto me gusta), o una red de filosofía que se vuelve cielo en el alma.

Y su silencio peregrino se refugia en una intimidad tan misteriosa como su propia verdad, dibujada en la memoria de un sueño, como una huella de la ruta del destino que pasa raudo y no descansa.

El tiempo es uno y, con su fiel presagio de años y siglos, se va juntando en una galería de milagros móviles, de rumores antiguos, en una cadena labrada con gotas de recuerdos que ascienden hacia la plenitud.

Dudar del tiempo no es posible -del espacio sí- porque no existen distancias para el pensamiento y la consciencia, porque nos seduce con su secreto de sucesión y ese encanto de protegerse con un velo inmortal.

Sólo la nostalgia lo hace frágil en el presente, pero es inmenso en su dimensión inferior, que es el pasado, o soñador en la superior, que es el futuro, con su validez de ser una ilusión maravillosa y fugitiva.

(*) El autor, Juan Pabón Hernández, cucuteño de toda la vida. Ex presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander y poeta consagrado. Catedrático. Es editor de «Imágenes», revista dominical del Diario La Opinión de Cúcuta.